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Operación “evasión geriátrico”

Sucedió en una fría noche de invierno. Lo que iba a ser una agradable velada, entre abuelo y nieto, en aquel restaurante del barrio de Villa Crespo, ubicado sobre Avenida Corrientes, comenzó con un escándalo.

 

La noche había arrancado mal. El zeide Gabriel, fiel a su costumbre, llegaba quince minutos antes del horario de encuentro, y Marcos, su nieto, con suerte lograba llegar media hora después que él.

 

A principio de mes, la gente tiene dinero; entonces, el restaurante se encontraba lleno. Por ende, había que hacer fila en la calle para poder ingresar. Al no encontrar a su nieto, el humor del anciano comenzó a cambiar. Su sonrisa se esfumó, justo cuando la aguja traspasaba el horario de encuentro “puntual”.  El semblante empeoró, luego de intentar varias veces comunicarse con su nieto; sin que lo atendiera.

 

Mientras más corría la aguja de su reloj, más se fastidiaba; sumado a ello, la recepcionista del restaurante lo abrumaba con la insistencia de saber si iba -o no- a reservar mesa. El zeide tenía como principio no hacer fila, ni esperar para comer; pues ya había hecho demasiadas filas durante muchos años, esperando comer migajas, en los campos de concentración nazis. Y en sus primeros días en Argentina, lloraba al ver las grandes cantidades de comida que se tiraban y yacían pudriéndose en los tachos de basura. Nunca pudo entender cómo se desperdiciaban los alimentos, habiendo tanta necesidad en el mundo.

 

Entre tanto seguía llamando insistentemente a su nieto, sin que lo notara,  una dama se le acercó y lo tomó de su brazo. Luego lo miró con ternura a los ojos e intentó calmarlo con suaves caricias en su mano. Ante la sorpresa, abrió los ojos enormes y contempló con extrañeza a esa señora. Eran caricias le despertaban sensaciones que creía olvidadas.

Martha se disculpó por ser tan directa en tomarle la mano, y mientras escuchaba toda la perorata de su nuevo amigo,  le dijo:

 

  • Soy la próxima en la lista, si queres compartimos la mesa…
  • Te agradezco, pero me voy, no espero más… – mientras abandonaba el lugar, se daba vuelta para mirar a Martha, tal vez esperando que le insistiera en quedarse

 

Ya alejado unas cuadras del lugar, se topó con Marcos, que venía corriendo a toda prisa, y antes que logrará emitir una disculpa, le reprochó:

  • Siempre lo mismo… ¡No aprendes más! ¡Si te dicen un horario, tenes que estar quince minutos antes!
  • Pero abuelo… no encontraba lugar para estacionar… es un caos esta zona. – trato de excusarse-
  • No me importa, me voy… ¡Ya no tengo hambre!
  • Dale, zeide, si te quedas pago yo…
  • .. pero que sea la última vez… con todo lo que tardaste, el lugar se llenó. Vamos a tener que compartir la mesa con una señora que gentilmente se compadeció de mi.

 

Al regresar al restaurante, las miradas de todos aquellos que aguardaban por entrar, se posaron en Marcos. El joven no entendía nada; pero sentía que los ojos de los comensales en espera, eran rayos láser que le atravesaban la nuca, hasta que un desconocido lo increpó, y allí comprendió todo:

¡Mocoso, maleducado! ¿Cómo vas a hacer esperar a tu abuelo con este frío?

 

Otros tantos felicitaban a Gabriel por haber encontrado a su nieto, y se alegraban al verlo más tranquilo.

 

Ahora sí, se sentaron en la mesa con Martha.  El zeide seguía enojado y Marcos avergonzado por ver a su abuelo en el rol de galán. Lo incomodaba ver como intentaba cortejar a una señora. Parecía como si se hubiese tragado a un payaso, pues era una máquina de hacer chistes.

Al parecer, a Martha le gustaba su picardía, ya que le seguía la corriente.

