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Nada es para siempre…

Durante su vida, Elías Bertzewicz, fue de todo un poco: futbolista, director técnico, aparador de calzado y comerciante. Actualmente, ya con noventa años, se reinventó como Asesor de fútbol; en una prestigiosa Universidad de Estados Unidos, en donde reside hace casi veinte años. En el país del norte valoraron su experiencia y trayectoria; pero, en  Argentina “lo jubilaron” -futbolísticamente hablando- y lo perjudicaron económicamente con las políticas de estado, destinadas a las personas de la tercera edad.

 

Los años noventa fueron momentos difíciles para muchos argentinos: el empleo escaseaba, la industria nacional se desangraba y la corrupción política estaba a la orden del día. La crisis económica desembocó en el estallido social de diciembre de 2001.

El colapso provocó la emigración de casi un millón de argentinos, en busca de un futuro mejor. Entre ellos, se encontraba “el hormiga” Elías, que junto con su esposa partieron rumbo a norteamérica. Éste, siempre fue una persona inquieta y trabajadora, y por ese motivo se ganó su apodo de “hormiga”.  Mientras en el verano todos estaban de vacaciones, él siempre trabajaba para estar tranquilo durante el año. Él tenía un lema en su vida: “Nada es para siempre”, por ello vivía preocupado por el mañana y buscando nuevas posibilidades para subsistir. No era para menos. Sus padres habían logrado escapar de las garras del Zar y emigrar a Argentina, a principios del siglo veinte. En Buenos Aires, donde esperaban hallar paz, tranquilidad y prosperidad, se encontraron con un pogrom que le costó la vida a cientos de judíos, entre ellos, dos de sus tíos paternos.

 

Sucedió que al terminar la escuela primaria, su padre, don Aarón, no le permitió ingresar al colegio secundario, pues decía que tenía que trabajar y aportar dinero para la familia. Así fue que a los trece años, Elías comenzó a trabajar como aparador de calzado en el taller de su padre. No obstante, el anhelaba algo más para su vida. Su gran pasión era el fútbol.

Sus amigos del barrio decían que era un “crack”, y que tenía que probarse en algún club. Pero, sus responsabilidades laborales le impedían hacerlo. Los fines de semana organizaba junto a sus amigos, partidos contra chicos de otros barrios, en el Parque Chacabuco. Por su oficio, él era el encargado de armar la pelota. Lo hacía con viejos harapos y retazos de cuero, que tomaba del taller, y a escondidas cosía con la máquina. Su creación parecía casi una pelota de tiento.

 

Pero, sucedió que un día, entre tanto que sacaba un par de zapatos de su envoltorio de diarios, así como los habían dejado para su compostura; leyó un aviso que decía: “Vení a probarte a San Lorenzo de Almagro. Buscamos jugadores  categoría 1930, presentarse el sábado 10 de Febrero de 1945, a las 10 hs. en Avenida La Plata 1782”. La ansiedad lo invadió y a partir de allí, no pudo dejar de pensar en ese aviso. Pensaba que tal vez podría ser la última chance de cumplir su sueño. También reflexionaba en que si quedaba en San Lorenzo, podría cumplir con sus tareas laborales, ya que el club le quedaba muy cerca de su casa. Por esa razón, se había resignado a la idea de no poder jugar en Argentinos Juniors, el club del que era hincha desde la infancia.

 

Tras una larga discusión con su padre, éste, le permitió ir a probarse al club de Boedo, siempre y cuando cumpliera sus diez horas de trabajo diarias. Así que, la noche previa comió liviano y se acostó temprano. Pero, fue en vano, no pudo conciliar el sueño, imaginando jugadas, gambetas y goles. Ya casi dormido, escuchó una voz aguda y pausada desde la puerta de la habitación que le decía:

“El jugador distinto, no sólo hace goles, sino  que hace jugar a sus compañeros”.

En medio del sueño, supuso que era Dios que le hablaba como al Profeta Samuel en medio de la noche; pero, rápidamente se dió cuenta que fue el consejo de su padre.

Llegó la hora de demostrar su habilidad. Era una fresca mañana de verano, las nubes dominaban los cielos y le cerraban el paso al sol. Elías pudo demostrar todo su potencial como delantero. Logró meter tres goles, y desplegar toda su magia con gambetas y grandes asistencias a sus ocasionales compañeros.

Todo el mundo lo felicitaba por su gran desempeño, aunque para su sorpresa y la de todos, no quedó seleccionado.

