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La marcha de Wagner sobre Moscú

Ricardo López Göttig

Este fin de semana se vivió una situación tensa en Rusia, cuando los mercenarios del Grupo Wagner tomaron la ciudad de Rostov del Don y avanzaron la capital, Moscú. De acuerdo al líder mercenario Yevgeni Prigozhin, para exigir la renuncia del ministro de Defensa Sergéi Shoigú, en tanto que otras versiones afirman que iba por el gran objetivo de deponer a Vladímir Putin, que quizás fuese lo más probable. Fue el presidente Lukashenko, de Bielorrusia, quien debió actuar como mediador en este enredo que podría haber derivado en una guerra interna dentro de Rusia, entre el Ejército regular –cada vez más desmotivado- y los mercenarios, con la posibilidad de que Prigozhin sumara a líderes locales y militares a su revuelta.

El autócrata Putin entró en un laberinto hace más de un año, cuando comenzó la invasión a Ucrania, y se apoyó fuertemente en el Grupo Wagner para evitar el desangrado del Ejército. Ahora estos mercenarios, que fueron los protagonistas de la victoria pírrica de tomar Bajmut tras varios meses, finalmente se rebelaron y quizás hayan acumulado suficiente material bélico para imponer la agenda política de Prigozhin, que tanto reclamaba en público en las redes sociales por la falta de armas. El Kremlin sigue siendo un juego de cortesanos en las que el crimen sigue siendo una de las reglas, como en el viejo Ducado de Moscovia, el Imperio Ruso y el Politburó soviético, y cualquier señal de debilidad del autócrata es advertida como una señal de su próxima caída y reemplazo despiadado. Quien tenga hoy la capacidad de dar un golpe de Estado a Putin no es de ningún modo un demócrata o busque una salida pacífica de la guerra, a la que le dará continuidad, o bien puede llegar a un armisticio que deje postergada la resolución del conflicto con Ucrania para decenios en el futuro. Los críticos con mayor poder político y de fuego que enfrenta Putin, son los más ultranacionalistas que él, que son parte del entramado corrupto que se transformó tras la caída de la Unión Soviética.

Esta fragilidad sistémica es una oportunidad para que la alianza atlántica se fortalezca aún más frente a una Rusia que da claras señales de inestabilidad política, lejos de desentenderse del porvenir de Europa oriental. Esta sigue siendo una frontera hostil y volátil, a la que un Putin debilitado trate de usar como un nuevo intento de unificación patriótica tras este desafío a su poder. Ha ocurrido otras veces, en vano, en la historia de la humanidad con un costo altísimo en vidas y recursos, y Vladímir Putin ya ha exhibido numerosos errores de cálculo y de comprensión del escenario internacional a lo largo de estos dos últimos años.

Ricardo López Göttig

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