Por momentos el joven, se sentía en un partido de ping pong, viendo la pelota pasar de un lado al otro de la red, y él en el medio, sin poder hacer, ni decir nada. Sólo le quedaba comer, mientras los mayores se conocían, y sacaban a relucir sus viejas mañas.

 

La conversación fluía entre ellos. Y en un momento cumbre, Gabriel y Martha rememoraron aquella vez, en 1964, en que creyeron que los Beatles vendrían a la Argentina, y luego resultó que se trataba de unos imitadores, a quienes contrataron bajo el nombre “The American Beetles”. Una gran estafa de la que ambos fueron víctimas. Era tal el fanatismo, que aún así una multitud los esperó en el Aeropuerto de Ezeiza;  y su presentación televisiva en el viejo canal 9, fue un éxito rotundo.

 

Sin darse cuenta ambos habían estado en aquel recital para la televisión, casi sesenta años atrás.

 

Sorprendido, Marcos le dijo a su zeide:

  • No tenía idea que te gustaban Los Beatles…
  • Es que nunca me escuchaste, ni te interesaste en ver todos los discos de vinilo que tengo… Muchas veces te quise contar y siempre estabas ocupado – el zeide seguía enojado y aprovechaba toda ocasión para hacer reproches-
  • Pensé que solamente te gustaba la música clásica. Me sorprendiste…
  • Tengo mucho para contar de todas las vidas que tuve y las cosas que me han gustado. Espero poder contarte todo personalmente, sino vas a tener que ver la entrevista que me hicieron para Steven Spielberg….

 

 

Por fin, terminaron de cenar, y los dos “jóvenes” adultos estaban pasados de copas.

Cuando intentaron retirarse, no pudieron mantenerse en pie, ni siquiera usando su bastón. Al mismo tiempo, cantaban canciones de los Beatles, se reían, hacían chistes, lloraban de la risa. Se liberaron de sus prejuicios y se divirtieron como si fueran adolescentes. Todo lo que a esa edad no pudieron disfrutar a causa de la guerra, y sus traumas, lo estaban viviendo en la ancianidad. Así que, se sintieron libres, nuevamente.

 

Al salir, Marcos sostenía de un brazo a su abuelo y del otro a Martha.  Y al igual que cuando llegó, lo despidieron del lugar con reproches:

-“Pibe, ¡Sos un irresponsable!,

-¿Cómo los dejas tomar tanto?…

  • Si, les pasa algo va a ser tu culpa

 

En sí, de lo único que sentía culpa, era de haberle dicho a su abuelo que él pagaba la cuenta. También de quedarse en silencio cuando Martha ofreció pagar su parte, y su abuelo le dijo que le pagara a ella también.

El berrinche del zeide, le costó cinco mil pesos, y un papelón público difícil de olvidar.

 

Con el tiempo, Gabriel y Martha se pusieron de novios.  Ella ya deseaba convivir, pero él no estaba convencido. Tenía una traba moral que le impedía dar el siguiente paso en la relación: Martha aún estaba casada. Llevaba separada más de veinte años, pero no había  tramitado el divorcio.

Por más que lo intentaba, Gabriel no podía… Era más fuerte que él. Sentía que estaba con una mujer ajena.

Para ella, por el contrario, la libreta de matrimonio era un simple cartón pintado de rojo, y para él era el marco legal del amor.

 

Para resolver esta cuestión, el zeide no tuvo mejor idea que pedirle a Marcos, que era abogado, que le resolviera el problema:

 

  • Nene, te pido un favor. Necesito que le hagas un divorcio express a Martha.
  • Abuelo, no existen los divorcios express. Ya te lo dije varias veces. Es un proceso judicial ordinario como cualquier otro, lleva sus pasos… Lo único express que existe es el café. Además, ¿quién me va pagar los honorarios? – y enseguida preguntó: ¿cuál fue el último domicilio conyugal? – mientras se lamentaba, internamente, de sumarse un trabajo gratuito a realizar-
  • Yo te voy a pagar, quédate tranquilo… El último domicilio fue en Zárate. También me dijo, si le podés hacer el Reajuste contra Anses, para que le aumenten la jubilación.
  • ¿En Zárate? No te lo puedo creer… – Por amor a su abuelo, iba a tener que ir a trabajar gratis, a cien kilómetros de su casa-
  • Ni bien tengas un rato, pasa por casa que te doy quinientos pesos para que te puedas ir moviendo.
  • Gracias, pero yo me arreglo, despreocúpate…

