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A 80 años del primer tren a Auschwitz: el prisionero que dibujó el horror para recordar a “los que han desaparecido en cenizas”

Fueron más de 400 los escenarios que Marian Kolodziej creó, la mayoría de ellos montados en el teatro Wybrzezeen de la ciudad polaca de Gdansk, en sus casi 40 años como escenógrafo. Formado en el instituto de diseño de escenarios de la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Cracovia -capacitación a la que le sumó cursos de gráfica, dibujo y pintura-, los trabajos que realizó entre mediados de la década del 50 y comienzos de la del 90 fueron aplaudidos por la crítica.

El reconocimiento a su trayectoria quedó plasmado en 2006, cuando en el Centro Cultural del Mar Báltico, también de la ciudad de Gdansk, recibió la Medalla de Oro a la Cultura. Sin embargo, todavía faltaban tres años para que Kolodziej terminara su obra cumbre, la que mayor tiempo le demandó y concibió a partir de la necesidad de realizar una rehabilitación de su sistema motriz: dibujar el horror vivido durante cinco años en los campos de exterminio nazi.

El trabajo se terminó convirtiendo en una terapia sanadora del alma y un homenaje a las más de 1.100.000 personas que fueron asesinadas por los nazis en Auschiwtz, el campo de concentración que funcionó en el sur de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y donde Marian estuvo prisionero.

Mi tren

El 14 de junio de 1940, hace 80 años, ingresó a Auschwitz el primer tren con prisioneros capturados por los nazis. Desde la cárcel de Tarnow fueron enviados 728 presos políticos, entre ellos Marian, por ese entonces un joven católico de 17 años que fue arrestado por el ejército alemán por integrar el Movimiento Scout, asumiendo que eran parte de la resistencia polaca.

A partir de ese día se convirtió en el prisionero número 432. Estuvo en cautiverio hasta que los nazis abandonaron Polonia y en esos eternos 59 meses -recién fue liberado en mayo de 1945- pasó por distintos centros de detención: Gross-Rosen, Buchenwald, Sachsenhausen y Mauthausen-Gusen. Aunque fue en Auschwitz donde más tiempo permaneció. Es más, lo prisioneros de aquel primer tren estuvieron a cargo de la construcción de buena parte de las edificaciones que formaron parte del campo de concentración y exterminio más conocido del mundo.

Al recuperar la libertad estudió, se transformó en escenógrafo y se casó con Halina Slojewska, una famosa actriz polaca. Completó una rica trayectoria hasta que en el amanecer de los 90 se jubiló. Pero casi no pudo disfrutar de la tranquilidad del retiro porque en 1993 sufrió un accidente cerebrovascular grave y su vida cambió en forma radical.

Mi terapia

Con la mitad del cuerpo paralizado, el médico le recomendó que dibujara para recuperar la psicomotricidad y cuando empezó a hacerlo le comenzaron a aflorar todos los recuerdos de los años vividos en los campos de concentración. Recuerdos que durante 50 años no compartió con nadie.

Convertido en un tornado de emociones, Kolodziej realizó más de 300 dibujos con los que fue armando el rompecabezas de la horrorosa experiencia que atravesó entre los 17 y los 23 años. A eso le agregó su vocación y oficio de escenógrafo para armar una muestra permanente a la que le sumó la ambientación y réplicas de elementos con los que convivió en los campos de concentración.

No hay luces ni brillos en la exposición, todo es austero y gris. A excepción del que representa a la Navidad, el resto de los dibujos son en blanco y negro. Entre el primer trazo y la inauguración de la muestra, pasaron 10 años, y la tituló “Los laberintos de la memoria de Marian”. Está claro que no fue un ejercicio sencillo para él.

Mi tierra

La muestra la armó en el subsuelo de la iglesia del Centro Franciscano San Maximiliano Kolbe, en Harmeze, localidad ubicada a tres kilómetros de Auschwitz. Eligió ese lugar porque durante su reclusión era llevado con el resto de los prisioneros a esos terrenos para plantar papas y picar piedras. Pero además entabló una gran amistad con los sacerdotes y con las misioneras de la Inmaculada, que tienen una residencia junto al edificio de los religiosos.

