El 27 de enero recordamos el Aniversario del Holocausto, que no solo acabó con la vida de millones de judíos, sino también millones, que por distintas razones – raza, credo, opinión política, etc – fueron consideradas indeseables y condenadas a morir en condiciones inimaginables. En ese complejo del horror, las campos de concentración, hay miles de historias de actos de solidaridad, y traemos a los lectores una de ellas. El caso de Monseñor Maximiliano Kolbe. Pocos conocen esta historia extraordinaria, que para muchos es un mártir en el medio del horror de Auschwitz. Esta es la historia de un  sacerdote católico polaco, que sacrificó su vida, para salvar la de otro prisionero, condenado nada menos que a morir de inanición.

En 1894, en la localidad polaca de Zdunka Wola vino al mundo, Maximiliano Kolbe. En 1906, el futuro santo tuvo una visión de la Virgen María, quién según el testimonio de la propia madre de Kolbe señaló Mamá, cuando me reprochaste, pedí mucho a la Virgen que me dijera lo que sería de mí. Lo mismo en la iglesia, le volví a rogar. Entonces se me apareció la Virgen, teniendo en las manos dos coronas: una blanca y otra roja. Me miró con cariño y me preguntó si quería esas dos coronas. La blanca significaba que perseveraría en la pureza y la roja que sería mártir. Conteste que las aceptaba… [Las dos]. Entonces la Virgen me miró con dulzura y desapareció. En 1907 ingresó al seminario menor  de los franciscanos conventuales. En esos tiempos, Polonia estaba dividida entre Rusia, Alemania y Austria Hungría. En 1912 marchó a Roma a continuar sus estudios religiosos y en 1919 se doctoró en Filosofía y Teología. De regreso a Polonia, ya erigido estado independiente, comenzó una activa vida pastoral, haciendo uso de los medios de comunicación, tanto radiales, cine como la prensa escrita. Fue docente en el seminario de Cracovia entre los años 1919-22. Polonia tiene una existencia agitada en esos años, por la inestabilidad política, los problemas económicos de integrar regiones que durante siglos estuvieron separadas de Polonia, además de la situación de las minorías nacionales. En este contexto, el general Pilsudski, héroe de la liberación nacional, se transformó en una figura central, que derivaría hacia posiciones autoritarias para la década del 30.

Editor de varias publicaciones especializadas en temas religiosos, destacándose la revista Caballero de la Inmaculada». En 1939, esta revista era realmente popular, con una tirada de 750.000 ejemplares. En el marco de su labor religiosa, fundó en 1927 la Ciudad de la Inmaculada, un espacio donde llegarían a vivir un millar de religiosos. Fue una idea innovadora en su tiempo, dado que contaba con su imprenta, bibliotecas, central transmisora de radio, un proyecto sumamente ambicioso, lo que pone en evidencia, la cualidad de líder por parte de Kolbe.

Kolbe tuvo una interesante carrera vinculada al periodismo y como misionero. En 1930 llegó a la ciudad china de Shanghái, pero no tuvo mucho éxito en su labor. Esto lo llevó nada menos que a Japón, en 1931, donde fundó en el Monasterio del Jardín de la Inmaculada, en el distrito de Hongonchi de Nagasaki. Este centro religioso se salvó milagrosamente del ataque nuclear de Estados Unidos en 1945, permaneciendo en pie. Hasta el día de hoy es un centro sumamente importante para los católicos en Japón. Los viajes por Asia llevaron a Kolbe a la India. En 1933, Kolbe regresó a su tierra natal. En estos años en Europa era el auge de los fascismos y regímenes autoritarios, realidad que Polonia no escapó. En la vecina Alemania, Hitler alcanzaba la cima del poder. También es el resurgir de Rusia en la escena internacional, ahora como Unión Soviética de la mano de Stalin.

Las relaciones con Alemania de por si malas, se habían deteriorado al extremo, que terminó en la crisis del “Corredor Polaco” por la situación de la Ciudad Libre de Danzig, causa inmediata de la invasión alemana del 1 de septiembre de 1939. En las semanas que duró la guerra entre Polonia y el Reich alemán, Kolbe organizó un hospital de campaña en la “Ciudad de la Inmaculada” en Cracovia. Arrestado el 8 de septiembre de 1939, fue librado en diciembre de ese año. A pesar de tener ascendencia alemana, Kolbe se negó a inscribirse en la lista que realizaron los ocupantes. Seguramente, el haberse inscripto, le hubiera salvado de su trágico destino, pero Kolbe se sentía polaco y mantuvo dicha convicción. El convento de la Ciudad de la Inmaculada, siguió publicando obras religiosas, pero con mayor restricción. También fue refugio para 2.000 judíos polacos, que huían de las deportaciones que eran víctimas. La editorial comenzó a deslizar críticas al régimen nazi. En febrero de 1941, la Gestapo arrestó a monseñor Kolbe junto a otros frailes, estuvo detenido en una cárcel local, para luego ser enviado como prisionero nro. 16670 al complejo de Auchswitz. El país estaba en un proceso acelerado de germanización, lo que implicaba la eliminación del sustrato cultural y étnico polaco. Los primeros en la lista en esta política fueron los judíos, encerrados en guetos y luego enviados a campos de exterminio. En el caso de los polacos de fe católica, la idea de los alemanes era reducirlos al papel de mano de obra barata en campos y fábricas. Por ende su liderazgo cultural, político y religioso debía ser exterminado.  En 1940 fue lanzado el plan AB-Aktion, que significó la eliminación del clero, la aristocracia, referentes políticos, militares y culturales. Esto llevó a la muerte, ya sea en ejecuciones sumarias, como en los campos de trabajo, a la muerte incluso al más modesto maestro de escuela. En los primeros meses de la ocupación, cientos de miles de polacos fueron deportados de determinadas zonas, consideradas para ser germanizadas a corto plazo, a una zona conocida como “Gobierno General” en manos del siniestro Dr. Hans Frank, antiguo abogado de los líderes del partido nazi.  En el marco de esta germanización vale la pena destacar la separación de unos 20.000 niños, de sus familias, para ser germanizados y enviados con matrimonios alemanes que no tenían hijos.

