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¿No es una locura crear comunidades judías en Polonia?

Un viaje a Polonia genera reflexiones que continúan surgiendo con el paso del tiempo.

En el newsletter del JCC de Cracovia, al cual me suscribí durante nuestra visita el mes pasado, leí una nota sobre una actividad llamada “The Daffodil Project” (proyecto Narciso) de la cual Cracovia fue sede por cuarto año consecutivo. Consiste en plantar un millón y medio de narcisos, como monumento vivo al millón y medio de niños perdidos en la Shoá. Específicamente en Cracovia, estas flores también representan a aquellos que sobrevivieron y que son (ellos, sus hijos o sus nietos) quienes están reconstruyendo la vida judía en Polonia.

El narciso fue elegido por su color amarillo y sus seis pétalos que recuerdan a una estrella de David. Las mismas estrellas amarillas que nos marcaron para la muerte son hoy símbolo de esperanza y de vida. El proyecto Daffodil ha plantado flores en más de 60 países en todo el mundo, incluyendo Israel, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Países Bajos, República Checa y en Polonia, donde es un verdadero símbolo de supervivencia que una nueva generación de niños judíos estén trayendo color al mundo.

Calcular cuántos judíos hay en Polonia es virtualmente imposible. Según el rabino de la sinagoga Nozyk, para Iom Kipur se reúnen unas seiscientas personas entre las tres comunidades que hay en Varsovia. Pero ese número no dice nada: no todos los que asisten son judíos, y con seguridad hay muchos judíos que no asisten. Las dos jovencitas que nos recibieron durante nuestro almuerzo en el JCC de Cracovia nos comentaron que prácticamente cada día llega gente diciendo: “Creo que soy judío”. Todos son recibidos, se les ayuda a investigar su historia y se hace lo posible para integrarlos a la comunidad. Esta gente tiene dos orígenes posibles: por una parte, están los centenares de niños dejados al cuidado de familias cristianas, o en conventos, o en estaciones de trenes, o sacados clandestinamente de los guetos, con la esperanza de que lograran sobrevivir; y cuyos padres o bien murieron, o bien no lograron hallarlos pese a haber dedicado cada minuto del resto de sus vidas a recuperarlos. Estos niños (que hoy tendrían alrededor de setenta años) o sus descendientes, hoy están atando cabos: año de nacimiento, diferencias físicas con sus padres o hermanos, detalles que les hacen pensar que la familia en la que se criaron no es su familia biológica. Por otra parte, hay judíos que lograron ocultar su identidad durante la guerra y que siguieron ocultándola durante el comunismo, pero que hoy sienten que pueden salir a la luz. Así, como le sucedió a cada una de nuestras dos anfitrionas, un día tu madre te dice: “Tú eres judía”.

Es emocionante. Pero la pregunta sigue en pie: ¿no es una locura querer revitalizar las comunidades judías en Polonia o Alemania? ¿Qué tiene que hacer un judío allí? ¿Por qué no se van? Muchos judíos, al planificar sus viajes, tratan de “no pisar” Alemania u otros países perpetradores de la Shoá. ¿Tiene sentido? Visitando Polonia y hablando con su gente, uno escucha historias de horror. Polonia fue ocupada por Alemania y muchos polacos lucharon contra los nazis. Los alemanes no eligieron Polonia como sede de campos de concentración porque los polacos fueran especialmente favorables al régimen, sino porque era la posición más cercana a la frontera rusa. El abuelo de nuestra guía en el viaje estuvo preso, el hermano de Janusz Kowalski, Justo entre las Naciones, fue asesinado a los 11 años. Hubo polacos que salvaron judíos; hubo quienes lo habrían hecho, o lo hicieron al principio de la ocupación, pero dejaron de hacerlo por temor a ser ellos mismos asesinados. Y hubo también quienes colaboraron activa y gustosamente con la “solución final” denunciando y apropiándose de casas y bienes. ¿Habría sido esto diferente si los campos hubieran estado en cualquier otro país? Nuestras anfitrionas del JCC nos decían que el polaco es muy xenófobo: odia a todo el que no sea polaco, católico y blanco. Ellas se sienten discriminadas, pero no específicamente por antisemitismo. Como judías, se sienten más seguras en Cracovia que en París.

Todo el mundo sabía lo que estaba pasando durante la Shoá.

Todo el mundo, incluyendo a los Estados Unidos y los países aliados. Y nadie hizo nada. Pero no fue la primera ni la única vez: nuestra historia está llena de dolor, expulsiones y muerte. Si decidiéramos no pisar ningún país donde nos hayan perseguido o donde nos odien, no deberíamos pisar Alemania, pero tampoco España, Portugal, Rusia, Inglaterra, Francia y tantos otros.

Algo me impactó cuando Janusz Kowalski nos mostró la medalla y el diploma que lo acreditan como Justo entre las Naciones. Los judíos no hemos alimentado la venganza contra los nazis, ni hemos educado a nuestros hijos en el odio o el rencor. Si hemos buscado a los nazis prófugos, fue para llevarlos ante la justicia. Pero lo que sí hemos hecho es buscar uno por uno, en cada rincón del mundo, a todos los que nos ayudaron para agradecerles y retribuir su generosidad y valentía. Porque si decidiéramos odiar a todos los que nos odian, deberíamos odiar a demasiada gente. Por lo tanto, los judíos decidimos intentar amar en lugar de odiar. Agradecer la bondad en vez de vengar la maldad. Es nuestra idiosincrasia, es lo que nos hace ser lo que somos y debemos sentirnos orgullosos de ello.

¿Es loco crear comunidades judías en Polonia? Sí, tan loco como crearlas en cualquier parte del mundo. Israel es nuestro único hogar seguro.

Pero la diáspora existe desde los inicios de nuestro pueblo y debemos seguir fortaleciendo nuestras comunidades donde sea que estemos. Es nuestro derecho y también nuestro deber.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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