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Hasta el 7 de octubre del año pasado, la guerra en Ucrania monopolizó el escenario global, prácticamente todos los demás conflictos y crisis, quedaban en un segundo plano, sin embargo, lo acontecido aquel día trágico, y el desarrollo subsiguiente hasta el presente en Medio Oriente, ha relegado el conflicto europeo, pese a estar en vísperas de ingresar en su tercer año.

En este contexto, y como se desarrolló en columnas anteriores, Moscú ha acusado a la OTAN de su expansión hacia el Este, algo que se hizo evidente en el 2008, con la intensión de incorporar a dos ex repúblicas soviéticas, Georgia y Ucrania, y fue así, que todo acercamiento de Rusia al bloque occidental quedó paralizado, y en el 2014, la crisis en el Donbás y la anexión unilateral de la península de Crimea por Moscú, la relación conflictiva con la Alianza Atlántica se volvió irreversible.

Por su parte, Ucrania nunca fue la Cenicienta de la película, con una corrupción endémica en todos los estamentos de la sociedad y la política ucraniana, más allá de la Euromaidán de finales del 2013 y principios del 2014, con nichos neonazis, como el Batallón Azov, y tampoco está libre de culpas de violar los DD.HH. de los habitantes de la región ruso parlante y separatista del Donbás, con ataques indiscriminados de las FF.AA. ucranianas a civiles, so pretexto de reprimir a los secesionistas pro-rusos.

Así las cosas, en la primavera boreal del 2020, tanto los EE.UU. como algunos miembros de la OTAN, fueron reforzando y apoyando a Kiev con el objetivo de incorporar a Ucrania a la Alianza Atlántica, lo que fue tomado por el Kremlin, como una concreta amenaza a su seguridad y a lo que considera su área geopolítica de influencia, y en este contexto, el 24 de febrero del 2021, el pte. Putin decidió el inicio de la “Operación Militar Especial”, es decir, la invasión de Ucrania, violando de esta manera principios del Derecho Internacional y de la Carta de la ONU, su objetivo, provocar un cambio de gobierno en Kiev por un nuevo régimen pro-ruso, y asegurarse los estratégicos territorios del oriente ucraniano sobre el Mar Negro, pero lo que estaba pensado y planificado para que sucediera en semanas, no ocurrió y ya llevan dos años de guerra y en el umbral del inicio del tercero.

Prueba de ello, en este conflicto se ha dado una moraleja bélica, pues pese a los avances tecnológicos en los medios militares, como ser el uso de misiles hipersónicos, drones de ataque y drones suicidas, las redes de comunicación e inhibidores portátiles, e incluso la IA, la guerra ha decantado prácticamente en el estancamiento, al menos en el ámbito terrestre, mientras que en el naval, donde Rusia contaba con una clara superioridad, tras el hundimiento del buque insignia de la armada rusa, el Moskva, y el empleo de Ucrania de drones y naves no tripuladas, han limitado el accionar ruso en el litoral del Mar Negro, y la base naval de Sebastopol se ha convertido en objetivo de recurrentes ataques ucranianos.

En este escenario, Moscú ha optado por una “Guerra de Desgaste”, en base a una mayor resiliencia, tanto en el plano civil como militar, y de esta manera, busca provocar un deterioro moral y en la capacidad de reponer las bajas ucranianas, una situación que se ha visto favorecida por los escasos o casi nulos éxitos de la última contraofensiva de Kiev, que ha chocado con una táctica defensiva de desgaste implementada por Moscú.

Por su parte, la crisis en el seno de las fuerzas terrestres rusas, ocurrido en junio del año pasado, a raíz de la rebelión protagonizada por el Grupo Wagner, liderado por Yevgeny Prigozhin, que pareció que iba a cambiar el rumbo del conflicto, fue superada con la mediación del pte. bielorruso Lukashenko, otorgando una base de operaciones en Bielorrusia a la Wagner, la que mantuvo su importante presencia en África, vital para los intereses geopolíticos y geoeconómicos de Moscú, sin embargo, tras la Cumbre Ruso-Africana de San Petersburgo, y el supuesto accidente aéreo que le costó la vida a Prigozhin, se fueron acomodando las cosas para el pte. Putin, a lo que hay que sumar, el poco éxito de las sanciones económicas impuestas por Occidente a Rusia, es así, que su PBI del 2023 creció un 1,5%, y las proyecciones para este año, dan un crecimiento del 1,3%, según un Informe del FMI, y esto en parte es por el respaldo de China, pero también, de la tercerización de las relaciones comerciales con Moscú de algunos países occidentales, en particular en el sector energético y materias primas, y sin olvidar que gran parte del llamado “Sur Global”, no ha adherido a las sanciones.

