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Las confesiones del hijo mayor de Adolf Eichmann

«Tengo uno de los nombres más odiados del mundo. Pero, aún así, todavía quiero al hombre que me dio el ser», escribía Nicolás Eichmann en «Blanco y Negro» en 1961. Su padre, el nazi Adolf Eichmann, había sido secuestrado por el Mossad en Argentina el 11 de mayo del año anterior y estaba a punto de ser juzgado en Israel por el asesinato de seis millones de judíos en las cámaras de gas y campos de concentración de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. De él se decía que había pronunciado estas palabras: «Me estremeceré dentro de mi tumba riendo, por la satisfacción de tener seis millones de judíos sobre mi conciencia, es la fuente de mi extraordinaria satisfacción».

¿Cómo fue la vida en el hogar del «arquitecto» del Holocausto? Su hijo mayor, Nicolás Eichmann, ofreció hace 59 años en nuestras páginas su versión. Nicolás, o Klaus (su nombre en alemán), estaba casado con una argentina llamada Marta y tenía una hija de un año, Mónica. Se dedicaba a instalar ascensores en Buenos Aires.

Nacido el 3 de marzo de 1936 en el suburbio berlinés de Britz, era el primer hijo de Adolf y Verónica Eichmann. Su padre ya era entonces oficial de la Gestapo de Himmler, aunque ostentaba una modesta graduación y la familia vivía en una casa modesta para ocultar su verdadero cometido. Nicolás recordaba que a él le apodaba «haeschen» (liebrecita) porque siempre estaba dando brincos. «Era severo, como lo son la mayor parte de los padres alemanes, pero muy devoto de mi madre, la cual le correspondía con su total entrega como esposa», rememoraba Nicolás.

«Yo le amaba como cualquier muchacho al suyo, a pesar de que me obligaba a beber jugo de zanahorias», proseguía en un escrito que había redactado tras informarse de muchos detalles de su vida por medio de contactos con diversos elementos nazis durante la última persecución de que fueron objeto en Suramérica como criminales de guerra. Él era muy pequeño para ser consciente de lo que ocurría a su alrededor y tenía pocos recuerdos infantiles de él a causa de las vicisitudes de la guerra. Y después, para él fue el tío Ricardo Klement.

«Cuando nos reunimos en Argentina no reconocí en el rostro familiar del tío Ricardo a mi propio padre. Supuse que el parecido se debería a rasgos familiares. Y mi madre, consciente del enorme peligro, guardó celosamente el secreto hasta que el primer ministro David Ben Gurión lo reveló al mundo», aseguraba.

Como un niño criado en la guerra y en el caos subsiguiente, Nicolás conocía sus horrores, «pero nunca asocié a mi padre con estos horrores; y ahora, es acusado del peor de ellos», decía. «No es fácil para un hijo creer tales cosas de su padre», admitía antes de pasar a contar lo que recordaba de su vida con Adolf Eichmann.

Desde Berlín se trasladaron a Viena, donde nació su hermano Horst en 1940. «Me han dicho que mientras estuvo en Viena mi padre organizó una oficina de emigración clandestina para los judíos que querían escapar del Tercer Reich. Sus acusadores dicen que era un plan secreto, organizado para obtener dinero con que financiar el esfuerzo bélico de los nazis. Yo no puedo asegurar ni desmentir nada de esto: entonces era solamente un niño», se excusaba.

Después la familia se trasladó a Praga, donde en 1942 nació el tercero de los hijos, Dieter. Nicolás supo luego que por aquel entones fue asesinado el jefe nazi Reinhard Heydrich, pero él solo tenía seis años y solo recordaba una bonita casa con jardín. «En las raras ocasiones en que mi padre estaba en casa, plantábamos árboles en él», decía.

Frente a su casa había unos cuarteles y a Nicolas le gustaban los soldados. Un forzudo policía checo guardaba la puerta de los Eichmann y le acompañaba al colegio, pero después su padre puso un perro policía alemán bien entrenado llamado «Tarzán» para que fuera también con ellos.

«Debía sentir miedo de que tomaran represalias contra su familia», reflexionaba.

