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El diplomático argentino que relató el horror nazi en tiempo real

La primera bomba derrumbó las paredes interiores del imponente edificio, construido a finales del siglo XIX y donado al país en 1936. La segunda demolió la fachada y redujo a cenizas Villa Staudt, la señorial sede de la embajada argentina en Berlín, aquella espeluznante noche del 26 de noviembre de 1943 en la que un presunto contraataque aéreo británico convirtió en un infierno a la capital del Tercer Reich de Adolf Hitler.

Desde el refugio de la sede diplomática, que milagrosamente quedó a salvo del fuego, Luis Santiago Luti repasó mentalmente los intensos años que hasta allí había vivido como diplomático en la Alemania nazi. Sobre todo el último, cuando quedó a cargo de la delegación como encargado de negocios y luego de la partida del embajador Ricardo Olivera, a fines de 1942.

“No hubo víctimas fatales. Se salvaron el archivo, las claves y los sellos”, informó Luti horas después del bombardeo aliado, según recogió la agencia EFE minutos después de aquellos estallidos que afectaron para siempre aquel edificio, ubicado en el barrio de las embajadas de la capital del Eje.

Se vivían entonces momentos dramáticos, en los que la invencibilidad del ejército del Tercer Reich comenzaba a ponerse en duda gracias al contraataque aliado.

Luti pasaba de ese modo sus últimas semanas en un rol desde el que había enviado, de manera prolija y metódica, valientes informes a la cancillería argentina sobre los horrendos crímenes que el nazismo había cometido sobre la población civil, no sólo la alemana sino además la de los países conquistados.

En especial sobre los judíos, blancos principales de la obsesión del Fuhrer, que llegaría a cobrarse la vida de seis millones de ellos al terminar la Segunda Guerra.

En enero de 1944, y como parte del canje de diplomáticos que siguió a la declaración de guerra al Eje decidida por el gobierno argentino, Luti volvía a Buenos Aires.

Traía en su memoria las imágenes de aquel horror que, como testigo, había podido transmitir, y que se conservan en los archivos de la Cancillería. “Los millones de judíos polacos que fueron arrestados al comienzo de la guerra se encuentran aún en los campos de concentración.

Después de la entrada de Italia en la guerra, las dificultades para emigrar han aumentado enormemente. Sólo la ruta de Siberia les queda abierta”, escribió Luti en una minuta de 1940 que el entonces embajador Ricardo Olivera envió a la Cancillería.

En el mismo texto, Luti señala que en los negocios de Berlín aparecen carteles que autorizan a los judíos a hacer sus compras “entre las 16 y 17” horas.
“Se dice que no recibirán este invierno sino la mitad del carbón a que tienen derecho los arios. Aún no han recibido las nuevas señales para adquirir ropa”, agrega.

Por este y otros comentarios de neto tono antifascista, Luti empezó a ser mirado con desconfianza no solo por los nazis (que interceptaban la correspondencia) sino también por la Cancilería argentina, empeñada, durante los gobiernos de Ramón Castillo y Pedro Ramírez, en sostener una posición neutral en la guerra. Tal como señala el investigador Uki Goñi, Luti fue ignorado en distintos contactos y misiones que enviados del gobierno argentino desarrollaron por aquellos años para congraciarse con el régimen nazi, como la reunión que Heinrich Himmler, número dos del régimen nazi, sostuvo con el dirigente nacionalista Juan Carlos Goyeneche, en 1942.

Pese a todo, el diplomático no fue removido de su cargo La tirantez se ahondó cuando Olivera dejó la embajada y Luti asumió su control. Allí se multiplicaron sus informes contrarios a la política de Hitler.

“La resistencia holandesa se ha manifestado particularmente enérgica y valiente en lo que toca al ?problema judío’, inexistente hasta antes de la guerra”, afirmaba Luti en su despacho a la Cancillería en mayo de 1943.

“Las gentes saludan ostensiblemente a los judíos en los lugares públicos, aún a los desconocidos; en los tranvías se les ceden los asientos, en los comercios son atendidos con toda cortesía y fuera de las horas que les están reservadas para sus compras y hasta se ha visto personas de inatacable origen ario, luciendo en el pecho la estrella amarilla impuesta a los judíos”, escribe luego de recorrer las calles de la Amsterdam ocupada por los nazis, la misma en la que la joven Anna Frank y otros tantos miles intentaban sobrevivir, escondidos con en su caso en el altillo de una vieja casona cercana a los canales de esa ciudad. Ese mes de mayo, Luti informa a sus superiores sobre un artículo de Joseph Goebbels, lugarteniente de Hitler y uno de los responsables de la campaña de propaganda del Reich. “El doctor Goebbels exhuma la lucha que desde hace años (lucha a muerte) mantiene el nacional-socialismo contra una minoría desarmada e indefensa que ya ha sido casi totalmente eliminada del territorio del Reich mediante métodos que nada tienen que envidiar a los empleados por los enemigos del Este”, escribe el diplomático, en tácita condena a la industrialización de la muerte que el nazismo llevó a cabo en campos de concentración, mayormente en territorio polaco conquistado.

En junio, y a través de su informe 275, Luti informa que después de la violenta disolución del ghetto de Varsovia, rebelado contra los nazis desde el 19 de abril hasta el 16 de mayo, los nazis harían “todo lo posible para liquidar los guetos de las pequeñas ciudades de las provincias” y deportarlos a campos de concentración como Treblinka. El 5 de julio, el Luti, informa al entonces canciller Segundo R. Storni, acerca tres decretos adicionales sobre ciudadanía y nacionalidad alemana, que establecen cuatro categorías de ciudadanos (plenos, por adopción, discrecionales o limitadas y lo protegidos por el Reich) y privan explícitamente de derechos a judíos y gitanos, ya por entonces masacrados en los campos de muerte del Reich.
“Esta gradación diferencia a los ciudadanos según su valor racial, excluyendo a los elementos extraños a la raza de la protección del Estado”, resume el diplomático. En septiembre, y mientras la Argentina mantenía aún su neutralidad en la guerra, Luti informa a la Cancillería sobre un singular logro.

“El gobierno alemán ha decidido conceder a los ciudadanos argentinos de raza israelita residentes en el territorio del Reich y en el del Protectorado de Bohemia y Moravia, las tarjetas normales de aprovisionamiento de alimentos y de ropa”, escribe y destaca las “laboriosas gestiones” ante el régimen para lograr esas ventajas, que equivalían a salvar las vidas de quienes las poseían. Tres meses después de aquellas gestiones, Luti dejaba Alemania.

Su carrera diplomática posterior fue extensa, e incluyó un breve período como encargado de negocios en los Estados Unidos durante los gobiernos de Edelmiro Farrel y Juan Perón, en Irlanda y Sudáfrica, ambas como embajador. En el medio, una paradoja: como director nacional de ceremonial, le tocó comunicarle que quedaba expulsado del país al embajador israelí en Argentina, Arieh Levavi, luego de conocido el operativo de comandos del Mossad que secuestraron aquí al jerarca nazi Adolf Eichmann y lo llevaron a Israel.

Para el gobierno de Carlos Menem y luego el de la Alianza, Luti fue un héroe. Su nombre fue incluido en una placa conmemorativa inaugurada durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Para otros, como el instituto Raoul Wallenberg, Luti solo hizo lo que le correspondía.

La placa, en la que su nombre aparecía junto a otros diplomáticos cuestionados, fue retirada en 2005. Setenta y cinco años después, los informes siguen allí, como testimonio de aquel horror descripto por ojos argentinos.

Por: Jaime Rosemberg

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