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Ciudad de Buenos Aires, Bialystok y Ezeiza, un viaje prohibido en tiempos de cuarentena

Desde aquel domingo 15 de marzo, en que el Presidente Alberto Fernández anunció la suspensión de clases presenciales en escuelas y universidades de Argentina, ya han pasado dos meses. El mismo tiempo en que Mariano y Sofía, novios y compañeros de escuela, no han podido volver a encontrarse.

Para Mariano, los 30 km de distancia que separan su casa, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; de la casa de fin de semana, donde Sofía cumple la cuarentena, en Ezeiza, Provincia de Buenos Aires, no son obstáculo para su amor juvenil.

Sin embargo, los dos largos meses de aislamiento y separación, le generaron mucha angustia y dolor.
Al principio de la cuarentena, las charlas por Whatsapp e Instagram fueron frecuentes, hasta mediados de abril, cuando a Sofí se le rompió el teléfono celular.
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A partir de allí, los encuentros virtuales fueron mermando al punto de pasar dos días sin comunicarse. Una eternidad para los adolescentes enamorados, que ahora sólo pueden hacerlo cuando la mamá de Sofí le presta su teléfono celular.

Mariano pensó y pensó, buscó opciones para poder viajar hasta Ezeiza. Intentó obtener el permiso de circulación que otorga el Gobierno Nacional y que inmediatamente fue rechazado.
Es lógico. Apenas tiene 17 años y ser un estudiante enamorado no es una “actividad esencial” que le permitiera estar exceptuado por el Decreto Nacional de Urgencia 297/20 y sus modificatorias.

Llegó la hora de cenar, y arrastrando sus penas se sentó a la mesa junto a sus padresTomás y Sara, y a su hermana Rut.  Tienen por costumbre, una vez por día, que cada integrante de la familia elige qué ver en la televisión durante la cena. En ese momento, le tocó elegir a Tomás, que compartió un video recibido en uno de sus tantos grupos de Whatsapp, a través de la aplicación Youtube. Se trataba de una vieja entrevista en el noticiero de América TV al sobreviviente de la Shoá, Moisés Borowicz.

Tras ver la entrevista del periodista Guillermo Andino al sobreviviente, ¡todos! en forma unánime recordaron que en el año 2017 durante la noche de los Museos, habían estado presentes en el Museo del Holocausto, cuando Moisés contó su testimonio. Además evocaron su fortaleza, ingenio y temple para lograr sobrevivir a la persecución, estando oculto en el bosque, en el Gueto y en siete campos de concentración: Majdanek, Blyzin, Plaszow, Wieliczka, Mathausen, Melk y Ebensee.

Rut se levantó de la mesa y trajo de la biblioteca el libro: “La profecía del criminal” que compraron aquel día allí. En él se encuentra escrito su testimonio y su biografía.
Al terminar la cena, Mariano fue a su habitación y se llevó consigo el libro. Por un momento lo dejó en la cama, privilegiando el ponerse al día con sus redes sociales y disfrutar de un tierno mensaje de voz que le había dedicado Sofí.

Un rato más tarde recibió mensajes de sus amigos, quienes le contaron que aprovecharon el sábado de flexibilización de cuarentena en la Ciudad, mezclándose con la salida de los niños de menos de 15 años y reencontrándose con sus novias, después de tanto tiempo, en un espacio al aire libre.
Esta situación le generó ansiedad nuevamente y lo llevó a tomar una arriesgada decisión: cruzar el Riachuelo en bote. Ya tenía todo planificado desde hacía tiempo. Su plan era sencillo: al momento de ir a comprar el pan como cada mañana, se iría hasta el barrio de La Boca, y allí lo estaría esperando cerca del puente viejo, un bote para cruzarlo hacia Avellaneda, Provincia Buenos Aires. Desde allí caminaría hasta la casa de Sofí aproximadamente unos 30 kilómetros.

