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Vaiakél-Pekudei: Una base de amor

El pueblo dona los materiales requeridos en abundancia, trayendo oro, plata, cobre, lana teñida de colores azul, púrpura y rojo, pelo de cabra, lino, pieles de animales, madera, aceite de oliva, hierbas y piedras preciosas. Moshe se ve forzado a pedirles que dejen de traer.

Un grupo de artesanos de “corazones sabios” construyen el Mishkán y sus utensilios (como es detallado en las secciones de la Torá anteriores de Trumá, Tetzavé y Ki Tisá): tres capas de cobertura en forma de techo; 48 paneles recubiertos de oro para las paredes, 100 bases de plata para el fundamento; el Parojet (cortina) que separa entre los dos cuartos internos del Santuario y la Masaj (pantalla) que va en el frente; el Arca y su cobertura con los Querubím; la Mesa y el Pan de Rostros; la Menorá de siete brazos con su aceite especialmente preparado; el Altar de Oro y el incienso en él quemado; el Aceite de Unción; el Altar Externo para las ofrendas quemadas y todos sus utensilios; las cortinas, postes y bases para el Patio; y el Kior para el lavado ritual, junto a su pedestal, hecho de espejos de cobre.
 

Los materiales para la construcción del santuario portátil que había en el desierto, el mishkan, provinieron de las donaciones voluntarias del pueblo judío. Cada uno aportó de acuerdo con sus posibilidades y con la generosidad de su corazón.

Sin embargo, los adanim, las “bases” sobre las cuales descansaban las paredes verticales del mishkan, sus cimientos, vinieron de otra fuente. Tres de ellas fueron confeccionadas con la plata aportada por los judíos, como parte de la contribución obligatoria que debían realizar, un total de medio shekel por persona. (El shekel era una medida de peso pequeña estándar que se utilizaba para pesar el oro, la plata y el cobre con fines monetarios). Tanto ricos como pobres, motivados o desmotivados, felices o a regañadientes, cada judío tuvo que dar exactamente la misma cantidad.

El mishkan, la construcción que “alberga” la presencia Divina, representa la totalidad del pueblo judío. Toda la nación y, a su vez, cada individuo en particular, es un santuario para la presencia de Di-s.

Todos tenemos diferentes niveles de habilidad, oportunidad y compromiso. Todos tenemos fortalezas y debilidades en cada una de estas áreas. En nuestra vida, construiremos y sostendremos el Santuario del Judaísmo de diferentes formas, todo dependerá de las circunstancias que podemos controlar y de aquellas que no podemos controlar. Sin embargo, los cimientos de este edificio, las bases de plata cuidadosamente alineadas al suelo que soporta la estructura del santuario, están construidas sobre la base de la constancia, que es la misma para todos en cada etapa de su vida.

“Plata” en hebreo, kesef, también, significa “anhelo” y “amor”. Lo único que todos los judíos deben tener en todo momento es amor incondicional por el otro.

Sin importar las diferencias que existan entre nosotros, la base para construir un lugar donde more Di-s en nuestro mundo es un recordatorio de la igualdad y del valor irreemplazable y fundamental de cada judío en nuestra misión como pueblo. No debemos ver a ningún judío como un ser marginal ni tampoco podemos catalogar a ningún judío como irremediablemente desconectado de sus raíces. No podemos permitir que cuestiones de comportamiento e ideología opaquen la necesidad de apoyarnos los unos a los otros, cualquiera sea nuestra necesidad.

Es por este motivo que hablamos del amor como un anhelo, kesef. Debemos permitirnos ser atraídos los unos a los otros por la fuerza y el deseo de unidad, que son más poderosos que las fuerzas que tienden a separarnos.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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