La desilusión fue muy grande, había hecho todo bien, pero no lo ficharon.

La fría respuesta que tuvo del encargado del club, fue:

“Jugas muy bien, pero estamos buscando defensores. Volvé el año que viene”.

El sueño parecía terminado. Se imaginaba trabajando en el taller junto a su padre por los siglos de los siglos.

 

En un momento, observó un gran alboroto entre varios de los chicos que no habían superado la prueba. Uno de ellos, tenía el dato que ese día en Huracán también había prueba de jugadores, y se estaban organizando para ir. Dada la cercanía, se fueron caminando todos juntos hasta Parque Patricios, en busca de una revancha. Elías fue con ellos,  y otra vez volvió a sobresalir con su juego. Sólo que esta vez, lo recibieron con los brazos abiertos y lo ficharon enseguida como nuevo jugador del Globo:

“Tenemos al nuevo Masantonio” – gritaba uno de los técnicos del club.

 

Su debut en la primera de Huracán, se debió a un hecho histórico: “la huelga de futbolistas” del año 1948, cuando los jugadores profesionales cansados de las arbitrariedades de los clubes, el escaso pago y los contratos abusivos, entraron en huelga;  por lo tanto los equipos tuvieron que afrontar muchos partidos con jugadores juveniles.

El azar le jugó una buena pasada a Elías, le permitió llegar a la primera antes de tiempo y consolidarse entre los titulares. La crisis de los futbolistas profesionales para “hormiga” y tantos otros, fue una gran oportunidad.

 

El día del debut frente a Estudiantes de la Plata estaba muy nervioso. Le temblaban las manos y había vomitado varias veces en el vestuario. Al salir al campo de juego, logró divisar a su padre en la platea casi al borde del césped, que le gritaba:

“Elías disfruta del partido.” 

El partido término uno a cero a favor de Huracán, y el gol lo anotó el debutante Elías Bertzewicz. Sin embargo, su carrera como jugador se extinguió rápidamente.

 

Sucedió que, en el campeonato de 1953, en un partido ante River en el monumental. Lamentablemente, se rompió el ligamento cruzado  anterior de la rodilla derecha y no pudo volver nunca a jugar de forma profesional. Lejos de deprimirse, y sabiendo que nada es para siempre, con el dinero ahorrado en su fugaz carrera profesional, compró una parada de diarios en el microcentro, y un local de venta de zapatos en el barrio de Pompeya.

Era demasiado inquieto como para detenerse a estar mal y lamentarse por ese obligado y prematuro retiro del fútbol. Tenía que seguir trabajando y viviendo…

 

Unos años después volvió a relacionarse con el deporte; pero, esta vez del otro lado de la línea de cal: se puso el buzo de D.T. y comenzó a entrenar a los juveniles en Huracán.

Luego pasó por Ferro, Estudiantes de la Plata y River Plate, entre otros equipos. Además se dio el gusto de trabajar en Argentinos Juniors, el club de sus amores. Bajo su gestión, cientos de chicos llegaron a primera y quienes no lo hicieron contaron con las herramientas necesarias para desenvolverse en la vida.  Como gran visionario, en cada club que dirigió, estableció como obligación estudiar en el nivel secundario y pasar de año como condición para seguir jugando.  Fue un adelantado para ese tiempo.

 

Su carrera como técnico terminó de forma inesperada.  Don Vicente, el Presidente del Club, no respetando su trabajo, trayectoria y vigencia; lo jubiló, diciéndole:

“Tus métodos de trabajo están obsoletos, los jugadores no te entienden. Necesitan a alguien más joven. Gracias por todo lo que nos diste, pero no te vamos a renovar el contrato”.

 

Elías sentía que su vida era un sube y baja constante. Siempre le pudo hacer frente a todas los problemas y adversidades que se le presentaron. Sin embargo, la crisis del 2001 lo terminó de destruir. Con setenta y un años, lo había perdido todo. Le quemaron su parada de diarios, en el microcentro, durante las protestas de diciembre y su negocio de zapatos término fundiéndose definitivamente.

Sus ahorros se consumieron y los que tenía en el banco quedaron atrapados por el “corralito”. Sólo le quedaba una mísera jubilación mínima, y del fútbol, sólo recuerdos.

