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Donald Trump y el sabor amargo de una presidencia de cuatro años

Por Mariano Caucino
En los más de 200 de historia de los Estados Unidos, solamente diez presidentes que buscaron su reelección no la consiguieron, una circunstancia excepcional que tuvo lugar en cinco ocasiones en el siglo XIX y en cinco en el siglo XX.

El segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, perdió su reelección a manos de Thomas Jefferson en el año de 1800. Casi tres décadas más tarde, su hijo John Quincy Adams tampoco pudo acceder a un segundo mandato al ser derrotado por Andrew Jackson. En 1840, Martin Von Buren no pudo ser reelecto. A su vez, Grover Cleveland perdió las elecciones en las que buscaba un segundo mandato en 1888 al ser superado por Benjamin Harrison. Pero Cleveland tuvo su revancha cuatro años más tarde al derrotar al propio Harrison. En 1893, Cleveland volvió a la Casa Blanca y se convirtió en el único presidente de la historia norteamericana en servir dos mandatos no-consecutivos. En la primera mitad siglo XX, en tanto, dos presidentes no triunfaron en la búsqueda de la reelección: William Taft (1909-1913) y Herbert Hoover (1929-1933).

En la historia reciente de los Estados Unidos -desde el fin de la Segunda Guerra Mundial- tres presidentes no consiguieron un segundo mandato: Gerald Ford, Jimmy Carter y George H. W. Bush.

Ford y Carter fueron víctimas de su época. Los años setenta estuvieron plagados de dificultades para Occidente y los Estados Unidos. En 1973 las consecuencias de la guerra de Yom Kipur dispararon un aumento exponencial del precio del petróleo a partir de la decisión de los árabes de decretar un embargo petrolero a los países occidentales que habían apoyado a Israel. En cuestión de semanas el precio del barril se cuadruplicó. Los países desarrollados entraron en una profunda recesión mientras que la Unión Soviética atravesaba un período de bonanza como consecuencia del aumento del precio de los commodities energéticos. A su vez, en 1975 los Estados Unidos debieron admitir la derrota en Vietnam. Un año antes, arruinado por el caso Watergate, Richard Nixon se había visto obligado a abandonar la Casa Blanca. Por primer vez en la historia, un presidente norteamericano había tenido que renunciar a su cargo. Nixon fue sucedido por Gerald Ford, quien ni siquiera había sido elegido vicepresidente por el voto popular. Había sido nominado por el Congreso para ese puesto después de la renuncia de Spiro Agnew. Dos años más tarde, el demócrata Jimmy Carter canceló el sueño de Ford de acceder a la Casa Blanca a través de un mandato por derecho propio. Ford había pagado un alto precio cuando pocas semanas después de asumir la Presidencia indultó a Nixon, una medida históricamente necesaria pero políticamente controvertida. Su actitud le valió el “Profile of Courage Award” extendido por la familia Kennedy pero tuvo un alto costo en el campo electoral.

En tanto, Carter vería truncada su reelección cuatro años más tarde. Después de dos logros en su política exterior en la primera mitad de su presidencia -los acuerdos de Camp David y el tratado del Canal de Panamá- una combinación de eventos desafortunados terminaron de destruir la Administración Carter. A partir de 1979, las malas noticias se sucedieron una tras otra, destrozando la reputación del jefe de la Casa Blanca. En Irán, la caída del régimen pro-occidental del Shah fue seguida por el surgimiento de un régimen islamista extremista. La revolución del Ayatola Khomeini daría un giro dramático poco después. La toma de rehenes en la Embajada norteamericana en Teherán se extendió a lo largo de interminables 444 días. En julio de ese mismo año, la revolución sandinista en Nicaragua provocó la destitución de Anastasio Somoza Debayle y una posible difusión de la influencia cubana en América Central se convirtió en una amenaza inaceptable para los Estados Unidos. A su vez, aquel “Annus Terribilis”terminaría cuando en la Navidad de ese año el Politburó decidió la invasión a Afganistán, una medida que más tarde resultaría dramática para la Unión Soviética. Fue entonces cuando Carter sostuvo ante el Congreso que cualquier alteración geopolítica en el Golfo Pérsico implicaba “un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos”. Un nuevo aumento en el precio del petróleo volvió a deteriorar la economía norteamericana, que atravesaba un período de “estanflación”. La debilidad de Carter quedó plasmada cuando el propio senador Ted Kennedy (Massachusetts) llegó a buscar la nominación en las primarias demócratas, un desafío prácticamente sin precedentes para un presidente en ejercicio. Finalmente Carter consiguió la candidatura, pero para entonces su reputación estaba seriamente comprometida y el primer martes de noviembre fue vencido por el ex gobernador de California Ronald Reagan.

12 años más tarde, la derrota de George H. W. Bush resultó sorpresiva para muchos. Bush había llegado al poder dotado de una inigualable experiencia: había servido como representante (diputado), embajador ante las Naciones Unidas, jefe de la oficina de enlace ante China Popular, titular de la CIA y vicepresidente de Reagan durante ocho años. Pocos meses antes, había tenido un triunfo contundente en la guerra del Golfo que siguió a la invasión de Irak a Kuwait, en un esfuerzo que había logrado conformar una amplísima coalición integrada por casi cuarenta naciones y que incluía a las dos superpotencias de la Guerra Fría. Esos sucesos condujeron a que Bush afirmara que la comunidad internacional estaba asistiendo al surgimiento de un “Nuevo Orden Mundial”. Una ola de optimismo recorría el globo. La caída del Muro de Berlín y el colapso de los regímenes comunistas de Europa Oriental en 1989 abrieron paso a la esperanza -más tarde comprobada como excesiva- de que el mundo avanzaba inexorablemente por la senda de la democracia y la economía de mercado. Pero los sucesos en política exterior no habían podido compensar la recesión que se cernía sobre el país. “It´s the economy, stupid”, explicó su contrincante demócrata Bill Clinton, quien se convirtió en el presidente número 42 de la Unión. Un tercer candidato -Ross Perot- también contribuyó a la derrota del incumbente, relegando a Bush al lote reducido de presidentes de un solo mandato.

Una presidencia de cuatro años acaso constituya un sabor amargo para un hombre poco acostumbrado a la adversidad como Donald Trump. Dueño de una personalidad irrepetible, sin dudas el presidente número 45 ofrecerá una fuente inagotable de recursos a los historiadores quienes analizarán las razones que llevaron a que se convirtiera en el undécimo presidente al que el pueblo norteamericano le negó un segundo mandato.

Mariano Caucino es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador argentino ante el Estado de Israel y Costa Rica.

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