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Ni omitir ni minimizar

Por Eduardo Kohn

Como Vinicius es un gran jugador de fútbol, y además despliega su arte en uno de los clubes más importantes del mundo, el racismo constante del que es víctima es noticia universal y permanente. Pero la enfermedad del racismo no empieza ni termina con las noticias sobre uno de los más famosos.

Sergio Cortina, periodista del diario deportivo español AS, ha escrito después del último escándalo contra el jugador del Madrid que “Los insultos que Vinicius sigue recibiendo, una y otra vez, nos ponen ante un espejo que refleja una imagen despreciable de nosotros mismos. Nos enseñan cuánto deben cambiar las cosas por aquí. Primero, están los que piensan que llamarle mono a un futbolista negro es solo una forma de fastidiar a un rival provocador o una ofensa comparada a desearle el descenso al contrario. Los que insultan, los que justifican y los que se dedican a hacer equilibrismos tras cada episodio infame, no merecen estar en el mismo barco que los demás. Hay que señalarlos y mandarlos bien lejos. Con el racismo, igual que con otros crímenes, las cosas no pasan solo cuando alguien denuncia”.

Al contrario, cuando alguien denuncia es porque ya se le ha colmado el vaso de aguantar tanta basura.” Esa basura a la que refiere Cortina se repite en canchas de varios países y no solo de Europa, obviamente. El odio de Indonesia a Israel hace que hoy se esté jugando el Mundial sub-20 en Argentina, porque Indonesia prefiere que lo sancionen antes que dejar participar de un certamen en su país a jóvenes israelíes. El año pasado, a raíz de insultos racistas contra un jugador africano en nuestro país, varios medios demostraron que parece enfermizamente naturalizado por estos lares agredir deportistas por su color de piel u otros motivos. En el verano de 2022, antes de un partido amistoso entre Peñarol y Nacional en Maldonado, la gran atleta Deborah Rodríguez fue insultada soezmente con gruesos epítetos racistas, mientras corría por la pista del Campus.

Nadie dijo nada, nadie hizo nada, nadie tomó ninguna medida posterior, y la atleta tuvo que retirarse ante tanta violencia.
Durante las finales de la liga de básquetbol que están disputando Nacional y Hebraica Macabi, los agravios antisemitas en las redes han aumentado exponencialmente a lo desgraciadamente habitual. Desde “odio a los judíos más si son de Hebraica” a “Hitler no estaba tan equivocado” pasando por palabrotas y amenazas.

También han incrementado los cánticos desde las tribunas. Y ningún árbitro hizo nada a pesar de que los coros de odio estuvieron allí desde el primer partido y minuto. ¿Las autoridades? Interesante pregunta. Hasta que, en la quinta final, los jugadores que demostraron un pobre profesionalismo generaron una trifulca y dejaron registrado para el mundo un bochorno. Inmediatamente, las redes explotaron más aún.

El veneno antisemita se expandió y extendió sin contención.
Pero dicho veneno no es local, es universal. Esta semana, en el Mercedes Benz Arena de Berlín, el artista antisemita y defensor de los crímenes de guerra de Rusia contra Ucrania, Roger Waters hizo retornar al nazismo con impunidad absoluta. Allí, donde el Reich de Hitler tuvo su capital, Waters se vistió con el uniforme de las SS y desecró el Holocausto y escupió sobre las cenizas de 6 millones de judíos asesinados. Allí en Berlín retornó Múnich 1933 y la multitud aullando mientras Waters hacía volar un cerdo con una Estrella de David y una leyenda sobre los judíos de “que tiran las piolas del mundo”. Ahí volvió Goebbels. Pero no le alcanzó. Denostó a Ana Frank haciendo befa de 1 millón y medio de niños asesinados por los nazis.

Waters incitó. A 85 años de La Noche de los Cristales, quiso hacer otro pogrom. La multitud esta vez quedó en sus aullidos y la complacencia tácita que tuvo para perpetrar la suma de todos los odios en un solo acto. ¿Libertad de expresión? Absurdo. Hacer apología de la Shoá es delito. Incitar al odio es delito. Nada tiene que ver el derecho a la libertad de expresión con la comisión de delitos, uno tras otro.

La policía de Berlín dijo 48 horas después que va a investigar. A veces, es mejor callar que hacer el ridículo y volver a ofender gravemente.

Waters llegará a Uruguay en noviembre. Traerá su odio y recordará que ya el gobierno de Montevideo lo designó ciudadano ilustre hace pocos años.

Como ha escrito el cronista español citado el principio en relación con Vinicius, la violencia racista, xenófoba, antisemita, nos pone a todos como sociedad frente a un espejo. ¿Vemos a través de él, sanciones deportivas y penales? ¿Las vimos cuando sucedió con jugadores africanos o con Deborah Rodríguez? ¿Se ven con Waters? Lo que se haga al respecto nos define, o sea, si se hace lo que es debido, nos define como la mayoría quisiéramos ser en cuanto a una sociedad de empatía, respeto y tolerancia. Pero si se minimiza, se ignora, se omite, obvio, que eso también nos define. Tenemos leyes para convivir en paz y reglamentos para que las competencias y los espectáculos no se manchen.

Mirémonos de vuelta en el espejo a ver qué seguimos viendo.

 

Fuente: El País

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