 

Pero, como el azar es gran protagonista en la vida del futbolista -para bien y para mal- así lo fue con Elías, y volvió a aparecer en su hora más crucial, a través de un llamado desde Estados Unidos; para ofrecerle  trabajo como Asesor de fútbol en la Universidad de Michigan. Muy a su pesar, armó las valijas y emprendió una nueva aventura con su esposa Mónica. No sabía inglés, no conocía la Universidad donde iba. A los setenta y dos años emigraba en busca de un futuro mejor; como lo habían hecho sus padres en el siglo anterior.

 

Ya radicado definitivamente en Norteamérica, recibió llamados y e-mails de la Asociación del Fútbol Argentino para rendirle un homenaje por su trayectoria. Claro que él, todavía dolido con su país, que lo había descartado como trapo viejo, se negaba sistemáticamente a cada una de las invitaciones, diciendo, como excusa, que los homenajes son para aquellos que se han retirado, y él estaba en plena actividad. Tras largos años de insistencia, Mónica logró convencerlo de aceptar el homenaje. Su gran argumento fue que ni siquiera tendría que viajar a Argentina, pues la reunión sería a través de la plataforma Zoom.  El contexto ayudó.

 

Así que al llegar la hora de conectarse para la reunión,  “Hormiga” Bertzewicz, gambeteó a su esposa que le había preparado el mejor traje para el homenaje y se conectó vestido con ropa de trabajo: el jogging  y la gorra de la Universidad de Michigan. Mientras el anfitrión lo presentaba y narraba su biografía, se escuchaba de fondo los gritos de bronca de su mujer. ¡Un papelón!  Pero, el homenajeado lo disfrutaba. Su actitud era hostil, indiferente e infantil. Su semblante empezó a cambiar cuando pasaron un video con muchos testimonios de jugadores que él había dirigido. Las palabras de gratitud, lealtad y cariño hacia su persona comenzaron a derretir su frialdad y hostilidad, dando paso a la emoción.

Mónica ya no estaba enojada, sino más bien lloraba de la emoción por lo que escuchaba a lo lejos. Todos se pararon en sus casas y los aplaudieron de pie por largos minutos. Era una manera de redimir a una leyenda viva del fútbol que fue vituperada en su plenitud, y abandonada en su peor momento.

El anfitrión del evento, le preguntó a Elías si deseaba decir unas palabras, y éste aceptó gustosamente:

 

  • “Muchas gracias a todos. Ya no esperaba nada del fútbol argentino, pero nada es para siempre. Hoy siento que nos volvemos a amigar. Una parte de mi vuelve a estar en paz. No voy a hablar de mi historia, la pueden googlear o mejor comprar mi libro… Nunca me gustaron los homenajes, porque me considero vigente. Aunque voy a aprovechar la ocasión, para homenajear publicamente a mí esposa Mónica. Llevamos juntos casi setenta años. La conocí en los bailes de Odessa… yo no podía bailar estaba en muletas con el ligamento roto, y sin embargo ella se fijó en mí,  sin saber que era jugador, ni nada. Me dio apoyo y contención, al retirarme con veinticuatro años. Me animó a seguir en el fútbol como entrenador y cuidó de mis negocios en mi ausencia, aparte de criar con dedicación exclusiva a nuestros dos hijos. Me contuvo en el dolor cuando me jubilaron del fútbol y se bancó empezar de cero a los setenta años, a ocho mil kilómetros de casa. Ella es todo para mí, la amo con todo mí ser.

Quiero que valoren a sus esposas, novias o el rótulo que les den, y sean atentos. Ellas también hacen un gran esfuerzo estando detrás de cada uno; sea como jugadores, entrenadores o dirigentes. 

Nunca se olviden que están formando primero personas y luego futbolistas. Nuestro trabajo  es muy importante cuando un jugador llega a primera. Pero, es más importante cuando aquel que no llega, puede terminar la escuela y estar provisto de herramientas para desenvolverse en la vida. Nuestra responsabilidad no termina cuando un juvenil es profesional, o se va del club; sino más bien, recién comienza, porque ahí se verá si la enseñanza que le dimos fue buena o mala.

Puede que las generaciones venideras se olviden de nosotros, pero tenemos que lograr perpetuarnos en valores, enseñanza y respeto.

De esa forma se podrá decir si triunfamos,  o fracasamos, en nuestra profesión, como entrenadores y formadores.

Gracias por la paciencia. ¡Hasta la próxima!”

 

 

 Historia ficcionada.

 Por Ruben Budzvicky

Ilustración: Sabrina Fauez

 

 

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

 

 

 

 

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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