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La Ley para la Restauración de la Función Pública y el fracaso de la emancipación

Por el prof. Yehuda Krell

El 7 de abril de 1933, en los inicios de la Alemania nazi, fue promulgada la llamada Ley para la Restauración de la Función Pública o Ley de Servicio Civil. La norma fue legislada aproximadamente un mes después del arribo de Adolf Hitler al poder, y recién en septiembre de 1945, ya concluída la guerra, fue derogada por los aliados.

En su artículo 1°, la ley consideraba al servicio civil como nacional y profesional, por lo cual le permitía al gobierno la destitución de los funcionarios permanentes que eran considerados indeseables, y obligaba a los funcionarios no arios o los detractores del régimen nazi a dimitir o ser cesanteados. Principalmente fueron los judíos y los opositores al régimen quienes no podían desarrollar las funciones de maestros, profesores, jueces, u otros cargos gubernamentales. Poco tiempo después de la promulgación de esta norma, se dictó otra ley que impuso una restricción similar a los abogados, notarios, médicos y asesores fiscales.

El proyecto de ley, redactado por el ministro del Interior Wilhelm Frick, estipula que todos los no arios debían ser despedidos de inmediato. Cuando la ley fue llevada a la firma del presidente alemán Paul von Hindenburg, el 1 de abril de 1933, se negó a firmarla hasta que se incluyeran tres enmiendas por las que quedaban excluídos y no serían expulsados: los veteranos de la Gran Guerra que sirvieron en el frente, los hijos de las víctimas de la guerra y aquellos funcionarios públicos que prestan servicio desde el 1° de agosto de 1914, antes del inicio de la guerra. Hitler aceptó esta reserva y la ley enmendada fue firmada el 7 de abril de 1933.

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En la práctica, los funcionarios judíos quedaron excluidos de las enmiendas, y no fue hasta el fallecimiento de Hindenburg en 1934 cuando estos fueron rechazados. Con la entrada en vigencia de otros reglamentos y en particular la aplicación a partir de septiembre de 1935, de las Leyes de Núremberg, todos los judíos fueron obligados a renunciar al servicio público.
El impacto de la ley fue enorme, grandes eminencias de distintas disciplinas quedaron cesantes, como el caso de las físicas, Lise Meitner, responsable de la fisión nueclear, y Hedwig Cohen.

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Otro claro ejemplo fue el de Albert Einstein, quien dimitió de su cargo en la  Academia Prusiana de las Ciencias para después emigrar a Estados Unidos antes de producirse su expulsión.

La conmoción se hizo sentir en las asociaciones profesionales y en los centros de alta enseñanza académica, como el caso del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Göttingen, un centro matemático de excelencia y renombre mundial, en el cual muchos de sus profesores eran judíos. El renombrado matemático David Hilbert intentó evitar que se aplicara la ley, pero sin éxito. Aproximadamente un año después de la expulsión de los judíos del instituto, el ministro de Ciencia, Educación y Cultura del Reich, Bernhard Rust, preguntó a Hilbert: ‘¿Es cierto el rumor de que el Instituto Matemático ha sufrido mucho desde la expulsión de los judíos y sus amigos?’ Hilbert respondió: “¿Sufrimiento? No, no está sufriendo señor ministro, simplemente ya no hay más matemáticas en Göttingen. Se decía que el Instituto de Matemáticas de la Universidad de Göttingen nunca volvió a sus días de gloria.

La ley fue un punto de inflexión para los germanos judíos, desde 1812, con algunos contratiempos, comenzaron a superar diversas etapas en el alcance de la emancipación civil y política, que finalmente fue refrendada en 1871. A poco más de un proceso de 100 años y de seis décadas de haber logrado la igualdad de derechos y obligaciones como ciudadanos plenos, se producía en la Alemania nazi la abolición de los mismos. Fue como si la legislación nazi le hubiese dado la razón al precursor del sionismo León Pinsker quien había escrito medio siglo antes en la Rusia zarista su preclaro folleto ‘Autoemancipación’, de 1882, sobre la utopía de la emancipación que obtenían los judíos en la modernidad.

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En su ensayo, Pinsker critica severamente la búsqueda de los judíos en obtener la igualdad como ciudadanos en el seno de las naciones en las que se encuentran, según el autor, la ansiada solución parte del supuesto que los judíos son un objeto pasivo del desarrollo histórico, lo reciben por la benevolencia del estado, en otras palabras, la misma nación que les otorga la igualdad puede en el futuro quitarla.

Según Pinsker, el judío no debe perseguir en la emancipación la solución a la cuestión judía, sea mediante la búsqueda de la simpatía o el beneplácito de las naciones para obtener la igualdad. Su deber es pedir e imponer el respeto y lograr por si mismo la ‘Autoemancipación’, una solución en una tierra propia con mayoría demográfica judía; y así, dejar de ser considerado un extranjero o un enemigo en el seno de las naciones en las que reside, tal como sucedió varias décadas después en la Alemania hitleriana, una historia que Pinsker no llegó a conocer.

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