El joven estaba dispuesto a cualquier sacrificio por amor, aun al precio de su libertad, en caso de ser detectado por algún control policial.
Mariano sintió cierto alivio en lo profundo de su ser, una vez que con seguridad y firmeza tomó por fin la decisión de ver a Sofía, y no pudiendo conciliar el sueño fantaseando aquel reencuentro con su amada, volvió a tomar el libro que había dejado sobre su cama, y lo leyó hasta quedarse dormido.
Repentinamente, se despertó sobresaltado por el ruido de explosiones, disparos de armas de fuego, gritos y un humo asfixiante que provenía de la calle y envolvió todo el departamento. En medio de la oscuridad reinante a causa de la humareda, logró bajar las escaleras con mucho esfuerzo y salir a la calle.
En estado de shock, se sentó sobre la vereda para intentar recuperarse y tomar aire.
Luego de unos minutos, volviendo en sí, levantó la mirada y contempló el paisaje una y otra vez tratando de entender la situación. La Avenida Asamblea, donde se encuentra el acceso a su edificio, se había convertido en una calle angosta y empinada, y frente a este ya no estaba el imponente Parque Chacabuco, ni su calesita, ni el natatorio municipal. A lo lejos tampoco se observaba la autopista en las alturas.

Tras la cortina de humo, sólo podían apreciarse un conjunto de casas bajas y antiguas, y la muchedumbre que corría desesperada, al parecer sin destino.
Mariano siguió aturdido y tendido sobre la acera. Pensó para sí: “Tal vez finalizó la cuarentena y la gente corre para ver a sus familiares”. Pero, inmediatamente fue levantado por dos personas que lo llevaron a la rastra hasta un lugar seguro.

Una vez que se recuperó, sus rescatistas, Pynchas y Shmuel, advirtiendo que se encontraba perdido en tiempo y espacio, lo anoticiaron de que estaban en la ciudad de Bialystok, Polonia, en 1941, y los alemanes habían invadido la ciudad rompiendo el pacto de no agresión con los soviéticos, que controlaban la ciudad desde 1939.
En ese instante, un frío escalofriante corrió por su espalda. Lo invadió la desesperación de encontrarse perdido en el pasado y el peligro inminente de ser capturado por los nazis.
Acto seguido, sacó desesperadamente el teléfono celular de su bolsillo y marcó el número de Sofía, lo que resultó en vano, pues no tenía señal.

Pynchas y Shmuel, miraron con curiosidad al foráneo rescatado. Su ropa era extraña, vestía un pantalón blanco, una remera rosa con inscripciones en inglés y zapatos muy raros de color azul y blanco.
Rápido de reflejos, y sabiendo que no le iban a creer que su vestimenta “extraña” era del año 2020, les dijo que era argentino y que se encontraba en la ciudad visitando a unos tíos, intentando dar una respuesta cuerda a sus socorristas.

Inmediatamente les llegó la noticia de que los nazis, al ingresar a la ciudad, habían incendiado la Gran Sinagoga con cientos de judíos en su interior, entre los cuales, perecieron los buenos de Velvel y Chaya. Debido a ello, Pynchas y Shmuel, se juramentaron hacer justicia por sus amigos.
Al escucharlo, el adolescente argentino se puso pálido, ya que conocía algo de la historia; es decir, la crueldad y la locura de los nazis.

La vida de Mariano se transformó en una paradoja. Sintió que en esos momentos debía estar esquivando controles de la policía bonaerense intentando llegar a Ezeiza, y no escapando de los controles nazis para buscar refugio en los bosques.
En su interior reflexionaba: “Si tuviera que pasar unas horas en alguna comisaría del conurbano bonaerense, sería un juego de niños en comparación con esto”.

Los tres jóvenes emprendieron el camino hacia los bosques, previo paso por la casa de Milca, la novia de Shmuel.
Al llegar, encontraron la puerta abierta y las ventanas rotas, por lo que Shmuel sin pensarlo, ni medir el peligro entró de inmediato y se dirigió a la habitación de Milca, topándose con una nota dirigida a él. En ella la jóven le hizo saber que irían a la casa de sus abuelos en Grodno.
Volvió a vivir. Su novia se encontraba en un lugar seguro.

