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Coronavirus, una enorme posibilidad de reaprender

Estamos atravesando una crisis sanitaria inédita en la historia de la humanidad.  Interconectados y globalizados como nunca, no hay unos y otros. Hay todos.

Múltiples enseñanzas deberían llevarnos a un aprendizaje como especie e individuos.

El primero y más obvio, aunque parezca mentira que se tenga que explicitar, es que sin vida no hay nada. La preservación de la vida es, y debe ser el fundamento de todo. “Elegirás la vida” Devarim (Deuteronomio) 30:19

Cuidarte y cuidar a tu prójimo es la consigna. La misma que te enseña el “amarás a tu prójimo como a ti mismo” Vayikrá (Levítico) 18:19, es decir, si amas tu vida, debes amar la de tu prójimo que eres tú mismo.

El coronavirus llega antes o después a todas las latitudes. No distingue géneros, razas, religiones, ideologías, clases sociales.  Encumbrados estadistas y anónimos ciudadanos, trabajadores y desocupados, ricos y pobres, todos somos y podemos ser víctimas del virus.  Un virus que nos “iguala como la muerte” y nos recuerda que todos los seres humanos creados a imagen y semejanza Divina pertenecemos a una misma especie y familia humana.

Un recordatorio para nuestro habitual deseo de evadir la realidad.  Si por el momento y sin garantía absoluta “no estoy en la franja de riesgo”,  no significa que pronto no lo estaré y que de seguro algún padre, abuelo o amigo si lo está. Ni hablar que no se necesita del coronavirus para que nuestra efímera vida, termine de un instante a otro.

El colapso de los sistemas hospitalarios públicos y privados ha igualado a todos. No hay “coronita” ni privilegios ante la enfermedad.

La primera gran enseñanza debería apuntar a una necesaria cuota de humildad.

Reconocer y aceptar nuestra enorme fragilidad. Un microscópico e imperceptible virus aplasta toda esa soberbia y omnipotencia que nos construimos tan a menudo. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” Kohelet, (Eclesiastes) 1:2

Cuando nuestra vida está en peligro debería aparecer de manera clara y contundente lo verdaderamente importante y lo absolutamente secundario. La identidad judía apunta a tener siempre clara las prioridades.  Las tres tefilót diarias (revisión a través de la plegaria y contemplación), el vidui nocturno, antes de dormir (balance y confesión), Rosh Hashaná, Yom kipur, son ejercicios espirituales prácticos para no perder el foco de la santidad y milagro de la vida.

Llegamos solos a este mundo y solos partiremos.  Nuestra existencia transcurre entre estos dos momentos profundamente desconocidos y misteriosos. Una de las paradojas de la vida occidental es que mayoritariamente el hombre le teme a la soledad. Buscamos desesperadamente estar acompañados, ocupados, distraídos,  y nos olvidamos que la primera compañía que deberíamos cultivar es la propia.

Las medidas de cuarentena nos vuelven a invitar a conectar con nosotros mismos en un necesario equilibrio y armonía.

La vivencia del aislamiento social que se impone en muchas ciudades transformándolas prácticamente en ciudades fantasmas, es una enorme posibilidad de reencuentro personal y familiar, esa clásica vivencia judía de Shabat y festividades.   Se impone la creatividad, la cocina y mesa compartida. Los diálogos, lectura, juegos de mesa, relatos, ternura.  Ese maravilloso y profundo silencio tan lleno de sentido y bellas melodías.

El aislamiento debería enseñarnos también el arte de la utilización racional de nuestros recursos materiales y tomar verdadera conciencia que es tan poco lo que realmente necesitamos. ¿Cuánta comida y bienes superfluos desperdiciamos inconscientemente en nuestra cotidianeidad?

No me queda claro si para distraernos mientras rogamos aparezca la vacuna “que nos salve”, nos bombardean con la deuda, la caída de los mercados, los análisis de la economía mundial y las terribles pérdidas que sufrirán las empresas, países e individuos. Los muertos no pagan deudas, no producen ni desarrollan sus economías, emprendimientos, ni países. ¿No será también el coronavirus un llamado de atención a una absurda manera de entender las verdaderas necesidades,  y que la economía debe estar en función del hombre y no a la inversa?

Como todo vivencia límite, la misma expone las mejores virtudes y defectos de nuestra condición humana.  Médicos, científicos, policías y servidores públicos, buscando cómo contener la situación y mitigar hasta encontrar la esperada cura. También violentas e irracionales reacciones xenófobas. Países cerrando fronteras y personas agrediendo a los que “suponen” infectados. No faltan los conocidos miserables especuladores, ni los irresponsables que por no cuidarse a ellos mismos menos les preocupa cuidar al otro.

La solidaridad y creatividad aparecen de mil maneras. Emociona ver cómo vecinos encerrados, que seguramente no se conocían, ni se miraban, de un momento a otro, y por la circunstancia del encierro, cantan juntos desde sus balcones dándose aliento y afecto. La genuina belleza no requiere sofisticación, sino un alma predispuesta.

Estas épocas de abstinencia de shoppings, cines, teatros, recitales, restaurantes, compras incensarías, distracciones y encuentros masivos, nos deberían invitar a ese “inside” que tanto nos venden las terapias clásicas y alternativas para encontrar ese estado de regocijo y plenitud. Por ahí nos damos cuenta  de que siempre está adentro y no afuera.

La cultura China, entre tantas cosas, nos ha enseñado que crisis es igual a oportunidad. Desde hace mucho sabemos de las nuevos desafíos y modalidades en la cultura del trabajo y educación. De la imperiosa necesidad de adaptarnos al cambio a partir de las nuevas tecnologías. De manera compulsiva se nos ha impuesto esta experiencia empírica de la cual, sin duda, aprenderemos y sacaremos conclusiones.

El mundo de la inteligencia artificial, los satélites de detección de objetos y personas ya son una realidad y un nuevo paradigma. Al virus, esperemos antes que después, se le encontrará su vacuna. En paralelo sin duda, como hemos visto estos días,  se desarrollarán diversas aplicaciones de prevención y abordaje de estas emergencias.

La crisis ha puesto de manifiesto la debilidad estructural de los servicios sanitarios. Países que se dicen del Primer Mundo como Italia, desbordados por un virus que los lleva a descartar a los pacientes con menor posibilidad de sobre vida.

Si agregamos un mensaje que no debe ser casual. La franja con mayor mortandad es la de los adultos mayores. Una población que sigue creciendo con la mayor expectativa de vida. Los sistemas previsionales y jubilatorios a nivel mundial, absolutamente quebrados ante la imposibilidad de absorber las enormes masas de jubilados. La necesidad de repensar qué haremos para que la tercera y cuarta edad sigan siendo productivas y cuenten con una vida digna. Un tema complejo que no debemos continuar evadiendo y requerirá respuestas creativas y corajudas.

De alguna manera esta pandemia que nos preocupa, nos brinda a la fuerza y con toda su contundencia, una nueva oportunidad de re-aprender los verdaderos valores y el sentido de la vida. ¿Lo lograremos, o esta plaga no será suficientemente contundente para que tomemos conciencia?

Albert Einstein nos anticipó, “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero puedo anticipar que la cuarta será con palos y piedras“.

 

Miguel Steuermann

Director General

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