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Jerusalem

El afán de comprender globalmente la historia de la humanidad, puesto en relevancia especialmente por el libro del israelí Yuval Noah Harari “Sapiens”, ha expuesto fenómenos culturales cuyos estudios, diacrónicos y sincrónicos, permiten esta aproximación específica. Tal es el caso de la recientemente publicada obra “Metrópolis” del historiador y difusor inglés Ben Wilson. Como Harari, académicos devenidos best-sellers.

“Metrópolis” (2022) se auto-denomina como “una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad”; creo que es más bien una historia de la humanidad entendida a través del fenómeno urbano, en especial el de las muy grandes ciudades.

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Si no tan grandes, seguramente muy influyentes. La lista que propone Wilson es acotada, por lo cual es interesante pensar por qué incluyó algunas y descartó otras. Me gustaría referirme a una ciudad apenas mencionada pero no abordada: Jerusalém.

La omisión de Ben Wilson es especialmente llamativa en el contexto de su tesis: que la dinámica de las ciudades es sobre todo espontánea y obedece a la creatividad y adaptabilidad de sus habitantes.

Si Atenas legó a la Humanidad el concepto de “lo universal”, Jerusalém lega el concepto de lo “tribal”, usando un concepto que tomo prestado de Paul Johnson. Desde su conquista y durante un milenio fue el centro de la vida israelita y judía hasta su destrucción definitiva por parte de Roma en I EC.

Ben Wilson parecería adherir a la idea de Harari de que la historia judía no es relevante en la medida que no tiene gran incidencia en la historia de la Humanidad. El error es casi obvio: el Judaísmo y su historia están subyacentes en la historia de la Humanidad, en especial en Occidente. Del mismo modo, Jerusalém no sería una ciudad tan reclamada y conflictiva si su centralidad no fuera auténtica.

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La Jerusalém originalmente judía yace profunda bajo tierra.

En los últimos cincuenta años la transformación de la ciudad desde el punto de vista urbano, arqueológico, y demográfico es pasmosa. Si no fuera políticamente tan conflictivo, merecería convertirse en un caso de estudio. El conflicto que envuelve a la región no sólo la condiciona, sino que tiene su nudo simbólico allí; lo que sucede en Jerusalém se derrama en el entorno y viceversa.

La ciudad ha integrado mediante continuidad geográfica su parte Este y Oeste, la Jerusalém moderna creada por el Estado de Israel y la vieja Jerusalém jordana. Un poco más allá, en contraste, está atravesada por el límite que impone el muro de separación entre la Autoridad Palestina e Israel: hay viejos barrios árabes atravesados por esta anomalía que puso fin a la 2ª Intifada. Nada simboliza más la continuidad geográfica que el paseo de compras Mamila; el paseo nace en la Jersualém “israelí” y desemboca en la puerta de Yaffo. Entre los suntuosos negocios de Mamila y el shuk árabe sólo se erigen las viejas murallas herodianas.

Las divisiones en Jerusalém, y esto coincide con la propuesta de Wilson en su libro, están dadas por el factor humano y social, más allá de la planificación urbana u otras consideraciones geo-políticas. La ciudad se divide según sus minorías. Los barrios se transforman en función de quienes se mudan allí. Unos llegan, otros huyen.

No podría afirmarlo con seguridad absoluta pero intuyo que por su envergadura e influencia la Jerusalém que conocemos hoy es la mayor expresión de esta ciudad en términos históricos. Sus “suburbios” se han extendido en todas las direcciones, una red de autopistas conecta las montañas que la rodean, suspendidas sobre los valles, ofreciendo vistas alucinantes de diferentes perfiles de la ciudad, y las industrias sin chimeneas, el turismo y la alta tecnología, han convocado a su millón de habitantes a vivir allí, en su entorno. La Jerusalém más antigua nos espera en las profundidades, y dependerá solamente de nosotros, Israel, cómo eso incidirá en la vida terrenal.

Por su historia, por su conflictividad, por las pasiones que despierta, y por su pujanza en esta era de la posmodernidad, un libro como “Metrópolis” debería haber incluido Jerusalém. La omisión se explica, y es sólo mi intuición, si abordarla supone un nivel de conflicto, compromiso, y hasta concesiones ideológicas difíciles de administrar. En el armado de este breve y modesto comentario tuve que poner especial cuidado en qué decir y cómo decirlo. Al mismo tiempo, esa fragilidad es la que hace de Jerusalém una ciudad única, pasional y apasionante, vigente, actual, que merecía unos párrafos en una obra tan ambiciosa como “Metropolis”. Que, por cierto, merece leerse.

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Ianai Silberstein

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