A medida que la guerra se fue volviendo en contra de Alemania, Nicolas le vio menos. «Estuvo con nosotros dos días en noviembre de 1944. Pero no abrió siquiera sus maletas, y había tal atmósfera de tensión en casa que la podía percibir un niño de ocho años, aunque no pudiese entender el porqué», relató. Nicolás consiguió entrar en el despacho de su padre, «el sagrado “Herrenzimmer” o cuarto del señor de las casas alemanas» y recuerda que admirado ante una ametralladora, la sacó para jugar a la guerra con sus amigos. Afortunadamente estaba descargada. Entonces apareció su padre, que le desarmó y le llevó aparte en un rincón. «Debería pegarte», le dijo, pero después calló un momento y continuó: «Escúchame, muchacho, si consigues sacar mejores notas en la escuela tendrás un fusil ametrallador cuando tengas 18 años. Puesto que lo anhelas tanto, podrás llegar a ser un soldado y aumentar con tu fuerza la del Reich».

En 1945, ante el avance de los ejércitos aliados, Nicolás abandonó Praga junto a su madre y sus hermanos en el último tren de la Gestapo y siguieron huyendo hacia el Sur hasta la rendición alemana. «De los siguientes meses de crudo frío y confusión, todo lo que puedo recordar es el hambre y el mercado negro. Como hijo mayor, me convertí en el hombre de la familia, a pesar de tener solo diez años (…) Mi madre nos dijo entonces que papá era uno de los millones de desaparecidos», recordaba.

En 1947 vivían en Bad-Aussee, una pequeña ciudad austriaca, donde Nicolas se graduó en la escuela de segunda enseñanza cuatro años después. «Un día -recordaba el hijo mayor de Eichmann- mi madre nos dijo que pronto emprenderíamos una nueva vida en una nueva tierra: Argentina. Nos habló de nuestro tío Ricardo Klement, con el cual se había puesto en contacto a través de unos amigos. Él estaba ya en Argentina, nos dijo, y nos recibiría en cuanto llegásemos allí».

El 28 de julio de 1952, la familia desembarcaba en Buenos Aires y dos semanas después, «el tío Ricardo» les recogió y les llevó a un pueblo llamado Río Potrero, en la provincia fronteriza de Catamarca, donde él trabajaba en la construcción de un pantano. «Mis hermanos y yo no teníamos idea de que el tío Ricardo fuese nuestro padre. Este fue el secreto que mi madre guardó hasta el final», subrayaba Nicolás

«Mis hermanos y yo no teníamos idea de que el tío Ricardo fuese nuestro padre. Este fue el secreto que mi madre guardó hasta el final»

Él congenió con «el tío Ricardo» y aseguraba haber sido feliz con él en aquella época. Tenía por entonces 16 años y galopaba por las pampas pretendiendo ser un gaucho. Pero pronto la situación cambió. La familia se trasladó a Buenos Aires, donde se acomodó en una casita del suburbio de Olivos. Según su relato, Nicolás trabajó en varias fábricas para ayudar al sostenimiento familiar hasta que en 1959 se casó y formó su propio hogar.

Recordaba con detalle del día en que se enteró de que el «tío Ricardo» había desaparecido en el camino desde casa a su trabajo en la “Mercedes-Benz” de Buenos Aires. «Mi madre no me dijo nada acerca de ello hasta pasados dos días, y entonces se refirió cautelosamente a que “la política” podía estar complicada en el suceso». Nicolás y su hermano Dieter lo buscaron por toda la ciudad.

Hablaron con sus amigos, buscaron en los hospitales y preguntaron en las comisarías. Solo encontraron sus gafas en una cloaca cerca de su casa. Empezaban a sospechar que hubiese sido víctima de algún viejo rencor del tiempo de la guerra, cuando el primer ministro israelí Ben Gurión anunció que los servicios de seguridad israelíes habían capturado a Adolf Eichmann y lo tenían preso en Israel.

«Entonces se juntaron súbitamente las piezas de este trágico “puzzle”. Supe quién era mi padre. Hasta entonces no pude darme cuenta de que “el tío Ricardo” y Adolf Eichmann eran la misma persona», concluyó Nicolás Eichmann su relato.

El Gobierno israelí había recibido información fiable sobre el paradero y envió un selecto grupo de hombres del Mossad, que el 11 de mayo de 1960 raptó al más buscado de los criminales nazis.

Tras mantenerlo narcotizado en un lugar seguro, le metieron en un avión y le llevaron a Jerusalén. Aquel legendario operativo fue bautizado como Operación Garibaldi.

El 23 de mayo, Ben Gurión anunció al mundo que habían capturado «al mayor criminal de guerra nazi» y que se encontraba en una prisión israelí. Fue juzgado y ejecutado el 31 de mayo de 1962. Fue el primer hombre ahorcado en Israel desde la creación del Estado catorce años atrás.

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