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El sobrino nieto de Hitler que enseña filosofía en Israel

El árbol genealógico se vive como carga o como redención. Aquello que los antepasados hicieron pareciera, en muchos casos, condenar a las generaciones siguientes. Portar un apellido o el lazo familiar puede verse socialmente como un delito. Para el dueño, puede significar una irremediable condena a cuajar con esa personalidad que las tan de moda constelaciones familiares invitan a develar y transmutar.

El padre había nacido fuera del matrimonio de una campesina que pasado los 40 no había contraído matrimonio. El bebe vio la luz en las afueras de Viena y llevó por años el apellido Schicklgruber. Cuanto tenía 5 años, su madre se casó con Johann Georg Hiedler, quien, para algunos, sería su padre. En tanto, para otros, su tío. Lo cierto es que una vez adulto decidió heredar el apellido de su padrastro. Para su cumpleaños 40° ya se llamaba Alois Hiedler, aunque poco después, como funcionario de aduana de Austria, empezó a firmar Alois Hitler. Se casó tres veces. Con su tercera esposa, Klara Pölzl, dio a luz a uno de los más temibles personajes de su tiempo, el tirano Adolf. De la segunda unión nació Alois Hitler Jr., el primogénito de los ocho hijos que tendría. Cuando sucedió, no estaba casado, por lo que el niño llevó por años el apellido de su madre: Matzelsberger. Convivió con ella durante los últimos meses de la enfermedad terminal de su primera esposa, Anna Glasl-Hörer. La muerte de ésta permitió casarse con la madre de su hijo y darle su apellido. Así saldría a la luz el medio hermano mayor de Adolf.

Alois, de carácter fuerte, partió joven de su casa a probar suerte en Irlanda. Allí conoció a Bridget Dowling, con quien huyó para casarse en Londres.

Se instalaron en Liverpool. Allí nació su primer hijo, William Patrick, en el 102 de Upper Stanhope Street, el mismo sitio donde Adolf Hitler se habría refugiado -según algunas versiones- hacia 1912, por dos años, cuando eludía el servicio militar obligatorio. El primer proyecto del que vivió la familia fue un restaurante. Más tarde, Alois decidió probar suerte solo en Alemania con una barbería. El comienzo de la Primera Guerra Mundial lo tomó por sorpresa y no pudo reunirse con su familia. La distancia lo liberó de responsabilidades y contrajo segundas nupcias en bigamia con Hedwig Heidemann, en 1916, con quien tendría un segundo hijo, Heinz Hitler.

El fin de la heráldica

William Patrick, sobrino del jerarca nazi, se afincó en Alemania en 1933. Intentó obtener rédito de su parentesco para ganar espacios de poder. Fue empleado en un banco y poco después ingresó en la empresa de automóviles Opel. Existen rumores que afirman que llegó a chantajear a Adolf cuando se hallaba en la cumbre de su liderazgo, en algunos casos vendiéndoles a los medios historias perturbadoras de su familia, e incluso, revelar a la prensa que en sus antepasados “corría sangre judía”. El gobierno nazi le ofreció en 1938 un alto cargo en sus filas a cambio de que se deshiciera de la ciudadanía británica, pero William ,asustado, emigró. Desde ese momento se hizo un acérrimo enemigo del nazismo y vivió gran parte de su tiempo escribiendo, dando conferencias y charlas sobre su tío. William Randolph Hearst, el magnate de los medios norteamericano, decidió invitarlo a él y a su madre a presentarse en ese país. Una decena de charlas lo llevaron a recorrer Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial se inició en medio de esta gira y decidió afincarse en ese país. Con el apellido Hitler, llegó a sumarse a las filas de la Armada de los Aliados como oficial farmacéutico. Finalizada la guerra y habiendo abandonado la Marina, optó por cambiar su apellido a Stuart-Houston. Aún así, a su primogénito -tuvo cuatro hijos- lo llamó Adolf. Ninguno de ellos tuvo descendencia. Existe la idea de un pacto entre ellos para que así fuera. Dos de ellos aún viven en Patchogue, en Long Island.

A esta supuesta decisión consciente para ponerle fin al linaje, se suma una especie de movimiento penitente en Israel que algunos herederos han llevado al extremo de convertirse no solo al judaísmo, sino también en personas de valor para la comunidad en ese país. Una prueba de fuego para alcanzar el perdón de conciencias que no les pertenecieron. Shalom Rosenberg, un conocido profesor de pensamiento judío de la Universidad Hebrea de Jerusalén, sostiene que la batalla del bien contra el mal “tiene que comenzar desde el lado del mal: éste tiene que destruirse a sí mismo”. No es suficiente derrotar a nuestros enemigos; en realidad, tienen que volverse buenos.

