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La crisis ucraniana sigue su escalada y sin una acertada gestión podría de desembocar en un conflicto armado

Profesor Luis Fuensalida

Por el prof. Luis Fuensalida

El próximo 25 de diciembre, se cumplirán 30 años que el entonces premier soviético Mijail Gorbachov, declaró el final de la URSS y con esto el principio de un difícil derrotero que tuvieron que emprender las 15 repúblicas, entre las que se encuentran Bielorrusia y Ucrania, la primera bajo el autoritarismo de Lukashenko, mantiene la alianza estratégica con Moscú, en cambio, la segunda enfrentada a Rusia, es el foco de una crisis que podría desembocar en un conflicto armado, veamos estos dos casos y algo más para comprender la actual situación.

La implosión del Imperio Soviético fue un proceso largo, que llevó algo más de tres años y que se inicia en noviembre de 1988 con la declaración de soberanía de Estonia y que tiene su punto final en diciembre de 1991, que para el actual presidente ruso Vladimir Putin, “…ha constituido el mayor desastre geopolítico del Siglo XX…”, y que más allá de toda subjetividad, de cierta manera los acontecimientos que siguieron le dan relevancia a esa afirmación , pues tras la disolución, estallaron conflictos armados en 8 de las 15 ex repúblicas, sumado a que seis se declararon independientes de facto, aunque con poco reconocimiento de la comunidad internacional, pero en si, algunas consiguieron constituir regímenes democráticos consolidados, mientras en otras pareciera que nada ha cambiado, es decir, autocracia, represión y persecución de disidentes y elecciones fraudulentas o manipuladas.

Ejemplo de lo señalado es la propia Rusia, con las reformas constitucionales del 2008 y del 2020, que fortalecieron la figura presidencial e imponen una mayor autoridad sobre los gobiernos regionales y han cooptado al poder judicial, y que si bien prevé el límite de dos mandatos, consecutivos o no, esta enmienda tiene aplicación a partir de las próximas elecciones del 2024, por lo que Vladimir Putin, que seguramente será el ganador de las mismas, se asegura el poder hasta el 2036.

Pero veamos, el caso de Bielorrusia, que se declaró independiente en 1991 y luego sobrevino un período de transición hasta 1994, durante el cual, el Jefe de Estado era el presidente de su Soviet Supremo, pero ese año llega al poder Alexander Lukashenko, quién como miembro del parlamento bielorruso fue el único que se opuso a la disolución de la URSS, y que a partir de entonces ha modificado dos veces la constitución, primero para extender su mandato y luego, para eliminar el límite de los mismos.

En el 2020, Lukashenko se presentó a las elecciones presidenciales para conseguir su sexto mandato, y tal como lo hemos visto en Venezuela y más recientemente en Nicaragua, los disidentes y los opositores fueron encarcelados o tuvieron que exiliarse, la excepción la constituyó una mujer, Svetiana Tijanosvkaya, que fue adquiriendo una importante adhesión popular, sin embargo Lukashenko declaró que había sido el ganador con el 80% de los votos, y esto desató todo tipo de protestas, y una violenta represión, encarcelamientos, y finalmente, la candidata tuvo que exiliarse.

Bielorrusia en la actualidad es como “regreso al futuro”, pues no ha cambiado nada de la época soviética, incluso en el campo económico, donde 70% depende del Estado, ya que las grandes empresas son estatales, como así también la mayoría de las tierras para la explotación agropecuaria, y es el único país europeo en que la pena capital está legalizada.

Pese a esta acotada síntesis, podemos entender y comprender porque Bielorrusia es el aliado incondicional y estratégico de Moscú, que se traduce en las recientes maniobras militares conjuntas, y como utiliza la migración ilegal para presionar a la U.E., en forma directa sobre Polonia y Lituania, ambos miembros de la misma, y es además es un punto estratégico para la presión y proyección rusa sobre Ucrania con quién limita al sur.

Ahora veamos, el caso más álgido, Ucrania, un país dividido entre una región noroccidental europeísta y otra, suroriental que sigue con un sentimiento de pertenencia a la madre Rusia, algo que se hizo evidente cuando en diciembre de 1991 se decidió su independencia del ex imperio soviético, y esta diferencia, tanto en lo cultural como en lo político, se evidencia en las elecciones sean presidenciables o parlamentarias, pero una independencia que ha sido garantizada a través del Memorando de Budapest de 1994, cuando las potencias se comprometieron a garantizar la integridad territorial de Ucrania.

En el 2004 se produjo la llamada Revolución Naranja, a raíz de los resultados de las elecciones presidenciales entre Víktor Yanukovich, pro ruso, y Víctor Yuschenko, más europeísta y de mala relación con Moscú, la victoria del primero fue considerada fraudulenta, pero en el 2014 las cosas cambiaron, cuando el entonces presidente Víktor Yanukovich, el año anterior rechazó un acuerdo comercial con la U.E., lo que provocó una grave crisis que explotó con masivas manifestaciones antigubernamentales y la violenta represión consecuente, hasta que Yanukovich abandonó el poder, pero sobrevino un conflicto armado interno, cuando las regiones orientales de Donetsk y Lugansk se declararon independientes y este levantamiento de las poblaciones pro-rusas le dio el pretexto al Kremlin para anexar la península de Crimea, e inaugura el conflicto entre los separatista apoyados por Moscú y el gobierno de Kiev, y si bien, no se han roto formalmente las relaciones diplomáticas entre Ucrania y Rusia, el enfrentamiento es una realidad, que no sólo afecta a estos dos estados sino que ha marcado una línea roja entre Moscú y Washington puntualmente, pero que involucra a la OTAN en el campo de la defensa y a la U.E. en el campo económico.

