Gran Sinagoga, Jerusalén, Birkenau: palabras y silencios
Según la tradición jurídica rabínica, un acto repetido tres veces se convierte en jazaká, una costumbre fija. El rabino Riccardo Di Segni, rabino jefe de Roma, explicó esto cuando recibió al Papa Francisco en una visita a la Gran Sinagoga. Era el 17 de enero de 2016 y ese día Jorge Bergoglio se convirtió en el tercer Papa de la historia en cruzar el umbral de la sinagoga, después de Juan Pablo II (1986) y Benedicto XVI (2010). “Definitivamente el signo concreto de una nueva era después de todo lo que ha sucedido en el pasado”, observó al respecto el rabino Di Segni, celebrando “el punto de inflexión” en las relaciones entre judíos y cristianos sancionado por el Concilio Vaticano II. Las relaciones vuelven a estar en el centro de la atención en estas horas, también a la luz de sus numerosos encuentros con el mundo judío y de la intensa (y a veces compleja) dialéctica con el Estado de Israel.
“Nuestras relaciones están muy cerca de mi corazón”, dijo el papa en la abarrotada sinagoga romana, explicando que “ya en Buenos Aires solía ir a las sinagogas y encontrarme con las comunidades allí reunidas, seguir de cerca las fiestas y conmemoraciones judías y dar gracias al Señor, que nos da la vida y que nos acompaña en el camino de la historia”. En el diálogo interreligioso, añadió Bergoglio, “es esencial que nos encontremos como hermanos y hermanas ante nuestro Creador y lo alabemos, que nos respetemos y apreciemos mutuamente y busquemos colaborar”. A continuación, subrayó que el diálogo judeo-cristiano, en particular, se caracteriza por “un vínculo único y peculiar, en virtud de las raíces judías del cristianismo: por lo tanto, judíos y cristianos deben sentirse hermanos”.
En mayo de 2014, Francisco visitó Israel y los Territorios, al igual que los Papas polaco y alemán. Francisco se detuvo en el Muro de los Lamentos (Kotel) para un momento de oración. En el libro de honor escribió: “He venido a rezar y he pedido al Señor la gracia de la paz”. Mientras que en la nota dejada entre las grietas del Kotel informaba de la invocación de los peregrinos “que subían exultantes a tu templo: ‘Pide la paz para Jerusalén: que los que te aman vivan seguros; Que haya paz en vuestros muros, seguridad en vuestros palacios. A mis hermanos y a mis amigos les diré: ‘¡La paz sea con vosotros!’ Por la casa del Señor nuestro Dios, pediré bien por ti”. El elemento inédito de su visita fue la parada en el Monte Herzl, donde junto a todos los grandes de Israel está enterrado desde 1949 el creador del sionismo, Theodor Herzl. Francisco depositó una ofrenda floral en su honor y de allí se trasladó a Yad Vashem, el Memorial del Holocausto que se encuentra cerca, donde al final de su discurso dijo: “Aquí estamos, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer”. También en 2016, en julio, pocos meses después del encuentro en la Gran Sinagoga de Roma, Francisco visitó el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Eligiendo en este caso permanecer en silencio. Un largo e intenso silencio en el que la presidenta de la UCEI, Noemi Di Segni, hablando en las columnas de L’Osservatore Romano en los días siguientes, encontró “una forma de oración que retumba y que se hará eco, estoy segura, de los gritos y del dolor de tantos niños, madres, jóvenes, hombres que no han regresado de esa tierra: una oración suya que, junto con la nuestra, hace de esa tierra de sufrimiento un lugar de culto”.
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