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Antisemitismo e identidad

Siempre he sostenido que al antisemitismo no construye identidad judía.

Al menos, no la que yo privilegio, la que surge de las profundidades del ser (que no es lo mismo que desde el vientre de una madre o las aguas de un baño ritual, necesariamente). Dicho de otro modo: no deberíamos definir qué somos en función de lo que otros nos señalen; seríamos muy poca cosa. Está claro que nada de esto es absoluto sino relativo. Después de todo, si el otro nos reconoce, es porque existimos. ¿Precisamos ser confirmados? Generalmente nos reconocen desde el odio y pocas veces desde el respeto.

Este año nos ha enfrentado a una ola de antisemitismo con precedentes, porque siempre existió, siempre latió en lo profundo de muchas almas, pero esta vez con un alcance impensado. No sorprende tanto la virulencia como la globalización, liderada por el verticalismo practicado desde la ONU y predicado por sus organismos secuaces como la UNRWA y la CIJ. Aunque ligeramente menos obvia, la Asamblea General también está profundamente sesgada por la ideología antisemita que yace detrás la causa palestina y los DDHH supuestamente trasgredidos por Israel. En suma, está complicado saberse y darse a conocer como judío en estos tiempos.

Debo reconocer, sin embargo, que mal que me pese el antisemitismo sí genera judaísmo.

Aparecen por doquier judíos latentes, judíos indiferentes, judíos resignados, judíos conflictuados, judíos asimilados, en fin, judíos que se saben pero no se reconocen tales… Hasta que llega el antisemita, señala, culpa, y ellos quedan incluidos. Parece ser que el antisemita tiene un concepto mucho más claro que muchos judíos: que el judaísmo es una condición ontológica. Admito que hay judíos muy conscientes de su condición que por algún motivo no son identificados como tales, pero son la excepción. El antisemitismo nos iguala y aúna.

El judaísmo que surge de las profundidades del ser no es un mero judaísmo biológico.

El judío que se reconoce a sí mismo es parte de lo que Fania y Amos Oz denominaron una genealogía de la palabra en su libro “Los Judíos y las Palabras”. También es producto de la doble condición acuñada por el rabino Donniel Hartman: judío de Génesis y judío de Éxodo. En “Génesis” somos judíos por el solo hecho de pertenecer a la “familia” (los descendientes de Abraham, Itzjak, y Iaacov, Sara, Rivka, Rajel, y Lea), sin mayores demandas. En “Éxodo” somos judíos porque pactamos en el monte Sinaí: aceptamos la Torá y nos hicimos cargo. En el caso del extranjero que se suma al colectivo, reúne ambas condiciones en un solo acto. En todos los casos, reconocernos judíos supone hacernos cargo.

Reducir nuestro judaísmo a denunciar y acusar al antisemita es tan condenable como condenatorio es el juicio de valor del antisemita.

Más allá de combatir el antisemitismo rampante, y aplaudo a quienes abrazan esa misión, estos tiempos difíciles en relación a la opinión pública dominante sobre nosotros como judíos es una oportunidad para ahondar y perfeccionar nuestra propia opinión sobre nosotros mismos. Escudarnos en la victimización no contribuye a reforzar nuestra identidad, sino lo contrario. Una identidad debilitada constituye una amenaza más grande que la agresión antisemita. Porque el antisemita (casi) siempre reconocerá un judío, pero si un judío no se reconoce a sí mismo, el antisemita habrá triunfado.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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