La política de germanización, significó también un ataque directo a la Iglesia Católica, institución que tenía un milenio de presencia en Polonia y era la confesión religiosa que durante siglos de ocupación extranjera, fue elemento que aglutinó la identidad nacional polaca. Rápidamente ocupada Polonia, la iglesia como otras instituciones polacas, sufrieron el rigor de los nazis. En septiembre de 1939 en la Plaza del Mercado Viejo de Bydgoszcz, fueron ejecutados sumariamente muchos sacerdotes junto a miles de civiles, en el llamado “Domingo Sangriento”. La matanza de miembros del clero, afecto gravemente,  dado que miles percerieron en las duras condiciones de cautiverio. Se estima que el 80% de religiosos polacos terminaron en campos de concentración. En esos días oscuros, Radio Vaticano, informó sobre la abolición de organizaciones católicas bajo el llamado “Gobierno General”. En distritos germanizados de Polonia, en un área conocida como Watherland, las actividades de la iglesia Católica fueron prohibidas. En la ocupación alemana, los sermones solo podrían ser pronunciados en dicha lengua, fueron prohibidas cualquier peregrinación, etc.

En el marco del horror de Auchswitz, una de las reglas impuestas por las SS, era que si un prisionero se diera a la fuga, diez internos serían condenados a morir de inanición. En junio Zygmunt Pilawski, se fugó del sector donde estaba Kolbe. El oficial de SS selecciono a diez prisioneros, entre ellos estaba el  sargento polaco Franciszek Gajowniczek, quien relató lo siguiente Yo era un veterano en el campo de Auschwitz; tenía en mi brazo tatuado el número de inscripción: 5659. Una noche, al pasar los guardianes lista, uno de nuestros compañeros no respondió cuando leyeron su nombre. Se dio al punto la alarma: los oficiales del campo desplegaron todos los dispositivos de seguridad; salieron patrullas por los alrededores. Aquella noche nos fuimos angustiados a nuestros barracones. Los dos mil internados en nuestro pabellón sabíamos que nuestra alternativa era bien trágica; si no lograban dar con el escapado, acabarían con diez de nosotros. A la mañana siguiente nos hicieron formar a todos los dos mil y nos tuvieron en posición de firmes desde las primeras horas hasta el mediodía. Nuestros cuerpos estaban debilitados al máximo por el trabajo y la escasísima alimentación. Muchos del grupo caían exánimes bajo aquel sol implacable. Hacia las tres nos dieron algo de comer y volvimos a la posición de firmes hasta la noche. El coronel Karl Fritzsch volvió a pasar lista y anunció que diez de nosotros seríamos ajusticiados. Este imploró por su vida, dado que tenía a sus hijos huérfanos ante el oficial de la SS.  Kolbe enfermo de tuberculosis, dio un paso adelante y se ofreció en reemplazar al prisionero diciendo No tengo a nadie. Soy un sacerdote católico

Los prisioneros, entre ellos Kolbe fueron conducidos a un búnker subterráneo, donde serían privados de cualquier tipo de alimentación. El 31 de julio, Bruno Borgowiec, ayudante del celador de la sórdida prisión, señaló que Kolbe siempre estaba de rodillas o de pie junto a los detenidos, rezando o cantando a la Virgen María. Luego de dos semanas sin agua y comida,  y una atroz agonía por parte de los prisioneros, solo quedaba Maximiliano Kolbe, siempre rezando. Los hombres de la SS, decidieron inyectarle fenol para matarlo. Sus últimas palabras fueron “¡Ama a la Inmaculada! ¡Ama a la Inmaculada! ¡Ama a la Inmaculada!  Era el 14 de febrero de 1941. Su cuerpo fue incinerado como otros tantos millares de prisioneros víctimas de las atrocidades del régimen nazi.

En 1971 el Papa Pablo VI, beatificó a Monseñor Kolbe. En 1982, Juan Pablo II, papa de origen polaco elevó a Maximiliano Kolbe como santo. Sin ninguna duda un ejemplo de solidaridad y sacrificio por el otro

Kolbe fue una de las tantas víctimas entre millones de seres humanos que por su credo, raza, pertenencia política, o por ser considerado “diferente” al régimen siniestro del III Reich fueron condenados a morir en condiciones realmente atroces, construyéndose una infraestructura industrial para llevarlo a cabo, con el máximo nivel de eficiencia. Todo ello fue posible cuando el odio se apoderó de los pueblos, que envenenó sus almas y llevó a cometer crímenes contra la humanidad. El odio es motor del crimen y de las grandes tragedias. Es por ello, que el odio que envenena al ser humano debe ser combatido con todas nuestras fuerzas, para que el sacrificio como San Maximiliano Kolbe no sea en vano.

«Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos». (Evangelio según San Juan, 15.13

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro

Fuente: La Polis