 

Antes que el Presidente Alberto Fernández decretará la cuarentena, el joven abogado logró iniciar la demanda de divorcio en los Tribunales de Zárate. Su llegada tarde a aquella cena, le costó muy caro, ya que, de haber sido puntual, no hubiera pagado la cuenta, ni hubiesen conocido a Martha.

Pero ahora, además de la elevada cifra del restaurante, debia seguir haciendo pagos: gastos judiciales, nafta y peajes para llegar hasta el norte de la Provincia de Buenos Aires.

 

Resultó que en la primera semana de cuarentena, los hijos de Martha, contra la voluntad de su madre, tomaron la decisión de llevarla  a un geriátrico, mientras durase el aislamiento, considerando que por esu edad,  era un riesgo que estuviera sola; porque ellos, debido a sus ocupaciones, no podrían asistirla.

 

Pese a oponerse, encontrarse en buen estado de salud y poder desenvolverse sola, sus hijos decidieron sobre su destino.

Trató de defenderse, preguntándoles:

¿Por tener 88 años, no puedo tomar mis decisiones? ¿Van a usar mi jubilación para pagarme el geriátrico?

Tampoco tuvieron en cuenta que por la misma cantidad de dinero, o tal vez por mucho menos, podrían contratar un acompañante permanente, para que la asistiera las 24 horas.

Fue así que, angustiada,  llamó de inmediato a su amado Gabriel, pidiéndole expresamente que la rescatara.

Él sabía muy bien que si a ella la internaban, caería en una profunda depresión; pues privarla de su hogar, su autonomía y su libertad, la dañaría en  forma irreparable.

A sabiendas de que su nieto, había logrado iniciar el divorcio, y de que sería cuestión de tiempo que se resolviera, el zeide logró ablandar su rigidez, y se decidió en aceptar el “concubinato”.

 

Sus hijos no apoyaban el amorío juvenil, pero él se apoyaba en Marcos, que incondicionalmente lo ayudaba a cumplir todos sus cometidos. Era su rueda de auxilio permanente, y aunque lo peleaba bastante, y le recriminaba que no dedicaba suficiente tiempo para escuchar su pasado, era quien lo asistía en el presente y le brindaba una mano con miras a hacer su futuro más feliz.

Así fue que, la operación “evasión geriátrico” se puso en marcha.

 

Marcos se vistió con el ambo de enfermero, ese que había usado para una fiesta de disfraces, y camufló al zeide, malvistiéndolo con ropa vieja, y harapos;  simulando ser un anciano que había pasado a buscar previamente, en su recorrido hacia el geriátrico. Se presentaron en la casa de Martha, minutos antes de que llegasen los verdaderos enfermeros para llevársela.

Casi echó a perder el plan, cuando le pidió a uno de sus  hijos el pago por adelantado del mes de estadía. Éste se tomó unos minutos intentando chequear la cifra,  hasta que por fin le entregó la suma pretendida. La avivada le permitió recuperar todo lo que había invertido, para pagar los caprichos de su querido abuelo. Sin embargo, mientras caminaban rumbo al auto,  llegó la unidad de traslado del geriátrico contratado, y empezaron a correr, lo más rápido que podían las piernas y el bastón de Martha, hasta que lograron darse a la fuga.

 

Tras ellos, el hijo y los dos empleados del geriátrico, persiguiéndolos durante algunas cuadras, hasta que finalmente, pudieron evadirlos. A partir de allí los tortolitos podrían comenzar su nueva vida, escribiendo las últimas páginas de su historia, juntos y en libertad.

 

Historia ficcionada basada en hechos históricos reales

 

Por Ruben Budzvicky

Ilustración: Sabrina Fauez

 

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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