En mi columna del 1 de diciembre ppdo., abordé la problemática entre la confrontación y la compresión entre Rusia y Occidente, algo que parecía superado en la década de los 90, cuando Washington le aseguraba a Moscú que tras la unificación alemana, no había intensión de aprovechar la implosión del Imperio Soviético y extender la Alianza Atlántica hacia Europa Oriental, sin embargo, fuese por cuestiones de integración económica a la U.E. o por abonar el principio de seguridad colectiva, algunas de las ex repúblicas soviéticas  y países que había conformado parte de la órbita de Moscú, los llamados “estados satélites”, se adhirieron a Occidente, tanto a la U.E. como a la OTAN, algo que se contradice con los postulados enunciados por el diplomático estadounidense George Keenan, el autor de la Doctrina de Contención durante la Guerra Fría, y que el mismo New York Times denunció en 1997, cuando afirmó en un artículo, que la expansión al oriente europeo, como un “error catastrófico” que dañaría los vínculos entre Washington y Moscú, e incluso se desconocía el Tratado de Helsinski de 1975, cuando tanto los EE.UU. como el bloque occidental europeo reconocían la legitimidad de las fronteras de la URSS..

Pues bien, más allá de la personalidad autocrática y nacionalista de Vladimir Putin, las circunstancias señaladas despertaron el total rechazo de la dirigencia rusa, que han desempolvado del arcón de la Historia, el expansionismo occidental, como lo fueran, el polaco en el Siglo XVII, el sueco en el Siglo XVIII, las Guerras Napoleónicas y por supuesto lo ocurrido durante la 2da. Guerra Mundial, utilizando esto como instrumento para exacerbar el sentimiento nacional en la población rusa, en particular en aquellas regiones fronterizas del oeste.

 

En el presente año, la escalada de la crisis se ha reflejado, en las exigencias de Moscú para limitar la influencia de la OTAN, en la masiva movilización de tropas a la frontera con Ucrania que se interpreta como una amenaza de respuesta militar rusa, y por la otra parte, Washington ha respondido con la aplicación de severas sanciones financieras a Rusia como ser el total aislamiento del sistema financiero internacional que implicaría dejar fuera del sistema SWIFT – Society Worldwide Interbank Financial Telecomunication- que es la red de entidades financieras a nivel mundial, sumado a la dura respuesta del Reino Unido de que sus FF.AA. están preparadas para enfrentar un conflicto armado con Rusia o las advertencias de Alemania en las graves consecuencias sobre el gasoducto Nord Stream 2 en caso que Rusia viole la integridad territorial de Ucrania.

Ahora bien, en Polemología, la rama de la Ciencias Políticas que estudia los Conflictos, se puede esquematizar como una Crisis puede ir escalando hasta desembocar en el Conflicto, cualquiera sea su manifestación, es decir utilizando el poder duro o el poder blando, una vez estallado éste, sobreviene la etapa de la gestión del mismo para intentar poner fin al conflicto con la firma de un acuerdo o tratado, ahora bien, si el conflicto es mal gestionado o no se llega a una solución consensuada o incluso, alcanzada ésta se violan los términos del acuerdo o tratado, el conflicto reaparece y en general de manera más violenta, lo que me recuerda un axioma de la Geopolítica, los conflictos no resueltos tienden a estallar recurrentemente.

Finalizando la columna de hoy, quiero traer un caso en el que Moscú adoptó una actitud muy parecida a la que asume en el presente con Ucrania, y es el de la ex república soviética de Georgia, que en el 2003, tras unas elecciones fraudulentas dieron origen a la llamada Revolución de las Rosas, que puso fin al gobierno autocrático del pro-ruso Eduard Shevardnadze y un giro geopolítico para Georgia, distanciándose de Rusia y acercándose a Occidente y solicitando la membresía a la OTAN, esto provocó que en el 2008, con el pretexto de defender a las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, ante el intento georgiano de recuperar el control sobre estas dos regiones, Moscú no sólo apoyó a los separatistas sino que tuvo activa participación militar en un conflicto armado que duró 5 días, consolidándose la independencia de las regiones separatistas y con un doble duro golpe para Georgia, no sólo la pérdida territorial sino que también, el nulo apoyo que tuvo de parte de la OTAN, no obstante, tanto Ucrania como Georgia, tienen aún la solicitud de membresía a la OTAN pendiente de aceptación, en síntesis, es improbable y poco posible que Rusia acepte una intromisión más de Occidente en lo que considera su esfera geopolítica y geoestratégica de influencia, por lo cual no descarto eventos parecidos a los ocurrido en el 2008, aunque el escenario global actual no es el mismo, por el caso, la consolidación de China como potencia que le compite el liderazgo mundial a los EE.UU., y aliada estratégica de Rusia,  y de producirse un conflicto armado, sea acotado en tiempo, espacio y participantes, las consecuencias para las partes tendrán un costo no deseado, por eso recordando a Napoleón cierro con una de sus memorables frase, “…sólo con la prudencia, la sabiduría y la destreza se logran grandes fines y se superan los obstáculos, sin estas cualidades nada tiene éxito…”.

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