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Mi identidad, mis raíces

La Argentina de 1975 se sumergía en una crisis sin precedentes en el plano económico tras el rodrigazo; el desabastecimiento, la inflación, las movilizaciones obreras, el descontento social, llevaron a la dimisión del Ministro de economía: Celestino Rodrigo y de José López Rega, Ministro de Desarrollo Social.
La crisis no sólo era económica, sino también de seguridad; el país se hallaba inmerso en medio de un proceso revolucionario, en el cual grupos armados atentaban contra políticos, sindicalistas, empresarios, policías y militares. Además, los secuestros extorsivos y las expropiaciones (robos) en nombre de la revolución eran moneda corriente. El terror se había apoderado de las calles.

Para Alex, la situación era doblemente insostenible, su hijo mayor militaba en Montoneros y desde hacía tiempo no tenía contacto con él, pues había pasado a la clandestinidad junto con su organización. Cada vez que miraba las noticias y veía: secuestros, atentados, asaltos, atribuidos a Montoneros, un gran pesar lo invadía pensando que su hijo podría ser uno de los autores; y un dolor desgarrador lo atravesaba con tan sólo imaginar que podría ser uno de los combatientes fallecidos en los enfrentamientos. Una y otra vez la culpa lo asediaba. Ese sentimiento estaba erosionando su matrimonio con Inés. En los momentos de tensión se reprochaban y lastimaban mutuamente; y sin que se dieran cuenta sus dos hijos más chicos se habían ido a vivir con sus abuelos, hartos de tanta discusión.

Una fría mañana de un sábado, Alex e Inés fueron al almacén a hacer unas compras, y al regresar, se encontraron a su hijo Sergio en su habitación, recogiendo apuradamente algunas pertenencias. Ella corrió a abrazarlo y ambos intentaron hacerlo reflexionar. Con lágrimas en sus ojos, le rogaron que se fuera a Israel; allí estaría seguro hasta que todo se tranquilice.
– No me puedo ir, la orga me necesita… Es por un tiempo nada más… – el joven trató de tranquilizarlos-
– Sergio ya tenes 27 años… ¿cómo vas a mantenerte?¿Hasta cuándo te vas a escapar? No te puedo seguir ayudando toda la vida… – le dijo Alex bruscamente-
– Papá, yo me arreglo. No te preocupes.
– ¿Hijo, cuándo te vamos a volver a ver? – preguntaba Inés con resignación-
– No me busquen, no pregunten por mí, yo me voy a estar comunicando.- les dijo el joven mientras se iba con su bolso a cuestas.-

Nuevamente veían partir a su primogénito desde el ventanal del living que daba a la calle. Allí lo aguardaban a bordo de un Renault 6: dos monjas y un sacerdote, muy jovencitos. Más que religiosos, parecían estar preparados para ir a una fiesta de disfraces. Su vocabulario y ademanes eran impropios de sus vestiduras. Tal vez pertenecerían a alguna nueva corriente tercermundista, ambos razonaban. Entre tanto, antes de subir al automóvil, Sergio se colocó una sotana y salieron rápidamente por Avenida del Barco Centenera con rumbo hacia Avenida Cobo.

La desazón fue total. No podían entender cómo, cuándo y por qué su hijo dejó el judaísmo y se convirtió en un sacerdote católico. Ambos contemplaban la ventana con la mirada perdida como si estuvieran siguiendo la estela de humo que dejó el auto en que su hijo partió. Pero, de forma repentina Inés rompe la monotonía, e increpa a su marido:
– ¡Es tu culpa! Te dije de entrada que era un error no darle educación judía a nuestros hijos. En la escuela lo adoctrinaron con los manuales peronistas.- refunfuñaba de bronca-
– Con el diario del lunes, tengo que asumir que me equivoqué. Mis sueño era que nuestros hijos crecieran asimilados, y tuvieran las mismas posibilidades que cualquier chico de su edad.- Alex trato de reflexionar sin ocultar su dolor-
– Me arrepiento tanto de no haberlos llevado al schule por mi cuenta. – se seguía lamentando Inés-
– Todavía recuerdo cuando le regalé su primer pelota, y le decía a todos orgullosos que se la dio la fundación Eva Peron. Al igual que la máquina de coser que con tanto esfuerzo pudimos comprar, pensaba que te la regaló Peron. – recordaba con decepción-
– Nunca te conté el día que Sergio vino a casa con varios compañeros. Aquel día llevó el cuadro de Herzel del living a la cocina y en su lugar puso el de Eva Perón. Me pidió perdón y me dijo que si en la orga se enteraban que era sionista, lo podrían excluir… -respondió Inés-
– No puedo cambiar el pasado… pero si sobrevive a esta locura, en algún momento va a reflexionar y se va a dar cuenta que ni Perón, ni nadie lo va a proteger, ni le va a dar de comer, y va a recordar los valores que le enseñamos. -Se esperanzaba Alex-

Unos minutos más tarde, la charla fue interrumpida por el constante ruido del timbre. Al demorar en abrir, se escuchó un fuerte estampido. Alex bajó por la escalera a toda velocidad y atónito observaba como la policía había derribado la puerta e ingresado a su hogar. Revisaron toda la casa, estaban buscando a Sergio. Un vecino dio aviso que se encontraba allí. Lo acusaban de haber matado a Miguel, el policía de la cuadra, para robarle su arma.

