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El enigma llamado Rasputín

Rasputín

 

“Toda revolución se evapora y deja atrás una estela de burocracia”.

-Franz Kafka.

Grigori Yefímovich Rasputín, no era un monje, ni tampoco era un místico, es la historia. Pues sí. Analfabeta, inmoral y lleno de múltiples perversiones, el “monje maldito” llegó a influir de forma directa en la mítica, aristocrática y misteriosa Rusia zarista. En aquella Rusia imperial, tuvo lugar uno de los más recordados eventos de la historia mundial. La Revolución rusa, aquella que comenzó en febrero de 1917 y terminó con la Revolución bolchevique o Revolución de Octubre, que terminó con el fusilamiento de la familia Romanov y dio paso al nuevo gobierno liderado por el líder de la revolución Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin.

Muerto Lenin, en el poder lo sucedería Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, alias Stalin, asimismo, antes de personajes como estos, o, como Lev Davídovich Bronstein, alias Trotsky, Rasputín fue además que el inicio del anunciado fin para los zares, el primer advenedizo en la otrora sociedad noble rusa.

Rasputín, como leyenda, representa la falta de autonomía de una clase gobernante, de su gobierno y de esa sociedad en sí. Acaeció en Rusia, pero también, sucedió en Europa, un ejemplo es Hitler, que por medio de sibilinas intrigas tomó el poder, aprovechando un momento de vulnerabilidad dentro del gobierno del senil ex héroe de guerra y en aquel entonces presidente de la República de Weimar, Paul von Hindenburg.

Así mismo, Grigori Rasputín, nacido en Pokrovskoe, en la remota y gélida Siberia; hizo una peregrinación a Tierra Santa, pasando por Grecia. Luego, llegó desde el monasterio San Nicolás de Verjoturie, en los Urales a la corte del Zar, en la muy refinada y europeizada San Petersburgo, conocida también como Petrogrado.

Rasputín había penetrado en la corte del Imperio más grande de la época, y no pensaba dejar su lugar privilegiado en el corazón de aquel lugar. Aquel esfuerzo le costó trabajo, pero, a su vez, se le dio de forma natural, en medio del misticismo, del esoterismo y de las artimañas que profesaba para lograr sus fines, tan sórdidos, como cándidos.

Azotados o flagelantes, en ruso jlystý o khlysty, era la secta a la que Rasputín pertenecía. Como todos los que llegan al poder, pertenecía a un grupo disidente, secreto, misterioso, enigmático y, sobre todo, soberbio. Aunque este grupo de los flagelantes, ligado de forma sectaria y marginada a la Iglesia Ortodoxa Rusa, tenía la particularidad de realizar asambleas o rituales “religiosos”, en los que el “selecto” grupo tanto de hombres como de mujeres, luego de entrar en trance por medio de algún alucinógeno, embriagarse, azotarse con ramas o telas entorchadas, bailar en círculos, y tener prácticas sexuales desenfrenadas, este grupo terminaba con el arrepentimiento y posterior a eso con la purificación. Creían expiar sus pecados por medio de todo esto. Sostenía el hombre de Pokrovskoe que, «Se deben cometer los pecados más atroces, porque Dios sentirá un mayor agrado al perdonar a los grandes pecadores».

Además, alguno de los participantes, era el elegido, en el que el mismo Jesús había “reencarnado” y el hecho de tener intercambio físico con él, convertía el pecado en virtud. Y Rasputín ostentaba el título de ser esa reencarnación del dios humanado. Aunque por absurdo que pareciera, no solo los menos ilustrados accedían ante semejante ardid, sino que la propia zarina Alejandra cayó en las redes de Rasputín, convirtiéndose en su amante. También otras damas de la refinada aristocracia rusa fueron engañadas y seducidas por Rasputín. E, incluso, hombres también; entre ellos, el príncipe Félix Yusúpov, sin duda, el más celebre, no solo por ser el asesino de Rasputín, sino por ser el terrateniente más faraónico de toda Rusia hasta la Revolución de Octubre.

Rasputín, fue presentado a la princesa Militza de Montenegro, gran duquesa de Rusia, y, asimismo, ella lo introdujo a la zarina Alejandra, que había heredado la hemofilia de su abuela la reina Victoria de Inglaterra, al igual que lo haría su hijo, el zarevich Alekséi. La zarina vio en Rasputín, la salvación de su hijo, pues en efecto, la fama que tenía el siberiano de curador, no era tan equívoca, y logró detener la hemofilia del zarevich, quizá solo fue que restringió el uso de la recién descubierta “aspirina”, que hoy es bien sabido esta contraindicada para pacientes con hemofilia.

Sobre las Centurias Negras, que era un movimiento abiertamente antisemita, compuesto por todo tipo de criminales, miembros de la policía, funcionarios públicos, obreros, campesinos, clérigos de la iglesia ortodoxa, e incluso terratenientes y burgueses, que se habían juntado, llegando a ser 300 mil sus miembros, con el fin de asaltar a la minoría judía que residía en Rusia e inclusive inmediaciones. Rasputín estuvo al principio a favor de este movimiento, pues le favorecía que el Primer ministro y ministro del Interior, Piotr Stolypin, que además era el único político sensato del momento, fuera destituido. De hecho, Stolypin, que, si bien era conservador y defendía la autocracia zarista, también era un reformista, y hubiera podido detener el descontento social, como lo alcanzó a lograr cuando convirtió a 9 millones de campesinos en propietarios. De igual forma, Stolypin buscaba que tuviera fin la discriminación y persecución hacia los judíos.

