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El misterio de la matzá

Durante el tiempo que estuvimos en Egipto, nos apuraban y nos presionaban tanto que no teníamos tiempo para disfrutar una comida. La presión del tiempo nos obligaba a consumir las calorías necesarias para nuestros sistemas con la mayor velocidad posible y volver a trabajar. Los capataces egipcios hubieran preferido alimentarnos por vía intravenosa, si hubiesen contado con esa tecnología. Por lo tanto, la matzá representa nuestra esclavitud.

Pero más adelante en el Séder, volvemos a levantar la matzá y preguntamos: “¿Por qué matzá? Porque Dios nos sacó de Egipto con tal celeridad que no tuvimos tiempo para dejar que leve la masa”. ¡Esto significa que la matzá representa la libertad!

¿Qué representa entonces? ¿Esclavitud o libertad? ¿Cómo puede ser que una misma cosa simbolice dos conceptos opuestos?

Imagina estar en Egipto en la noche previa al éxodo. Después de cientos de años de esclavitud, de estar bajo las órdenes de los egipcios, finalmente logramos ser un pueblo libre. ¡Podemos tomar nuestras propias decisiones, darle forma a nuestro destino, usar el tiempo como NOSOTROS queremos! El Faraón abre las puertas y huimos de Egipto pensando: “Por fin, esta es mi oportunidad para ir un jacuzzi, a un buen restaurante y comer absolutamente todo o tomar esa larga siesta que espero hace 210 años”.

Pero antes de que nos demos cuenta, Dios nos hizo salir de Egipto con tal celeridad que recogimos nuestros alimentos y provisiones y corrimos hacia nuestra primera parada en el desierto, la ciudad de Sucot.

“Los egipcios también estaban apurando al pueblo para que dejara la tierra… y tomó el pueblo su masa antes de que leude…” (Éxodo 12:33-34).

Cuando finalmente nos detuvimos y abrimos nuestras maletas, ¿qué encontramos? ¡Matzá! No había masa para hacer un sándwich, pizza, ¡ni siquiera un mísero panqueque! Fuimos liberados de Egipto pero aún no éramos libres. Ahora teníamos que seguir las órdenes de Dios.

La Torá enfatiza esta anomalía cuando Dios nos dice: “Pues los hijos de Israel son siervos para Mí, son Mis siervos, a quienes liberé de la tierra de Egipto” (Levítico 25:55). Suena como si tan sólo hubiéramos cambiado de amo. Antes era el Faraón que nos hacía construir ciudades, y ahora era Dios que nos obliga a rezar, dar caridad, respetar Shabat, honrar a nuestros padres, etc.

¿Realmente nos volvimos libres en Pésaj, o sólo cambió a quién le servimos?

La respuesta es: los límites engendran las libertades. Si quieres lograr algo en la vida, debes tomar elecciones y limitar las opciones, implementar esas decisiones y no sólo soñar con el éxito; apegarte a tus objetivos incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Los aspirantes a participar en una maratón olímpica deben limitarse en muchos sentidos: entrenamiento, dieta, cantidad de horas en la pista, dejar que un entrenador exigente controle sus vidas… Esos mismos límites son los que les permiten alcanzar su objetivo: la medalla de oro. Ellos son mucho más libres que otros que pueden llegar a tener el mismo potencial, pero observan los juegos olímpicos desde el sofá de su casa y piensan con melancolía: “Quizás algún día…”

Libertad no es navegar en internet durante horas con el cerebro apagado, ir a un restaurante “diente libre” o acostarse en las playas de Hawai. Eso es servirle a tu cuerpo en lugar de servirle a tu ser más elevado, a tus aspiraciones de grandeza. Los animales no son libres, no pueden evitar ser animales y vivir de acuerdo con sus instintos. Las divas de la moda no son libres, ellas le sirven constantemente a la popularidad y a la imagen pública. Los que se la pasan de fiesta no son libres, necesitan constantemente algo nuevo que renueve su emoción.

Como escribió elocuentemente Bob Dylan: “Tienes que servirle a alguien”. Y como lo definió Rav Nóaj Weinberg: “Libertad es ser capaz de perseguir lo que realmente quieres (tus objetivos más elevados), no lo que tienes ganas de hacer (tus impulsos momentáneos)”.

Por lo tanto la matzá representa tanto la libertad como la esclavitud, porque no son opuestos. “Esclavizarte” a ti mismo, esforzarte y comprometerte con un objetivo más elevado es un desafío, pero es la única forma de saborear la libertad real de romper tus propias barreras y alcanzar la grandeza.

Al comer la matzá en la noche de Pésaj, recordamos que queremos dejar nuestro Egipto personal, vivir nuestra propia experiencia en el Monte Sinaí y concretar nuestro potencial. Es difícil luchar para obtener significado y crecimiento real en la vida. Eso es lo que hace que sea tan dulce cuando lo logras.

Fuente: Aish Latino

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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