Alex e Inés estuvieron detenidos durante dos días. Al regreso al hogar, hallaron toda la casa revuelta, alfombras y paredes rotas. La policía buscó hasta en los lugares más recónditos, algún elemento que vincule a su hijo con Montoneros. Sin embargo, unas horas antes había logrado evacuar todo lo que pudiera incriminarlo.

Luego de unas semanas de permanecer en su casa, a la espera de alguna noticia del joven, Alex se decidió a salir un poco. Necesitaba distenderse. Era domingo y jugaba River contra San Lorenzo. Su equipo marchaba puntero del Torneo Metropolitano, pero desde que dejó de ir a la cancha, el equipo dirigido por Labruna perdió tres partidos al hilo y apenas logró empatar contra Temperley el fin de semana anterior. El liderazgo corría peligro; además, Boca y Huracán cada vez estaban más cerca.

Como cada vez que Alex iba al Monumental, puesto su gorrito blanco y rojo, iba escuchando en el camino en su radio Spika, la transmisión de José María Muñoz. Su rutina, continuaba al esperar el colectivo 42 en la parada de Centenera y Salvigny. Ese día el colectivo se llenó en Pompeya, estaba mezclado, entre hinchas de River y San Lorenzo. El clima era ameno, y los hinchas del Ciclón sacaban chapa de ser los últimos campeones, y de los dieciocho años de frustraciones que llevaban los de Nuñez.

Al llegar al estadio, se ubicó como siempre en la tribuna popular local casi pegado a la platea Belgrano. Se respiraba tensión y nerviosismo en el estadio, por el temor a una nueva desilusión. Sin embargo, los hinchas se esperanzaban con la vuelta de Alonso al equipo, tras una larga suspensión. Mientras salían los equipos, fue sorprendido por su hijo en la tribuna. No lo había reconocido, con bigote, lentes oscuros y disfrazado como si fuese un abuelo. Sin embargo, el encuentro entre padre e hijo fue frío. Alex estaba distante, y su hijo estaba atento a que nadie lo descubriese. Temía que podrían estar siguiéndolo. Aunque poco le importó, pues extrañaba a su padre y anhelaba ver a su equipo campeón después de tantos años de frustraciones.

El desarrollo del partido les robó la atención. En el segundo tiempo, River atacaba y no podía convertir; entonces cuando las esperanzas se desvanecían, el Beto Alonso, aprovechó una mala salida de Irusta, tras un córner, y cabeceó la pelota con el arco vacío. La locura fue tal que Alex dejó sus enojos y abrazó a su hijo. Con el segundo gol, cerca del final del partido, Sergio se despidió de su padre y abandonó rápidamente el estadio con destino a la clandestinidad.

Aquel triunfo dejó al Millonario al borde de obtener un nuevo campeonato, tras dieciocho años de espera. Al retirarse del Monumental, Alex se fue con una sensación ambigua. Por un lado contento de ver a su hijo y que ganó River. Pero, por el otro había notado que Sergio tenía marcas de golpes en el rostro y estaba muy delgado. La adrenalina del partido lo llevó a no decir nada en ese momento, pensando que tal vez podrían charlar al finalizar. Sin embargo, el joven se desvaneció en medio de la multitud.

Tras un largo tiempo de incertidumbre, durante una cálida madrugada de verano, la apacibilidad de la noche se rompió con la detonación de varios tiros. Inés se asomó por la ventana de su habitación en la planta alta, y pudo observar como su hijo se tiroteaba contra dos personas que le disparaban desde un auto. Despertó a su esposo y salieron rápidamente hacia donde estaba su hijo. Lo encontraron herido con un tiro en la pierna y otro en el abdomen. No podían llevarlo al hospital, porque quedaría detenido y tal vez lo dejarían morir. Así que llamaron a un médico amigo de la otra cuadra, quien lo operó de forma rudimentaria en la casa, y luego lo llevaron a lo de un familiar en Villa Crespo para esconderlo.

Luego de dos semanas convaleciente, Sergio se recuperó y les contó a sus padres, lo sucedido: – Me quisieron matar mis propios compañeros. Fui juzgado en juicio revolucionario y condenado a muerte. Me acusaron de sionista y traidor; porque me negué a ir al Líbano a entrenarme y a ser un enlace con la OLP. No puedo estar con los enemigos de Israel. ¡Se trata de mi pueblo, mi identidad, mis raíces! De milagro, logré escaparme y me siguieron hasta la puerta de casa. La orga, perdió totalmente el rumbo y se alejó de la causa peronista.
– Te lo dije Inés hace algunos años… finalmente tuvo presente los valores que le enseñamos. ¡Lo recuperamos! – Estaba tan feliz, como el día en que fue papá por primera vez-

Por medio de un amigo, Alex logró contactar a la Agencia Judía (SOJNUT), y tras unas semanas consiguieron la documentación necesaria, y finalmente pudieron envíar a su hijo a Israel a comenzar una nueva vida.

Historia ficcionada basada en hechos históricos reales.
Por Ruben Budzvicky
Ilustración: Sabrina Fauez

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

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