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Un gran hito, pero no una sorpresa

Por Ezequiel Naidich

El día de ayer se dio a conocer la noticia del acuerdo para la normalización de las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, marcando un nuevo hito en la historia de Israel y el Medio Oriente. Jerusalem no había conseguido ningún otro acuerdo de este estilo desde 1994, al firmar la paz con el Reino Hachemita de Jordania.

Los Acuerdos de Abraham, cómo sería conocido, han sido cerrados en una conversación telefónica entre el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el presidente estadounidense, Donald Trump, y el príncipe emiratí, Mohammed Bin Zayed. En las próximas semanas, personal diplomático de las partes se reunirían para firmar los varios acuerdos bilaterales que fortalecerían la cooperación entre Israel y los Emiratos, además de establecer las relaciones diplomáticas. Un importante detalle del acuerdo es el compromiso israelí de no anexar los territorios de Judea y Samaria, demostrando que el plan era más una herramienta de negociación y movilización de apoyo que un verdadero programa a implementar.

Por más de que sea el tercer acuerdo de paz que Israel firma con países árabes, no debe sorprendernos este anuncio. Hacía varios meses que Abu Dhabi y Jerusalem trabajaban en la formalización de su acercamiento, que ya se viene produciendo hace años. El 2018 ya había regalado una joyita en la relación entre los países al ser tocado el Hatikva en una competencia de Judo que un israelí ganó en los Emiratos. En mayo de este año, la aerolínea Etihad voló por primera vez a Tel Aviv para proveer equipamiento médico a los palestinos en sus esfuerzos por contener el coronavirus.
El acercamiento entre Israel y los países árabes del Golfo Pérsico se debe, principalmente, a la pequeña guerra fría regional entre Arabia Saudita e Irán.

La conocida frase “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” se aplica y pone en una alianza estratégica a Israel con sus vecinos del sureste. Los emiratíes, saudíes e israelíes vienen cooperando informalmente en materia de seguridad. Además, iraníes y chinos acordaron en junio un boceto de tratado de cooperación por 600 mil millones de dólares a lo largo de 25 años en materia económica y militar, representando un enorme riesgo para la región.

La formalización de esta relación que existía hace tiempo extraoficialmente tiene raíces en ciertas necesidades de los tres gobiernos. La política doméstica israelí se encuentra en un momento de mucha tensión. El cuestionable manejo de la pandemia por parte del gobierno se suma a la ya difícil situación del primer ministro, investigado por la justicia en varias causas de corrupción, provocando masivas manifestaciones a lo largo de Israel. En Estados Unidos, por su parte, el apoyo de Trump de cara a las elecciones del 3 de noviembre cayó continuamente desde febrero. Mientras en ese entonces una reelección del presidente republicano parecía posible, hoy es muy improbable. Si bien no hay que tomar las encuestas electorales como una verdad revelada, se observa que Joe Biden, exvicepresidente y candidato demócrata, ya habría conseguido los votos necesarios en el Colegio Electoral.

Por esta razón, la consecución de un acuerdo tan importante es un éxito diplomático que ayuda a ambos en sus difíciles situaciones. Netanyahu se convertiría, junto a Menájem Beguín e Itzjak Rabin, en uno de los pocos primer ministros en establecer relaciones diplomáticas con países árabes. Además, derribaría las consideraciones de que solo se puede alcanzar la paz a través de solucionar el conflicto israelí-palestino o intercambiando tierras por paz. Bibi inauguraría una posible serie de acuerdos “paz por paz.” Trump también entraría en el exclusivo club de presidentes que consiguieron acuerdos de paz en Medio Oriente, algo que se había propuesto desde el comienzo de su mandato.
Al leer la declaración de los tres jefes de gobierno podemos encontrar mencionada la Mezquita Al Aqsa, ubicada en la Explanada de la Roca junto al Muro de los Lamentos en Jerusalem, y considerada la tercera más sagrada del islam. Esta ciudad es una de las arenas donde se disputa la rivalidad turca-árabe. Tradicionalmente, la vida musulmana en Jerusalem había sido patrocinada por Jordania, y Marruecos en menor medida. No obstante, en 2017 Israel advirtió la “invasión turca” en la ciudad a través de varios proyectos que buscan extender su influencia en la comunidad palestina de la ciudad. Desde entonces el gobierno ha estado abierto a la entrada de otros países a la ciudad milenaria, cómo Arabia Saudita y, más recientemente, Emiratos Árabes Unidos, para contener a Turquía.

A través de vuelos directos entre Abu Dhabi y Tel Aviv, los emiratíes podrían convertirse en patrocinadores de la mezquita Al Aqsa. Al mismo tiempo, pueden argumentar que consiguieron detener el plan de anexión de Judea y Samaria. Es decir, esta iniciativa no refleja la alianza contra Irán, sino también la puja por la influencia y el liderazgo del mundo árabe frente a Turquía, Qatar y la Hermandad Musulmana.

Es así como llega una nueva embajada árabe a Israel. Reflejando una alianza contra Irán, por un lado, y Turquía, por el otro, ya existente en la práctica y representando éxitos diplomáticos tan necesitados por los gobiernos israelí y estadounidense, Trump, Netanyahu y Bin Zayed acordaron el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Jerusalem y Abu Dhabi

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