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La Masacre de Múnich, 1972

En los días 5 y 6 de septiembre se evoca uno de los hechos más trágicos en la historia del deporte olímpico, la masacre de once deportistas israelíes llevada a cabo durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Fue un atentado criminal sin precedentes, con un fuerte impacto mundial y realizado por terroristas palestinos del grupo Septiembre Negro, una fracción de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP, liderada por Yasir Arafat.

La banda de criminales no actuó sola, contó con la asistencia logística de grupos neonazis alemanes. Ya durante el año 1972, se había registrado una sucesión de actos terroristas en gran escala, en los cuales grupos palestinos atacaban objetivos israelíes y judíos, con un alto número de víctimas mortales, tanto en Israel como en otros países.

Desde antes del arribo de la delegación israelí a la villa olímpica, la ausencia de personal de seguridad armado fue motivo de preocupación para las autoridades de la delegación quienes alertaron a los organizadores alemanes sobre su intranquilidad. Si bien, el equipo israelí se hospedaría en un sector relativamente aislado del resto de la villa olímpica, los encargados de la seguridad israelí entendían que los atletas se encontrarían en una situación vulnerable respecto de un asalto desde el exterior. Las autoridades alemanas aparentemente aseguraron a que se proveería de seguridad adicional a la delegación israelí, hecho que no pudo constatarse.

Israel envió a los Juegos Olímpicos una dotación de 30 personas, entre deportistas, entrenadores, jueces internacionales y asistentes. Hacia el día 5 de septiembre, ya la delegación israelí había cumplido con casi la totalidad de los compromisos y durante la noche previa la delegación, ya distendida, fue a ver una función de la obra “El Violinista sobre el Tejado”, y volvieron tarde a sus aposentos. Es factible que los terroristas tenían conocimiento sobre esta salida y decidieron actuar.

La sucesión de los hechos fue sumamente vertiginosa, desde la noche del 4 de septiembre, 8 terroristas palestinos de Septiembre Negro, vestidos con trajes deportivos y llevando armas y granadas en bolsas de deporte, escalaron la reja de dos metros que rodeaba el complejo. Abrieron las puertas con las llaves para no despertar sospechas, y ayudados por deportistas del equipo estadounidense que desconocían su verdadera identidad, accedieron al pabellón 31 donde se alojaban los deportistas israelíes en tres departamentos.

La crónica de los sucesos fue rápida y sangrienta, los primeros en percatarse de que algo extraño ocurría fueron Moshé Weinberg, entrenador de lucha libre, y el levantador de pesas Yossef Romano quienes intentaron evitar la irrupción de los criminales, alertando a sus camaradas mientras forcejeaban con los terroristas. La valerosa acción permitió a nueve compañeros huir por las ventanas y salvar sus vidas. Weinberg y Romano fueron asesinados, y nueve integrantes de la delegación israelí fueron tomados como rehenes.

En pocos minutos la espiral de violencia se había desatado, a la madrugada del día 5 la policía alemana ya estaba apostada en las afueras del edificio de la Villa Olímpica y recibía las demandas de los secuestradores, quienes exigían la liberación de 234 palestinos presos en cárceles de Israel, como así también la liberación de los fundadores de la Fracción del Ejército Rojo, encarcelados en Alemania. Además exigieron un avión para trasladarse a algún país seguro del Medio Oriente. Impusieron un plazo de tres horas para satisfacer sus demandas, caso contrario ejecutarían a los rehenes.

La respuesta del gobierno de Israel fue inmediata y contundente: no había negociación. El jefe de policía de Múnich, el Ministro del Interior, y el intendente de la Villa Olímpica, se apersonaron al lugar para negociar con los palestinos. Rápidamente se formó un gabinete de crisis en el gobierno alemán, bajo la dirección del canciller Willy Brandt y el ministro del Interior Hans-Dietrich Genscher, quienes rechazaron el inmediato ofrecimiento por parte de Israel de enviar un grupo de fuerzas especiales de su país para socorrer a los rehenes.

Los secuestradores extendieron a cinco horas el plazo para ejecutar a los deportistas, mientras se intensificaban las negociaciones con las autoridades germanas. Tras doce horas de tensión y de continuas negociaciones frustradas, los terroristas pidieron dos aviones para volar con los rehenes hacia El Cairo, Egipto, las autoridades alemanas fingieron aceptar el acuerdo con la intención de tenderles una emboscada en el aeropuerto.

A la noche dos helicópteros transportaron a los terroristas y a sus rehenes a una cercana base aérea, donde un Boeing 727 de Lufthansa los esperaba en la pista de despegue. Bajo extrema tensión, dos terroristas bajaron del helicóptero y caminaron hacia el avión llevando como escudos humanos a dos de los rehenes. Al ver el avión vacío, sin tripulación, comprendieron que se trataba de una trampa y regresaron precipitadamente hacia los helicópteros.

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Entonces, se encendieron todos los focos del aeropuerto y se dio la orden de abrir fuego contra los secuestradores.


De manera sorprendente, las fuerzas alemanas demostraron una absoluta impericia y que carecían de la debida preparación para hechos de tamaña gravedad. Se inició un caótico intercambio de tiros que acabó con la vida de dos de los terroristas y de un policía situado en la torre de control, mientras los rehenes israelíes permanecían en el interior de los aparatos, atados de manos al techo.

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Cuando se exigió a los secuestradores la rendición, estos comprendieron que era el fin y decidieron morir matando a los rehenes.

Fue el punto final de veinte horas de terror y de fallas inexplicables de los responsables de la represión que terminaron en un estallido de sangre y muerte, y dejó como saldo el brutal asesinato de once deportistas y entrenadores israelíes, cinco de los ocho secuestradores, un oficial de la policía alemana y uno de los pilotos de los helicópteros. De manera sorprendente, y a pesar de las numerosas voces que pidieron la suspensión de los Juegos Olímpicos, éstos siguieron su curso casi con normalidad. Se argumentó que suspender los juegos sería reconocer el éxito de los terroristas. Sólo las pruebas deportivas del 5 de septiembre, el día en que todo ocurrió, fueron aplazadas.

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Los atletas israelíes asesinados en la masacre fueron: Moshé Weinberg, Yossef Romano, Zeev Friedman, David Berger, Yakov Spinger, Eliezer Halfin, Yossef Gutfreund, Kehat Shorr, Mark Slavin, Andre Spitzer, y Amitzur Shapira. Yihe Zijronam Baruj.

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