Por el lado de Ucrania, las cosas no fueron tan positivas, por el caso, en la Cumbre de Vilna, en julio del año pasado, se resolvió aplazar el ingreso de Kiev a la OTAN, hasta que finalice el conflicto, y sólo se ratificaron tanto el apoyo militar, de asesores y armas, como también la presión diplomática sobre Rusia, además, varios miembros de la U.E., están preocupados por los efectos económicos derivados de los acontecimientos bélicos que se están produciendo en Medio Oriente, que afectan los costos de transporte del petróleo y el gas, y por ende, la suba en los precios y la inflación consecuente, sumado al incremento en los gastos militares, en relación a sus respectivos PBI, todo lo cual, afecta las realidades sociales, políticas y económicas particulares en cada país miembro de la eurozona, y todo esto ha causado una decepción para Kiev.

Además de lo señalado, en los últimos meses el gobierno de Zelensky se ha visto jaqueado por escándalos de corrupción, y la realidad percibida por el pte. ucraniano y su entorno íntimo, no es la misma que percibe y evalúa parte del Estado Mayor de las FF.AA. ucranianas, y que ha tenido un quiebre con la destitución del comandante en jefe de las mismas, el Gral. Valery Zaluzhny, quien ha sido reemplazado por Aleksandr Sirskyi, una especialista en guerra electrónica.

También, hay que tener en cuenta que la situación económica de Ucrania es grave, se calcula en aproximadamente en unos u$s 290 mil millones las pérdidas y daños sufridos hasta el presente, y la reconstrucción ucraniana, que podría llevar una década, significaría una inversión de algo más de u$s 400 mil millones, sin olvidar que el Gasto Militar se multiplicó exponencialmente, mientras su PBI cayó un 29%, y la Deuda acumulada supera los u$s 160 mil millones, y a esta crítica situación económica-financiera, se suma un deterioro en la pirámide demográfica, sea por los casi 7 millones de emigrados, la baja tasa de natalidad y el costo humano de pérdida de vidas como consecuencia directa de la guerra.

Como se puede apreciar, el conflicto abordado ha pasado por diferentes etapas, la primera, donde una proyectada “guerra relámpago” por Rusia, se ha visto frustrada por la decidida resistencia ucraniana, la segunda, con el apoyo de la OTAN, Ucrania pasó de la fase defensiva a llevar a cabo contraofensivas, recuperando algunas regiones, y la tercera, en el presente, las operaciones están centradas principalmente en el oriente ucraniano, con escaso éxito de la última contraofensiva de Kiev, por lo que el conflicto ha devenido en una “guerra de desgaste”, ralentizando al mismo, y en lo inmediato sin resolución, y cuanto más se alargue, Rusia será la favorecida, pues su adaptación estratégica ha quedada demostrada al contener los últimos esfuerzos ucranianos, sumado al activo que representa la industria de defensa rusa, en particular en el campo de la Guerra Electrónica.

Ahora bien, más allá de los dos actores principales del conflicto, para los países de la eurozona la guerra continuará afectándolos en los planos, energético, económico-financiero, político y social, sin olvidar el resultado que ocasionan la migración consecuente, además de no descartar la posibilidad de una escalada horizontal o vertical, y los efectos a nivel global.
Además, este conflicto ha desnudado la limitada soberanía estratégica de Europa, pues es dependiente del apoyo de los EE.UU., y en Washington ya hay muestras del cansancio de seguir bancando un esfuerzo de guerra del que Kiev hasta ahora no ha probado con éxitos en el campo de batalla, y desde ya que el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre próximo, supone un punto de inflexión, pues tanto, la actual conflictividad en Medio Oriente, como el escenario Indo-Pacífico, en particular la cuestión Taiwán, relegan al teatro de operaciones europeo.

Finalizando la columna de hoy, mis reflexiones son las siguientes: primero, si bien la Historia nos ha demostrado que toda guerra termina tarde o temprano, la situación actual torna un final incierto, pues tanto para Rusia como para Ucrania, el conflicto tiene connotaciones existenciales, y en tanto esto, mientras los objetivos e intereses políticos y militares de ambas partes no varíen de manera radical, ni siquiera un Alto al Fuego o una Tregua, es una alternativa factible; segundo, más allá que el senado estadounidense aprobara el último paquete de ayuda por u$s 60 mil millones que enviaría EE.UU., si la cámara de representantes no lo veta, Washington no se verá beneficiado con una desgastante inversión dirigida a atender a dos frentes de guerra, del que sólo se beneficia China, y tercero, el Gigante Asiático no sólo se favorece por lo señalado, sino que también, ha colocado a Rusia en una situación de mayor dependencia de Beijing, sin embargo, al cumplirse dos años de guerra, Rusia parece más fuerte, los últimos días se ha hecho con la ciudad Avdivka, en la región del Donbas, lo que constituye el evento más importante en el último tiempo, y con la muerte del opositor Alexei Navalni, le deja el camino liberado al pte.

Putin en vistas de las próximas elecciones generales de marzo, por esto, y cuando el último fin de semana se celebró la Conferencia de Seguridad de Munich, sin grandes avances en cuanto a lograr una resolución del conflicto, me parece apropiada para cerrar el tema abordado hoy, una frase de Henry Kissinger, que dijo: “el desafío no es dar con la absoluta satisfacción de todas las partes, sino con una insatisfacción balanceada y tolerable para las mismas.”

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