Por el contrario, el panorama en el hogar era desolador: muebles rotos, cajones tirados, vajillas destruidas, fotos y ropa desparramadas por toda la vivienda.
El esfuerzo de años de una familia, había sido destruido por unos saqueadores, que aprovecharon la ausencia de los dueños para llevarse los objetos de valor.

Mariano se alegró por la buena nueva de su amigo, pero se sintió una mala persona al recordar sus actitudes egoístas y depresivas, al no haber valorado que Sofí se encontraba segura en su casa. Tampoco había valorado y disfrutado el hecho de poder comunicarse todos los días con ella.
Shmuel fue feliz con una esperanza, y él era incapaz de disfrutar una realidad.

Finalmente pudieron llegar al bosque, y en el camino se les plegaron muchos otros judíos que escapaban como ellos.
Enseguida, entre todos cavaron un gran pozo para poder ocultarse. Los días pasaban y el hambre recrudecía.
Al principio intentaron alimentarse de lo que podían en el bosque, pero prontamente se dieron cuenta de que no subsistirían de esa forma, por lo que decidieron intercambiar algunos objetos de valor que traían consigo.
Mariano intercambio su teléfono celular, por pan y mermelada, con unos campesinos polacos, que quedaron deslumbrados con las fotografías instantáneas que podían obtener y almacenar en ese pequeño aparato futurista. La emoción les duraría hasta el final de la batería, para luego quedar inutilizable.
Unas semanas después, el grupo se dividió de dos en dos, con el objetivo de obtener provisiones en el pueblo más cercano y en lo posible tratar de conseguir armas.

Mariano junto con Shmuel, partieron en esa búsqueda; pero enseguida, fueron sorprendidos por unos colaboracionistas polacos que los golpearon, maniataron, y los entregaron a los nazis a cambio de víveres y bebidas alcohólicas.
Los soldados alemanes los interrogaron, pero no pudieron sacarles información del escondite en el bosque. Finalmente, los obligaron a ponerse de rodillas, y cobardemente les dispararon en la nuca, primero a Shmuel y luego a Mariano.
En forma súbita, el adolescente se despertó a los gritos, llorando, empapado de sudor, y en el suelo tras caerse de la cama.
Casi instintivamente, se tocó la nuca para corroborar si tenía sangre, y al ver que sí, se desmayó.
Prontamente, llegaron sus padres al escuchar el griterío. Al verlo tendido en el suelo, lo reanimaron y ayudaron a incorporarse en la cama.

Mariano estaba muy asustado y confundido. Todavía le duraba la sensación de la muerte hostigándolo desde tan cerca, pensando que había recibido un disparo en la nuca. Tardó varios minutos en despabilarse, tanto que le contó lo sucedido a sus padres en forma alborotada, y muy angustiado les pedía que llamaran a la ambulancia. Ellos lo escucharon pacientemente y con mucha delicadeza le hicieron ver que la sangre fue a causa del golpe en la cabeza por haberse caído de la cama, y que todo lo demás había sido un sueño.
Sin perder el tiempo, les pidió perdón a sus padres por su egoísmo y malas actitudes durante la cuarentena, pensando solo en infringir la ley e intentar irse a Ezeiza, sin medir las consecuencias.

Luego de recomponer la relación con sus padres, revisó su celular, y encontró veinte nuevos mensajes de Whatsapp de Sofía. En ellos le contaba que su papá le había regalado un teléfono celular nuevo, muy feliz por poder estar más comunicados, otra vez.

Por lo pronto todo estaba mejor para Mariano, recuperó la tranquilidad y la alegría.
Después de mucho tiempo podría dormir plácidamente y soñar cómo sería el reencuentro con su amada Sofía, sin dejar de valorar su fortuna en un presente incierto: El calor del hogar, la salud de su familia, tener todo lo necesario y más para crecer. Poder cumplir sus sueños, sin opresión, en libertad.

Por Ruben Budzvicky

Ilustración: Sabrina Fauez

Historia ficcionada basada en hechos reales.

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

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