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El judío laico

Durante el siglo XIX, en las comunidades judías centroeuropeas, se desarrolló una lucha por modificar la imagen del judaísmo tradicional: se introdujeron estudios seculares en las escuelas judías y se fomentó el uso de vestimentas acordes a la época; también se impulsó el uso del idioma de los lugares de residencia y una forma de vida según las costumbres de la sociedad circundante.
Esta efervescencia ideológica y política permitió el surgimiento de una nueva forma del ser judío: el “judío laico”, quien asumía una actitud crítica a las formas y estructuras de la comunidad tradicional y traía consigo demandas a la sociedad gentil para que ésta conociera una nueva cultura judía moderna, en sintonía con las ideas de la época. El impacto fue mayúsculo, se derribaron los muros del gueto y colapsó el mundo tradicional a partir de los grandes cambios políticos que se sucedían en la Europa ilustrada.
Estos cambios generaron profundos y dolorosos debates internos; se produjo una ruptura que cambió profundamente la estructura de la comunidad judía. El mundo tradicional se resquebrajó: la pertenencia a la kehilá (comunidad) se transformó en un enrolamiento voluntario y no obligatorio, tal como lo fuera en el pasado. Surgieron y se desarrollaron diferentes corrientes religiosas que buscaron nuevas interpretaciones y respuestas en la fe y se fundó el movimiento académico “Jojmat Israel” que entendía al judaísmo desde una perspectiva científica.
El secularismo instaló una cultura judía que incorporó las artes, el aprendizaje y el conocimiento de la historia del pueblo, el estudio de las lenguas y de sus literaturas, se diseñó un nuevo modelo de escolaridad que amalgamaba las tradiciones con las ciencias generales y judaicas. El judío laico entendió que el judaísmo era en principio un legado y no un mandato, al cual cada generación debía estudiarlo, enriquecerlo, recrearlo y resignificarlo.
Este nuevo proceso histórico provocó una revolución en la concepción de lo que debía ser el hombre judío contemporáneo, como si el nuevo lema fuese: “sólo se puede perdurar cambiando”. Los iluministas entendieron que el judaísmo no era algo congelado y atemporal que sólo los observantes de la religión sabían de qué se trata.
Sentían que tenían derecho a cambiar. Consideraban la historia del judaísmo como un factor relevante en la consolidación del sentimiento de pertenencia y que les permitía comprender como, en las diversas épocas, las múltiples corrientes de pensamiento que se sucedieron interpretaron de manera disímil las formas de vida, las ideas y el accionar; alternando períodos de hermetismo y encierro con períodos de permeabilidad y apertura.
Pero con el correr de los tiempos, los judíos laicos comprendieron rápidamente que, a pesar de la integración y la asimilación a las sociedades modernas, los judíos seguían siendo a los ojos de los ciudadanos gentiles una “minoría exiliada en su tierra”. Sus intelectuales y pensadores buscaron superar los escollos del exilio, la animosidad antijudía y el desgajamiento social, creando y diseñando proyectos alternativos como respuesta a la perplejidad judía de la época, así surgieron: el autonomismo, el bundismo, el radicalismo social y el sionismo.
El secularismo fue el intento de cambiar los paradigmas de la vida judía, lograr un cambio histórico en la trayectoria de un pueblo; para unos, era la búsqueda de la autodeterminación y de la liberación nacional, para otros la liberación social y cultural. Nuevos valores y nuevos desafíos que no provenían del mundo tradicional y que cambiarían el destino de un pueblo en el futuro.

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