Stolypin fue de los pocos que no se dejó vislumbrar por la misteriosa figura de Rasputín, sino que más bien repudio y hasta lo llamó “reptil”. E inclusive, promovió en 1911 el destierro de Rasputín de la corte, sin la opinión del Zar Nicolás y de su esposa Alejandra, a su vez, amante del monje siberiano. El intentó de deshacerse de Rasputín fracasó, y, por lo contrario, hizo que la relación entre los zares y el ministro se viera afectada. Stolypin ese mismo año fue asesinado y esto significó una gran pérdida para la Rusia zarista, luego bolchevique.

Ahora bien, si Rasputín apoyó en un principio las Centurias Negras, no lo seguiría haciendo, cuando se convirtió en su objetivo. A principios de 1914, Rasputín le había dicho a un periodista italiano: “Si Dios quiere no habrá una guerra, y yo estaré muy ocupado por haberlo adivinado”. Y, la Gran Guerra estalló, así que, para ese año, Rusia había entrado en la guerra y tendría que retirarse antes de que terminará, pues los alemanes destruyeron a las desarmadas tropas rusas y sería también una de las causas del fin de la autocracia zarista, como también, de la revolución.

Rasputín advirtió que no se debía enfrentar a Alemania, convirtiéndose de inmediato en enemigo de la aristocracia, el Estado mayor del Ejército y la Corte imperial. Fue acusado de demoniaco, de antipatriota, y hasta de espía.

¿Por qué Rusia se fue al abismo? Seguro no fue culpa de Rasputín, como algunos lo sostienen.

En la Francia de Luis XVI, la ineptitud, la falta de entendimiento del momento, la negligencia y la porfía, con la que el gobernante francés, casado con una extranjera, la austriaca Maria Antonieta, con esas mismas cualidades, y otras más, sepultaron su trono y condenaron aquella dinastía. Al igual, en la Rusia de Nicolas II y Alejandra de Hesse-Darmstadt, extranjera, protestante, convertida a la ortodoxia rusa bajo el nombre de Alejandra Fiódorovna Románova, amante de un polémico campesino siberiano y casi analfabeta, no fueron capaces de entender lo que sucedería a causa de tener millones de personas en una situación de carestía extrema.

Del mismo modo, la aristocracia, tanto francesa como rusa, sucumbió ante la reforma que trajo la revolución, y sus cabezas rodando pagaron el precio de la inconciencia. Mientras tanto, jóvenes pensadores revolucionarios y reformadores como Maximilien de Robespierre, que instaurará en su momento el régimen del Terror, acabando con la otrora clase gobernante; y Vladímir Ilich Uliánov que ordenará el fusilamiento de toda la familia Romanov, gobernante del extinto Imperio ruso, impondría y daría a conocer al mundo, además, el sistema socialista, o el modelo comunista. Ese mismo que hacía unos años un alemán llamado Karl Marx había plasmado en un libro con el fin de cambiar el mundo, bajo el nombre de “El Capital”.

Rasputín, fue asesinado el 30 de diciembre de 1916, casi en la víspera del año nuevo, en el palacio Yusúpov en el rio Moika. Fue abatido entre el príncipe Félix Yusúpov, el gran duque Dmitri Pavlovich y el diputado Vladímir Purishkévich, líder de las Centurias Negras. Esto fue el punto de inflexión del fin de la familia Romanov.

El místico que en efecto era Rasputín, también lo convertía en profeta. Escribió a la zarina Alejandra que, si el moría a manos del campesinado, no pasaría nada con Rusia, pero, que, si moría a manos de la aristocracia, en dos años el zarismo desaparecía del todo, y con ello todo lo que se conoció de Rusia. Y así fue, en 1918, en Ekaterimburgo, fueron fusilados los zares y sus hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alexei.

En octubre, del calendario juliano, Rusia sucumbió al gran cambio que transfiguró a toda esa sociedad, a esa nación, y al mundo entero. Ahora bien, Winston Churchill bien dijo sobre Rusia “es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

Así, en la actualidad, continúan existiendo individuos en los altos gobiernos, similares a Rasputín, que solo son una consecuencia natural de los vacíos de poder que deja la corrupción, la burocracia abrupta y absurda, también, la falta de empatía de los gobernantes con el pueblo. De ello desprenden varias malas decisiones, errores fatales, la defensa de interés muy particulares por encima del bien general. Y, entonces, algunos “rasputines”, o incluso, algo mucho peor, aconsejan de manera insensata e impúdica que se retiren las tropas de Estados Unidos en Afganistán. Al igual, desvergonzados “políticos” instan a marchas en contra del mismo pueblo, aun, sin ningún tipo de pudor, dejan ver sus maletines llenos de dinero que serán empleados para cualquier tipo de ilícito. Esos mismos, despreciables individuos, son los potenciales detonadores de cualquier guerra o revolución. Son todos unos “reptiles” como dijo Stolypin del enigmático Rasputín.

 

Por David A. Rosenthal

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