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Crónica de una diplomacia descollante. La Partición de Palestina

El 18 de febrero de 1947 fue un día histórico para la comunidad judía en Palestina:

Ernest Bevin, Ministro de Relaciones Exteriores de Reino Unido, expresó públicamente en el Parlamento inglés su fracaso en la búsqueda de lograr algún tipo de acuerdo entre judíos y árabes y así calmar la incontrolable situación. El gobierno inglés no quería perder la amistad de los árabes, pero no sabía cómo resolver el conflicto entre ellos y los judíos. El ministro expresó que los intereses opuestos entre ambas comunidades eran de tal magnitud que no permitían ninguna posibilidad que los británicos puedan solucionar
el grave conflicto. Además, el Imperio atravesaba una profunda crisis económica y energética, y su presencia internacional había entrado en un plano declinante en el cual su principal colonia, la India, se había desprendido.

La determinación británica de transferir el conflicto árabe-judío a las Naciones Unidas provocó entre los dirigentes sionistas una gran inquietud, ya que la discusión del tema se iba a dar en un foro donde no estaba representado el pueblo judío y sí había varios Estados árabes que ya eran miembros plenos de la organización y sabían perfectamente como “moverse” en ese ámbito. Después de muchas deliberaciones se aprobó que sea la Agencia Judía la que exponga los argumentos sobre el tema a debatir.

La Asamblea General creó un comité sobre Palestina, UNSCOP, a fin de investigar y estudiar la situación de los judíos desplazados. Los dirigentes de la Agencia Judía exhortaron que se difundan las verdaderas causas del drama reinante entre los refugiados judíos ante la injusta restricción británica a la inmigración y radicación de
éstos en Palestina.

La postura árabe quedó reflejada en los telegramas que envió el Alto Mando Árabe en los cuales rechazaban la invitación de la Comisión sobre Palestina y negaba el derecho de las Naciones Unidas a intervenir en el asunto. La postura judía estaba basada en la
Declaración Balfour y en los compromisos internacionales, se invocaron los derechos históricos y las necesidades sobre las cuales el pueblo judío ya había construido una organización territorial que no podía ser ignorada ni borrada. Además, se debía aprovechar el impacto y la culpa que sentían los países y la opinión pública internacional respecto de la desidia y su falta de compromiso ante la Shoá, tragedia que generó una simpatía reparadora hacia los judíos y al movimiento sionista desconocida hasta ese entonces.

El comienzo no fue sencillo, los representantes judíos aun no estaban bien organizados, ni tenían en claro cómo hacerse oír, ni cómo hacer llegar sus demandas. Si bien la Agencia Judía lideraba las tratativas, carecían de un frente unificado; el dirigente Moshé
Sharet fungía como ministro de exteriores quien coordinaba las acciones de los voluntarios. Dirigentes judíos, de distinta extracción, unieron voluntades para convencer a mandatarios de diferentes países sobre la necesidad de establecer de manera inmediata un estado judío. Personalidades judías, por sus ideas y sus influencias, lograron contactarse y convencer a periodistas que publiquen sus demandas en los distintos órganos donde trabajaban; se esforzaban en persuadir a representantes y diplomáticos de distintos países que sabían poco o nada sobre el sionismo y sus anhelos.

El ritmo de trabajo era vertiginoso: por las mañanas temprano se reunían para planificar el día, con quien tenía que tratar cada uno y cómo cumplir con la misión asignada, por las noches volvían a reunirse para analizar y evaluar el trabajo realizado. Casi siempre
la tarea finalizaba pasada la medianoche.

El prominente dirigente sionista americano Nahum Goldman convenció al presidente de USA H. Truman y a su entorno de votar positivamente la propuesta de la partición. Se logró que la Unión Soviética abandone una larga tradición antisionista y apoye la
creación de un Estado Judío independiente. Cuando la Rusia Blanca votó a favor de la partición, los delegados judíos suspiraron con alivio: significaba que el bloque comunista seguiría en masa la votación positiva. El objetivo de los delegados judíos era
lograr que tanto los países occidentales como los orientales de Europa voten a favor de un mismo proyecto, nunca antes se había dado.

Irán le hizo llegar un mensaje a la delegación judía; ellos iban a votar en contra de la partición, junto a los Estados árabes, pero si el Estado de Israel surgía no tendrían ningún inconveniente en establecer y mantener relaciones con el nuevo país. El delegado de Irak votó en contra de la partición y dijo “jamás reconoceremos a los
judíos! el día de hoy dará origen a nuevos derramamientos de sangre…”

El Premio Nobel Albert Einstein no logró convencer al líder de la India Sri Pandit Nehru para que vote a favor de la partición con argumentos de que ambos pueblos lucharon contra el colonialismo británico, que son parte de Asia y es legítima la lucha del pueblo judío a fin de obtener un pequeño territorio donde en el pasado fue soberano.

Le era difícil al líder indio obviar la presencia en su país de trece millones de musulmanes. Que Etiopía se abstuviera en la votación, fue obra de la Sra. Lorna Wingate, viuda del famoso Lord Wingate. La abstención etíope cayó como una bomba, las caras de todos los delegados árabes se volvieron para mirar al etíope con una pasmada expresión. El delegado sirio movió el puño con aire amenazador.

El primero de los cuatro grandes en votar fue Francia; si se pronunciaba por la abstención hubiera sido un golpe muy fuerte a las expectativas sionistas. Cuando el país galo votó favorablemente los delegados judíos comprendieron que el milagro era posible.

El caso filipino fue paradigmático, los diplomáticos presentes cambiaron de postura votando a favor de la partición. Un caso similar sucedió con Haití que cambió a último momento su voto, de abstención a afirmativo.

Se trabajó incansablemente con las delegaciones asiáticas, africanas y latinoamericanas. Cada día que pasaba crecía la tensión y el temor, los comentarios y los vaticinios cambiaban día a día, y a veces hora a hora. Los delegados judíos trataron por todos los medios de alargar el debate y de postergar la fecha de la votación a fin de poder obtener mayores consensos y más apoyos. Finalmente, el 29 de noviembre en una tensa y nerviosa sesión se coronó un sueño largamente esperado: la Partición triunfó por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, con un apoyo de las dos terceras partes
requeridas. El yshuv se transformaba en un Estado, sólo faltaba la denominación y el día para fundarlo.

La alegría de los delegados y diplomáticos judíos era inmensa, habían logrado el regreso de Israel a la familia de las naciones, no lo podían creer, un sueño, un ideal se plasmó y sus corazones no podían contener tanta emoción. Entre las muchas personalidades que trabajaron arduamente y denodadamente se debe mencionar a: Moshé Sharett y sus asistentes, Eliahu Sasson, Moshe Tov, Michael Comai, Abba Hillel Silver, Jaim Grimberg, Rose Halperin, Nahum Goldman, Emanuel Neuman, Albert Einstein, Aba Eban, Lorna Wingatte, Jaim Weizmann, David Horowicz y muchos otros.

En Palestina, los judíos estaban eufóricos y bailaban en las calles, todo lo contrario de lo que sucedía en la sociedad árabe. Al amanecer del día siguiente a la votación se oyeron los primeros disparos y cayeron las primeras víctimas, era el preanuncio de una guerra.

Una época terminaba, daba comienzo una nueva historia y una profecía se hacía realidad: “Si lo queréis no será una leyenda”.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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