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El Sacrificio de Rosh Hashaná

Si la semana pasada hablamos de un Iom Kipur “muy especial” (¿no lo son todos?), ¿qué decir de Rosh Hashaná este año?

Rosh Hashaná inicia un período de introspección y expiación de errores, los mal traducidos “pecados” y “perdón” que todavía aparecen en la literatura litúrgica, conceptos en absoluto judíos.

En toda su abstracción, hay una necesidad mítica, propia del ser humano, de vincular festividades con “hechos”, sucesos concretos. Rosh Hashaná es el día en que Dios creó al hombre y la mujer, Iom Kipur es el día en que, expiación mediante, somos rubricados en el libro de la vida. Entre mito y metáfora, la festividad se trasciende a sí misma.

Rosh Hashaná, a diferencia de Iom Kipur, apela también a lo instintivo y sensorial. Como festividad, nos invita a celebrar con comida y vino, vestir nuestra mejor ropa (si es nueva, mejor), y dedicar los días a la vida familiar y comunitaria. De los cinco sentidos, el que se convierte en precepto es el de escuchar el sonido del Shofar en todas sus fórmulas.

El Shofar que escuchamos cuando ya finalizó Iom Kipur no es precepto; una Tekiá Gdola no compensa las cien veces que se escucha el Shofar en Rosh Hashaná.

A nivel “intelectual”, la lectura de la Torá en Rosh Hashaná gira en torno a Isaac, el primer hijo de nuestra genealogía. No deja de ser curioso que ese primer hijo llegue en la vejez y esté a punto de ser sacrificado por su propio padre. Génesis 22:10 es un clímax pendular que se resuelve a favor de la vida a través de un carnero expiatorio atrapado por sus cuernos en un zarzal. El mismo cuerno, Shofar, que escuchamos en Rosh Hashaná.

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Rosh Hashaná nos confronta entonces con nuestra naturaleza como familia y comunidad, con nuestros sentidos y pulsiones para hacernos cargo, y con la razón de traer hijos al mundo.

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Lo que en Pesaj leemos explícitamente en el texto (“y le enseñaras a tu hijo” o “cada uno debe verse a sí mismo como si saliera de Egipto”), en Rosh Hashaná se expresa en “signos y señales” que debemos decodificar; en eso se nos va el día. La Atadura de Isaac presagia la esclavitud en Egipto, y el sacrificio de Pesaj es ese carnero solitario que Abraham sacrificará en lugar de su hijo.

Dicho todo esto, ¿qué es especial este año 5784? ¿Cómo leemos la realidad a la luz de la tradición?

Hacía siglos que el pueblo de Israel, nosotros, los judíos, no estábamos tan separados y confrontados unos con otros. Las “tekiot” del Shofar (este año será un solo día, el domingo) nos alertan al respecto; al mismo tiempo, nos unen. Si hay un tiempo no tanto para pensar sino para sentir, ese es el tiempo de las “tekiot”. El Shofar, en tiempos bíblicos, sonaba en la batalla; en tiempos rabínicos suena en la convocación. Dejemos atrás, por lo menos por estos días de Tishrei, los sonidos de la confrontación: sólo conducirán a otra Atadura.

Lo que está sucediendo en Israel y por ende en todo el mundo judío tiene visos de sacrificio auto-impuesto en aras de una fidelidad y celo que pueden probarse por muchos otros medios. La desesperación, o desesperanza, es que nadie encuentra al carnero enredado en la zarza. Todos tememos por la cuchilla en mano del extendido brazo de Abraham dispuesto a sacrificar a su hijo.

La Torá nos habla de un cuchillo específico: la “maajelet”, de la misma raíz de alimentar, “a-j-l”. El término aparece cuatro veces en la Torá. Me permito sugerir, un poco intuitivamente, que “maajelet” es la cuchilla asociada con la crisis y la identidad, nunca exenta de violencia. Tal es el dramatismo de la festividad; tan dramático es este momento histórico.

Paradójicamente, cuando leemos la Torá durante los servicios religiosos suele envolvernos el bullicio del reencuentro comunitario, pocos siguen el texto que se está leyendo públicamente en el atrio, como venimos haciendo desde hace solamente veintiséis siglos. Seguramente en los tiempos de Nejemia la multitud también tendiera a distraerse. Por el contrario, cuando suena el Shofar nos inunda un profundo silencio, una suerte de devoción colectiva única e intransferible.

Rosh Hashaná 5784 estará atravesado por el peso de la liturgia y la tradición y por la urgencia de la hora en la coyuntura histórica. Una festividad absolutamente a-histórica adquiere, este año, una dimensión adicional. Más que nunca, será tiempo de sacrificio o tiempo de expiación; o ambos a la vez. Espero que encontremos el carnero y lo liberemos de la zarza.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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