Michael Mach es hoy judío ortodoxo y se ha convertido en un eminente profesor de filosofía judía en la Universidad de Tel Aviv. Se encuentra a pasos de jubilarse y es nieto del sobrino de Adolf Hitler.

El converso

Mach nació en Gelsenkirchen, Alemania Occidental. Sus padres no estaban casados y tiene cuatro medios hermanos por parte de un matrimonio de su padre. De ellos solo conoció a uno, cuando tenía 27 años. Estudió teología protestante principalmente en Tubinga, Alemania, con especialización en el trasfondo judío del Nuevo Testamento. Allí, para financiar sus estudios, trabajó en el Institutum Judaicum en Tübingen. Es por eso se fue en 1977 a Israel para profundizar su formación. “Nací en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial -le cuenta March a LA NACION revista -. Tenía problemas con la cultura alemana de posguerra y al mismo tiempo estaba fascinado con lo que encontré en Israel y en el judaísmo. Así que me quedé otro año para estudiar y me convertí al judaísmo. Durante ese tiempo, también me comprometí con mi esposa (divorciada) y decidí quedarme en Israel. El judaísmo me dio la posibilidad de pedir perdón y también un nuevo sentido de la vida”.

Cuando se le pregunta por qué eligió el judaísmo sin tener antecedentes familiares, asegura que es “teólogo de primera profesión. La filosofía judía estaba más cerca de los principios en los que yo creía. Todavía creo que me da la oportunidad de educar al menos a algunos israelíes con una apreciación más profunda de la otredad, no solo dentro del judaísmo, sino para ampliar su visión del mundo y su comprensión ética”.

Para Mach, Hitler no entendió el mundo y asegura que “la humanidad no aprende mucho del pasado; quizás algunos líderes políticos hayan entendido que la próxima guerra mundial podría ser un desastre”.

Entre las disciplinas que abarca en su espacio académico, se encuentra particularmente interesado en temas de género, instancia en la que no incluye solo a las mujeres. “Viviendo (lo que no sabía cuando me convertí) en una sociedad altamente gobernada por hombres (y por esa razón también negativa sobre las relaciones entre personas del mismo sexo), la educación para una mayor igualdad es crítica”, afirma.

Su carrera como profesor terminará en octubre de este año, cuando se jubile. Aún no sabe qué vendrá luego. Mientras tanto, en su cabeza hay una idea recurrente: el perdón. “Entre las personas depende de ambas partes; entre humanos y Dios, depende solo de los humanos pedir perdón. No creo en un Dios que castiga, sino en uno que desea que se le pregunte qué es lo que realmente quiere de mí aquí y ahora”. Este académico del Departamento de Filosofía confirmó hace unos años que su abuela, Erna, se casó con Hans Hitler, después de divorciarse de su abuelo. Hans, sobrino de Hitler, fue hijo ilegítimo del medio hermano del líder nazi, Alois Jr. Mach, y lo conoció a los 12 años, cuando sus abuelos hicieron una visita formal a la casa de sus padres para tomar el té. Recuerda que era “un hombre muy amable. Sin pasiones ni brutalidades aparentes”. Esta versión no se condice con los registros más certeros que, como se indicara más arriba, los hijos de Alois Jr. fueron dos: William Patrick y Heinz. Diferentes centros de estudios del árbol genealógico del líder nazi confirman no tener referencias de ese tercer hijo. Esto ocurre tanto en el Museo del Holocausto de Washington como en el centro del archivo del Holocausto de Londres, el Wiener Library. Aunque falta el registro en ambos casos, no descartan la existencia.

En una entrevista realizada para el diario The Guardian de Gran Bretaña, Mach afirmó que podrían consultarse los registros en la ciudad de Hamburgo para confirmar sus dichos, donde figura la muerte de Hans Hitler hace aproximadamente 37 años. Mach no cuenta con esos documentos y tampoco, dice, le interesa “corroborar los antepasados”. Aunque el parentesco llega de manera lateral, tiene la historia muy presente. Cuenta que “lo que al abuelo le faltaba de adepto al régimen, la abuela lo compensaba con su ferocidad nazi. Ella creía en la ideología nazi antes, durante e incluso después de la guerra. Estaba orgullosa de que su suegro fuera el medio hermano de Hitler, aunque se haya mantenido alejado de la política”.

Manejó un café en Berlín, y como todos sabían que él era el hermano del Führer, toda la élite nazi patrocinó su establecimiento. “Esto hizo que su familia y él, incluidos mis abuelos, fueran considerados como nobles locales”.

Fuente: La Nación.

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