El padre Kolbe fue un franciscano que estuvo con Marian en Auschwitz y que ofreció su vida para salvar la de otro prisionero. Esa situación y esa actitud marcaron la vida del escenógrafo, y cinco décadas después quiso dejarles a los franciscanos la muestra como un agradecimiento.

El 13 de octubre de 2009, con 88 años y apenas tres meses después de haber inaugurado su obra, Marian falleció en un hospital de Gdansk. Diez días después sus cenizas se depositaron en una habitación del sótano de la iglesia que luego fue incorporada a la muestra. Al cumplirse el primer aniversario de su muerte se estrenó el documental “El laberinto”, en el que Kolodziej relata su experiencia en Auschwitz y realiza una especie de visita guiada por la muestra.

Mi máscara

“Este testimonio fue una reconciliación de mi vida con una parte de mi pasado que ha marcado fuertemente mi existir. El número 432 era una máscara. Durante tantos años de mi vida, una parte de mi historia estaba escondida, y tuve que sacarme esa máscara para saber cuál era mi verdadera identidad. Porque estaba adentro de mí y tal vez también la negaba”, explicó Marian en el documental.

A la muestra se ingresa por un ancho pasillo que tiene las paredes, el techo y el piso de madera porque replica al vagón en el que Marian ingresó a Auschwitz. Y en uno de los laterales están anotados los nombres y los números que le fueron asignados a cada uno de los 728 prisioneros que fueron transportados en aquel primer tren.

“Construí Auschwitz porque llegué allí en el primer transporte. También es cierto que durante casi 50 años no hablé de Auschwitz. Pero durante todo ese tiempo Auschwitz estuvo presente en todo lo que hice”, está escrito en uno de los sectores de la exposición de su puño y letra.

“Esto no es una exposición, ni arte. Estas no son imágenes, sino palabras encerradas en bocetos. Mi intención era cumplir el deber de recordar y dar testimonio de lo que el hombre le provocó a otro hombre. Todos los que estuvimos en Auschwitz y sobrevivimos hemos sido indeleblemente estigmatizados de por vida por la tragedia humana que tuvo lugar allí”, se lee en otro mensaje que Marian dejó en una de las paredes para los visitantes, junto a unas réplicas de los camastros de madera en los que dormían los prisioneros.

“Propongo un viaje por este laberinto marcado por la experiencia del tejido de la muerte. Es una representación de honor para todos los que han desaparecido en cenizas”, invita en otro texto.

Los dibujos son dominados por esqueletos, por figuras raquíticas, por muestras de dolor, de horror, de muerte. Si bien la mayoría de los bocetos representan los recuerdos de las experiencias insoportables de un joven, algunos cuentan historias de pequeños actos de bondad y dignidad.

Mis recuerdos

Cuando fue tomado prisionero, al igual que el resto de miles de los reclusos, la vida de Marian se fracturó en millones de pedazos y dejó de ser una persona. Y así lo refleja en los metros iniciales de la muestra, con un vidrio astillado con su nombre y el número 432 escrito con crudeza con un pincel de brocha gorda.

Luego, en los distintos ambientes creados en el amplio sótano, se destacan algunos dibujos entre los más de 300, en los que el polaco transmite sus recuerdos más significativos.

Está representada la campana que sonaba para despertar a los prisioneros, a las cuatro en verano y a las cinco en invierno, y para indicar que debían volver a las barracas luego de la jornada de trabajo para el recuento. En el regreso debían cargar a los compañeros muertos que no habían soportado otro día de hostigamiento y hambre, porque en el recuento tenían que estar todos.

