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Ucrania e Israel

Por Ianai Silberstein

En Europa hay una guerra con un tufillo de 2ª Guerra Mundial que espanta. En Europa no sólo tienen el problema de los refugiados sirios o africanos sino que ahora generan los propios, los ucranianos. En Europa están pulseando Occidente con Rusia con el codo apoyado en Ucrania. En Europa, Rusia quiere retroceder un siglo y volver al zarismo, o algún siglo más y volver al zarismo imperial. En Europa la nieve y el barro vuelven a paralizar los tanques y condicionar una guerra en las fronteras rusas; como si los inviernos se movieran junto a esas fronteras, donde sea que se fijen. Europa es hoy una amenaza nuclear. La Guerra Fría, que parecía un concepto perimido, resucitó en su versión más caliente. Occidente aprieta a Rusia pero le teme; Rusia es pura pasión nacionalista bajo el imprescindible liderazgo del megalómano despiadado de turno. Es todo un dejá-vu, pero no genera hastío sino miedo.

Mientras tanto, Israel ha puesto al servicio de la causa humanitaria todos sus recursos POSIBLES: la mediación política a través de su Primer Ministro, y la ayuda humanitaria a través de sus ONG u otras organizaciones estatales, y absorbiendo, con controversias de todo tipo, varios miles de refugiados; y se siguen sumando. Se ha abstenido, sin embargo, de intervenir en el aspecto bélico de la confrontación en aras de preservar el sutil equilibrio de poder en su zona, el Levante, en la cual Rusia está fuertemente involucrada.

Que el mundo tiene un doble estándar ético respecto de Israel no es novedad, y ahora ha quedado en evidencia. La equivocada apelación a la Kneset por parte del héroe de la hora, Zelensky, conmina a Israel a tomar posición y tener un rol más activo en la guerra del lado ucraniano. La apelación no tiene más sustento que una lectura histórica: si Israel siempre ha sido, en el discurso judío y sionista, “la víctima”, ¿cómo no ponerse del lado de la víctima en forma inequívoca?

Tiene cierta lógica, pero al mismo tiempo es un manejo muy tergiversado y hasta perverso de la información: en primer lugar, porque La Shoá, a la que Zelensky apeló, es única y nada tiene que ver con invasiones, bombardeos, o reclamos territoriales; y en segundo lugar porque Israel es un Estado tan soberano como Ucrania con los mismos derechos de auto-preservación. Israel ha tenido sus aliados de turno y su aliado permanente, los EEUU, pero han sido los israelíes quienes han defendido no sólo territorio sino la amenaza explícita del exterminio. Hoy los ucranianos defienden su territorio; en este caso la amenaza existencial sería consecuencia de una escalada nuclear, no de un odio racial.

Mientras tanto, en Oriente Medio nada cambia. La guerra ruso-ucraniana no hace mella en el terrorismo yihadista palestino. La guerra en Oriente Medio es asordinada, entre la prevención de los ataques aéreos israelíes sobre bases iraníes en Siria, y el acuchillamiento de cuatro civiles en una calle de Beersheva.

El mundo está viendo en las pantallas de sus Smart-TV la defensa de la soberanía, el derecho a un territorio propio, y la auto-determinación por parte del pueblo y gobierno ucranianos; en Oriente Medio, en la franja de tierra entre el Jordán y el Mediterráneo, esta es una lucha diaria, cotidiana, desgastante, y que termina condicionando las cada vez menos claras opciones de una solución. Que los palestinos no han sabido aprovechar las coyunturas sino sabotearlas, ni han sabido elegir un liderazgo que cambie la retórica absolutista respecto de Israel, es parte importante del problema. Que en Israel han prevalecido voces y actores nacionalistas y dogmáticos, también es parte del problema.

El atentado ayer en Beersheva, la muerte de cuatro civiles, y el estado de fragilidad existencial que subyace en la sociedad israelí, en especial en el sur del país en los últimos años, también merecerían una condena de la opinión pública mundial. Hoy los ojos están puestos en Europa Oriental, pero Medio Oriente, y en concreto el nudo israelí-palestino, sigue tan anudado como siempre. Es un nudo que asegura a Israel ciertos niveles de seguridad, pero al mismo tiempo lo coloca en un dilema moral auto-percibido; a los ojos del mundo, Israel se expone cada vez que ejerce su derecho a la auto-defensa. Basta con ver a dónde mandan las cadenas de noticias a sus reporteros de guerra: si a Gaza o a Sderot.

Zelensky reclamó y apeló ante los principales parlamentos de Occidente, incluyendo la Kneset. La opinión pública mundial no tiene duda sobre quién es víctima y quién es victimario en la guerra ruso-ucraniana. El acuchillamiento en las calles de Beersheva es una sinécdoque más de las tantas que representan una guerra permanente de un país amenazado, ininterrumpidamente, desde su concepción hace ciento veinte años y desde su creación hace poco más de setenta. La próxima vez que Israel deba actuar en legítima defensa (el deseo es que no sea necesario) veremos si la confrontación de Ucrania ante el oso ruso ha dejado alguna enseñanza en la opinión pública mundial.

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