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Los espías Julius y Ethel Rosenberg

El 6 de febrero de 1951 comenzó el juicio al matrimonio Julius Rosenberg y Ethel Greenglass Rosenberg, por espiar y entregar a la URSS información y secretos sellados sobre la bomba atómica desarrollada por los EEUU. Los llamados ‘espías del átomo’ fueron declarados culpables y ejecutados en una silla eléctrica el sábado 19 de junio de 1953 en la prisión de Sing Sing en Nueva York. Fue la primera ejecución por espionaje de civiles en la historia de Estados Unidos.

Julius y Ethel, habían nacido en el seno de familias judías de Nueva York, fueron comunistas desde temprana edad y eran miembros del movimiento juvenil comunista del país, en el que se conocieron. Julius, completó sus estudios de ingeniería eléctrica en 1939, y se casó con Ethel, quien era aspirante a actriz y cantante. En 1940, Julius comenzó a trabajar en el Cuerpo de Comunicaciones de los Estados Unidos, sirvió allí como ingeniero-supervisor hasta 1945, cuando fue despedido al descubrirse que había sido miembro del Partido Comunista.

Tres años antes de su despido, en 1942, Julius fue reclutado por la NKVD, la policía secreta y de inteligencia soviética, para servir como espía de la Unión Soviética. Según su operador de la agencia secreta rusa, Alexander Felixov, Julius proporcionó a los soviéticos miles de documentos clasificados, además de reclutar e integrar a nuevos espías.

En enero de 1950, el gobierno estadounidense informó sobre el caso de espionaje al arrestar al físico Klaus Fuchs, quien formaba parte del equipo de desarrollo de la bomba atómica, el ‘Proyecto Manhattan’. Fuchs reveló a los investigadores americanos la cadena de espías y el circuito de la información. Uno de los eslabones de la cadena era el hermano de Ethel Rosenberg, David Greenglass, que se desempeñaba en un puesto técnico subalterno en el Proyecto Manhattan, quien confesó haber pasado secretos a los soviéticos y acusó a su hermana y al esposo de ésta.
Greenglass testificó sobre la importante participación de Julius en el espionaje y afirmó que su hermana, Ethel, escribía las notas con la información sobre los planes del átomo. Los Rosenberg fueron detenidos y acusados. Se cree con seguridad que Ethel no estaba implicada en el espionaje, se la detuvo para presionar a Julius en delatar a más espías. Si bien Ethel sabía que su hermano y su esposo estaban involucrados en el espionaje, nunca se probó su participación directa en el mismo.

El escándalo de los Rosenberg estalló en un momento crucial, la Unión Soviética se había convertido en una amenaza nuclear. En 1949 la potencia soviética hizo su primera prueba de explosión atómica, y el hecho desconcertó a las autoridades norteamericanas. Nadie esperaba que los soviéticos pudieran realizar ensayos exitosos en el presente, se calculaba esa posibilidad en tres o cuatro años más. El éxito de la prueba emparejaba las fuerzas, los soviéticos desarrollaron un arma destructora similar al de las características del Proyecto Manhattan, y si ambas potencias tenían la bomba atómica la Guerra Fría adoptaría un nuevo curso. Los rusos habían llegado al mismo resultado por el mismo camino, demasiada coincidencia.

Simultáneamente el macartismo en EEUU hacia su trabajo, la persecución a los comunistas estaba a la orden del día: las delaciones, las presiones públicas, y las denuncias, provocaron que los espías fueran cayendo en un efecto dominó. El matrimonio Rosenberg ocupó los titulares de los diarios desde que fueron encarcelados. Greenglass había dicho que actuó impulsado por Julius quien era el que lo incitaba y luego pasaba la información a los soviéticos. Los secretos atómicos eran tipeados por Ethel. Todo cerraba, parecía que nada más se necesitaba que marido y mujer fueran culpables ante la opinión pública, previo al inicio del juicio.

Pero ellos jamás confesaron, el matrimonio se resguardó en la Quinta Enmienda para no declarar. Y no hablaron ante la justicia. Ethel siempre se mostró impasible, dura, sin arrepentimiento, quería demostrar que a ella no la iban a quebrar. La opinión pública la atacaba, la veían soberbia y querían que esa arrogancia se pagara. Ethel hacía trizas el paradigma femenino de la época, en lugar de llorar y rogar clemencia por sus hijos, se mostraba con una fortaleza desconocida.

El juicio de Julius y Ethel fue breve. El jurado casi no necesitó deliberar para declararlos culpables. Después de cinco días, el juez los condenó a muerte. En sus considerandos los acusó de ser culpables de la Guerra de Corea, el drama americano del momento. Afirmó que ellos dos eran responsables de las 50.000 muertes americanas que el conflicto había producido hasta esa fecha. Y, agregó, que serían los responsables de muchas más.

A partir de la sentencia empezaron dos años de apelaciones, recursos y postergaciones de la ejecución. Hubo marchas, colectas para los hijos, para el pago de los gastos legales y pedidos de clemencia. Todo ese tiempo el matrimonio estuvo en el Corredor de la Muerte esperando ser llevados al patíbulo.

El caso se difundió a todo el mundo, el juicio fue visto por muchos como una especie de ‘cacería de brujas’ cargado incluso de antisemitismo. El proceso fue inusual por su severidad, fue el único juicio por espionaje que condujo a una ejecución. El escritor Jean-Paul Sartre creía que la sentencia no era más que un ‘linchamiento legal’, mientras que el pintor Pablo Picasso decía que la sentencia era un ‘crimen de lesa humanidad’. Otros creadores, como Bertolt Brecht, Jean Cocteau, Frida Kahlo y Dashil Hammett, vieron en la sentencia una repetición del juicio Dreyfus e incluso personalidades de renombre como el Papa Pío XII y Albert Einstein se dirigieron al presidente para conmutar la pena.
Ciertas o no las acusaciones de espionaje, ambos fueron ejecutados en virtud de la Ley de Espionaje de 1917, que dictaba la pena de muerte para este tipo de delitos en tiempo de guerra, si bien en ese momento los Estados Unidos no estaba en guerra con la Unión Soviética. Julius y Ethel fueron finalmente ejecutados en la silla eléctrica, cuentan que en su última noche previa a la ejecución, nadie les preguntó qué querían de comer. Su última cena fue unos fideos, huevos duros y té. Julius y Ethel Rosenberg pasaron juntos sus últimas horas. Esperaron su ejecución, en un subsuelo de Sing Sing, conversando a través de las rejas que los separaban.

La duda sobre si la pareja era espía ha permanecido abierta durante años. Si bien se probó que Julius ofició de espía, en los últimos años los historiadores creen que la información que él pasó no fue de vital importancia ya que carecía de los conocimientos de física para entender qué era lo determinante. Según los expertos, al comparar el caso Rosenberg con otros de la misma índole, éstos fueron resueltos con penas mucho más leves a pesar de existir pruebas más concluyentes, como el caso de Klaus Fuchs, condenado a 14 años de prisión.

Cuentan, que en la noche del día de la ejecución, al final de la representación teatral de ‘Las Brujas de Salem’, estrenada unos meses antes, su autor, Arthur Miller, salió a escena y desde allí le pidió al público y a los actores que de pie hicieran un momento de silencio para meditar sobre esas muertes. El momento se extendió por casi diez minutos.

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