Se destaca una imagen del rodillo que usaban para aplanar los caminos internos del campo, que de lo pesado que era debía ser movido por 22 prisioneros que ya no tenían fuerza ni para mantenerse en pie. Eso hacía que apenas un roce generara que alguno cayera y la orden era que debían aplastarlo.

También era pasaporte a la muerte no poder mantener el plato firme a la hora de recibir la flaca ración de sopa, porque era una muestra que estaban al límite de sus fuerzas y no iban a servir para trabajar al otro día. Y en un dibujo se representó él mismo, cuando ya exhausto comenzó a balancearse frente al encargado de servirle y fue salvado por dos compañeros que se le pararon a los costados y lograron que dejara de moverse. Marian decía que eso fue un acto de vida, por eso la imagen es muy luminosa.

En otra imagen está descripto el dolor más profundo por la muerte de un ser querido. Una de las funciones que Marian cumplió en el campo de concentración fue llevar los cadáveres al horno crematorio y un día al ir a cargar los muertos reconoció a uno de sus mejores amigos y con quien había sido capturado y enviado a Auschwitz. Decidió no ponerlo en el carro, lo alzó en brazos y él mismo lo ubicó en el horno. Tan dolorosa fue la experiencia que durante tres días no comió.

El horror con el que convivían los reclusos en el campo hacía que muchos llegaran al extremo de elegir el suicidio para terminar con el sufrimiento. Y la manera de hacerlo era correr y tirarse sobre el alambre de púas electrificado. Son varios los dibujos que recrean esa tragedia, y en uno se lo ve al propio Marian intentando rescatar a otro prisionero que se había enroscado en el tejido.

En distintas secuencias, muestra como su solidaridad le terminó salvando la vida. Como ya de muy chico dibujaba bien, en Auschwitz los nazis lo hicieron copiar los planos de los distintos campos de concentración que funcionaban en Polonia. Él aprovechó la ocasión para replicar los dibujos para enviárselos a través del ejército de la resistencia a las autoridades del gobierno polaco que estaban exiliadas en Inglaterra. Pero el papel carbónico que utilizó dejó marcas en el escritorio y fue descubierto y condenado a muerte.

Fue derivado al pabellón 11, donde debía ser ejecutado, pero a cargo de entregar las carpetas de los condenados a los verdugos estaba un prisionero que alguna vez había Marian había ayudado. Al realizar los dibujos de los mapas, los nazis en recompensa le daban dos pedazos de pan o una ración de sopa más abundante. En una oportunidad, estaba comiendo ese trozo extra cuando percibió la mirada desesperada de un prisionero que estaba a un par de metros, y le entregó su pan.

Nunca más volvió a ver a ese recluso, es más, ni lo recordaba. Pero al hambriento le quedó grabada la cara de Marian. Y lo reconoció ni bien lo vio entrar al pabellón de la muerte. Lo que hizo fue ir poniendo su carpeta siempre última en la pila y así logró retrasar la ejecución. Hasta que pudo mezclarla con la de los prisioneros que iban a ser trasladados a otro campo, y logró que el polaco se fuera de Auschwitz y le salvó la vida.

Mi mensaje

Ya sobre la puerta de salida, hay otro mensaje del autor. “Las últimas palabras que les puedo decir de esos cinco años vividos en los campos no tienen que ver con el mal, con la violencia, con ese sufrimiento que reflejan los bocetos, sino con que existe la esperanza de una vida nueva, sobre todo para el que cree, para quien tiene fe pese a todo”.

Por eso al salir hay un jardín japonés que representa la recompensa que, para el sobreviviente, le da Dios al que cree.

Allí recuerdan que Marian con ayuda de su esposa sembró cada planta que llena de vida el parque que recibe a todos los visitante de su muestra. Lo hizo en agradecimiento por haber sobrevivido a la peor tragedia de la humanidad y también, a partir de sus dibujos, haber enfrentado a los demonios que lo atormentaron desde que terminó la guerra.

La liberación para él llegó recién 50 años después de haber abandonado Auschwitz.

Fuente: Infobae

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