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El ayuno de Tevet

Invierno en Israel y en el hemisferio norte. Noches largas y frías en las que se puede estudiar un poco más. “De las largas noches de tevet, salieron muchos sabios.” Son éstos, días breves en Israel y en el Hemisferio Norte. Y enseguida comenzarán a alargarse como simbolizando que se acerca una nueva luz, la de la redención. Es un consuelo. Salimos de Janucá y ya nos encontramos envueltos en el ayuno del 10 de tevet.

Emergemos de Janucá, con el sentimiento que no hemos aprovechado la fiesta hasta el fin. Salida difícil, porque la razón del festejo, aún se encuentra en nosotros. Todavía nos hace falta. Nos enfrenta a dilemas, como si debemos iluminar únicamente nuestra casa, o si debemos sacar la luz extramuros e intentar después de reforzar nuestro particularismo para que se eleve y se convierta en parte de un mensaje universal. Después de la primera vela habíamos comenzado, un “crescendo” que se interrumpió abruptamente con la última vela. Como que necesitábamos un Janucá mucho más largo… Como que nuestros exilios y dolores, sirvieron, desde siempre para alimentar al otro con nuestra propia luz, a un precio demasiado elevado. Pero, ¿acaso se puede lograr algo sin pagar por ello?

Y en este sábado nos enfrentamos con el fiel cumplimiento de la profecía revelada a Abraham, cuando le dijeron que debía saber que sus hijos serían esclavizados. Para ello era necesario que abandonen sus casas y su tierra y se dirijan a la ajenidad. Es en Egipto, donde Iosef, asimilado al régimen que servía después de haber sido acusado y encarcelado, y haber salvado su economía, se encuentra al fin y revela su identidad a sus hermanos.

Sólo después, y con 22 años por medio se reencuentra con el padre que lo había preferido y que en su predilección por él, lo hace víctima de los celos de sus hermanos que casi le cuestan la vida.

La parashá nos trae el intento de Iosef de establecer una reforma agraria en Egipto, que quizás iría acompañada con una reforma espiritual en las relaciones entre los propios residentes que se encontraban bajo los designios de Faraón y de una burocracia sacerdotal que les impedía ser libres. Sin embargo, la reforma queda incompleta y quizás por ello, los descendientes de Iaacov quedan esclavizados. Pese al poder omnímodo de Faraón y la jerarquía de Iosef, su reforma no llega hasta el final dejando una clase de privilegiados que luego no renunciarían a sus prerrogativas: “De esta manera Iosef adquirió para Faraón todas las tierras de Egipto, porque los egipcios, obligados por el hambre, le vendieron todos sus terrenos. Fue así como todo el país llegó a ser propiedad de Faraón, y todos en Egipto quedaron reducidos a la esclavitud. Los únicos terrenos que Iosef no compró fueron los que pertenecían a los sacerdotes. Éstos no tuvieron que vender sus terrenos porque recibían una ración de alimento de parte de Faraón. Luego Iosef le informó al pueblo: -Desde ahora ustedes y sus tierras pertenecen a Faraón, porque yo los he comprado. Aquí tienen semilla. Siembren la tierra. Cuando llegue la cosecha, deberán entregarle a Faraón la quinta parte de lo cosechado. Las otras cuatro partes serán para la siembra de los campos, y para alimentarlos a ustedes, a sus hijos y a sus familiares. – ¡Usted nos ha salvado la vida, y hemos contado con su favor! – respondieron ellos-. ¡Seremos esclavos de Faraón! Iosef estableció esta ley en toda la tierra de Egipto, que hasta el día de hoy sigue vigente: la quinta parte de la cosecha le pertenece a Faraón. Sólo las tierras de los sacerdotes no llegaron a ser de Faraón” (Bereshit 47: 20-26).

Reformas a medias, inevitablemente, crean problemas. Pero, ya vimos en nuestro comentario de las semanas anteriores que sólo a través de perspectiva histórica alcanzamos a comprender el devenir de los acontecimientos y su causalidad. Nunca como en estos días del año, en los que salimos de Janucá, y nos adentramos en tevet ello es más actual, y la lectura semanal nos deja impresas pautas de interpretación que durante muchos años fueron indescifrables en su relación.

Este shabat proclamarán en los templos sefardíes solemnemente: “Hermanos de la Casa de Israel, oigan, el ayuno del décimo mes, será el día miércoles y el Santo Bendito lo convertirá en gozo y alegría, tal como está escrito: “Así ha dicho H’ de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, y el ayuno del quinto, y el ayuno del séptimo, y el ayuno del décimo, se tornarán a la casa de Yehudá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Amad pues verdad y paz”.

La primera y traumática destrucción de Jerusalén se produjo por medio de Nabuconodosor el rey de Babilonia en el año 3338 de la Creación, a los 422 años AEC y la segunda destrucción alrededor de 200 años después que Matitiahu y sus hijos consiguieron devolver el reinado independiente a Israel. El ocho de tevet fue finalizada la traducción de la Torá al griego, versión conocida como la Biblia de los Setenta, también llamada Septuaginta, o Alejandrina, que es la principal versión en idioma griego por su antigüedad y autoridad. Su redacción se inició en el siglo III AEC (c. 250 AEC) y se concluyó a finales del siglo II AEC (c. 150 AEC), y fue considerada como una ruptura con el consenso que las Sagradas Escrituras debían quedar exclusivamente en su idioma original aun cuando durante algunos años e incluso siglos, en muchos países, el idioma sagrado no fuera dominado por el pueblo del Libro. El nueve murieron Ezra y Nejemia. El diez, Nabucodonosor comenzó la conquista de Jerusalén, sitiándola durante tres años, luego de los cuales las murallas fueron perforadas, en el mes de tamuz. “En el año noveno del reinado [de Tzidkiahu], a los diez días del mes décimo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó con todo su ejército y atacó a Jerusalén. Acampó frente a la ciudad y construyó una rampa de asalto a su alrededor. La ciudad estuvo sitiada hasta el año undécimo del reinado de Tzidkiahu. A los nueve días del mes cuarto, cuando el hambre se agravó en la ciudad, y no había más alimento para el pueblo, se abrió una brecha en el muro de la ciudad, de modo que, aunque los babilonios la tenían cercada, todo el ejército se escapó de noche por la puerta que estaba entre los dos muros, junto al jardín real. Huyeron camino a la Aravá, pero el ejército babilonio persiguió a Tzidkiahu hasta alcanzarlo en la llanura de Yerijó. Sus soldados se dispersaron, abandonándolo, y los babilonios lo capturaron. Entonces lo llevaron ante el rey de Babilonia, que estaba en Riblá. Allí Tzidkiahu recibió su sentencia. Ante sus propios ojos degollaron a sus hijos, y después le sacaron los ojos, lo ataron con cadenas de bronce y lo llevaron a Babilonia” (II Melajim 25:1-7).

En nuestra época se decidió que el ayuno del 10 de tevet sea el día del Kadish general por las víctimas del Holocausto cuya fecha de desaparición es desconocida, uniendo en la historia fragmentos del destino de nuestro pueblo.

“De las largas noches de tevet, salieron muchos sabios”, dijeron jaza”l, refiriéndose a la mayor disponibilidad de horas para abrir los textos y estudiarlos. En las noches largas del dolor, debemos aprender la periodicidad de nuestra propia historia, de nuestra vida, que aún espera la redención, en los días en los que se cumplan las profecías y los días de duelo se tornen a la casa de Yehudá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Para que amemos verdad y paz.

Por Yerahmiel Barylka

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