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El linchamiento de Leo Max Frank

En un día como hoy, el 17 de agosto de 1915, fue linchado el joven judío estadounidense Leo Max Frank, quien fue colgado y ahorcado por una turba de ciudadanos en la localidad de Marietta, Georgia, hecho que mostro en toda su dimensión el antisemitismo reinante en el sur de los EEUU en aquellos años.

Leo Max Frank era un superintendente de la fábrica de lápices National Pencil Company en Atlanta, que había sido condenado a la pena de muerte en 1913, acusado de haber asesinado a una empleada de 13 años, Mary Phagan, en el sótano de la fábrica. El juicio, la condena, las posteriores apelaciones e incluso el linchamiento, atrajeron la atención nacional y el caso se convirtió en un foco de alteraciones sociales, políticas y raciales, particularmente en lo referente al antisemitismo.

Frank había nació en Texas en un hogar de judíos adinerados de ascendencia alemana. Después de vivir un tiempo en Nueva York, se graduó de ingeniero mecánico en la Universidad de Cornell. Trabajó en varias empresas, hasta que en 1907 lo contrataron para dirigir la fábrica de lápices en Atlanta. En 1910 se casó con Lucille Seliq, una joven de una prominente familia judía de industriales, y se involucró activamente en la comunidad judía de la ciudad, siendo elegido presidente de la B’nai B’rith local.

Una de las características laborales de la época era el trabajo infantil en las fábricas, la niña Mary Phagan era uno de estos casos, trabajaba en la fábrica de lápices donde Frank era director. Fue encontrada asesinada en el establecimiento el 27 de abril de 1913, la investigación reveló que la joven había llegado a la fábrica para recibir su salario, y la última persona en abandonar el establecimiento fue Frank, por lo que fue acusado de asesinato y sometido a juicio ante un jurado.

Contrariamente a la creencia popular en ese momento, la policía hizo que un hombre de color, Jim Conley, un dependiente de la fábrica, testificara contra un hombre blanco. La fiscalía se basó en gran medida en el testimonio del propio Conley, quien se describió a sí mismo como cómplice de las secuelas del asesinato, al relatar que trató de ayudar a Frank a deshacerse del cuerpo de la víctima. Mientras tanto, el equipo legal de Frank insistía que Jim Conley era el verdadero asesino y presionó para que se lo procesara, pero la fiscalía decidió no acusar a Conley.

El juicio fue controvertido y saturado de características antisemitas, e incluyó a testigos que testificaron sobre las supuestas desviaciones sexuales de Frank. Durante el juicio, el jurado fue expuesto diariamente a las presiones de una turba humana que se paraba al costado de la carretera que unía el palacio de justicia y el hotel en el que se hospedaba el jurado gritando: ‘cuelguen al judío’.
El caso atrajo a la prensa de todo el país y muchos reporteros consideraron el juicio como una farsa. Estas críticas alimentaron en el Estado de Georgia el odio hacia el acusado y los judíos. El 25 de agosto Frank fue declarado culpable, aunque la mayoría de las pruebas en el juicio apuntaban al dependiente Jim Conley como el asesino. Según la fiscalía, Conley solo ayudó a Frank después del crimen. El juicio se desarrolló en un ambiente tan tenso que antes de la lectura del veredicto, el juez pidió a Frank que no acudiera a la sala del tribunal debido a los disturbios que se habían producido alrededor del edificio. Frank fue condenado a la pena de muerte y comenzó una serie de apelaciones para revertir su sentencia. Las apelaciones fueron fallidas, y al llegar a la instancia de la Corte Suprema de los Estados Unidos también fracasó.

Es importante señalar, que desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, se desarrolló en el sur de los EEUU una ola extremista de tinte nacionalista y racial, en el que uno de sus aspectos era el antisemitismo. El sensacionalismo de la prensa que comenzó antes y continuó durante el juicio y el proceso de apelación, enardecía los ánimos. Los informes de los periódicos combinaban: evidencia real, rumores infundados y especulaciones periodísticas típicas de la prensa amarilla.

De los informes periodísticos sensacionalistas resulta interesante detenerse en uno, es el referido a un importante periódico, el Watson’s Magazine y The Jeffersonian, del editor Thomas Edward Watson, quien después del juicio inició una campaña mediática con características antisemitas, dando a entender que la joven víctima fue violada antes de su muerte, tratando repetidamente de exacerbar los detalles del juicio mediante la difamación.

Watson describía los crecientes sentimientos de odio en el sur, afirmaba que: ‘Nuestra pequeña niña fue perseguida hasta su horrible muerte en su tumba ensangrentada por este sucio y pervertido judío de Nueva York’. Responsabilizó a judíos ricos de querer conmutar la sentencia de Frank, escribiendo: ‘Frank es miembro de la aristocracia judía, y los judíos ricos han decidido que ningún aristócrata racista pagara con su vida la muerte de una chica trabajadora’. Este amarillismo y antisemitismo le permitió al periódico incrementar sus ventas, llevando el volumen de 25.000 a 87.000 ejemplares diarios, además, el precio del periódico se duplicó.

La incitación incesante hizo lo suyo, Frank fue atacado en la cárcel por otro recluso que le cortó la garganta, y estuvo hospitalizado durante un mes en la clínica de la prisión. El lunes 21 de junio de 1915, el gobernador John Slaton emitió la orden de conmutar la condena de muerte de Frank por la cadena perpetua. El fundamento jurídico de Slaton fue que el juicio era injusto, que no hubo suficientes pruebas disponibles para corroborar las acciones de Frank. Luego Slaton debió renunciar y abandonar Georgia.
El público estaba indignado con la decisión del gobernador, el 17 de agosto de 1915, un grupo de 25 hombres armados que se hacían llamar los ‘Caballeros de Mary Phagan’ irrumpió en el patio de la prisión, secuestró a Frank y lo arrastró por caminos de tierra hasta llegar cerca de la casa donde nació Phagan, y ahí lo colgaron de un árbol. El gobernador prometió castigar a los linchadores, entre los que se encontraban destacados ciudadanos de Marietta, pero nadie fue acusado. Los estudiosos del caso coinciden en que el linchamiento fue llevado a cabo por miembros de la organización del Ku Klux Klan.

Muchos judíos estadounidenses vieron a Frank como un Alfred Dreyfus estadounidense, como una víctima de la persecución antisemita. Tras el linchamiento, unos 1.500 judíos, de los 3.000 que vivían en Georgia, abandonaron el Estado. El caso de Leo Frank fue el incentivo y el trasfondo para el establecimiento de la Liga Antidifamación, que se propuso proteger el buen nombre de los judíos donde quiera que estuvieran.

Sesenta años después del linchamiento, Alonzo Mann, un ex empleado de la fábrica rompió el silencio y dijo estar convencido que Leo Frank era inocente. Admitió que había visto a Conley llevar a la niña al sótano y éste lo amenazó con matarlo si hablaba. Dijo que decidió publicar la verdad en su vejez para morir con la conciencia tranquila. En 1995, el rabino Stephen LeBlu colocó una placa conmemorativa en el lugar del ahorcamiento en la memoria de Frank que decía: ‘Acusado por error, condenado por mentiras, asesinado por promiscuidad’. En 1986, Frank fue indultado póstumamente por la Junta de Indultos y Libertad Condicional del Estado de Georgia, pero no fue oficialmente absuelto del crimen.

Por Yehuda Krell

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