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Gris plomizo

La mañana en Montevideo hoy, penúltimo día de Janucá, amanece en un tono gris plomizo. Ese es el estado de ánimo con que encaro esta columna: gris, y plomizo como en “plomo”, “que se pone en las cosas para darles peso”, o la “bala de las armas de fuego” (RAE): ese plomo. Al final del día encenderemos la 7ª vela de Janucá y haremos un poco de luz, un rato. Quienes vivimos en la diáspora occidental estamos rodeados de luces rutilantes, el bullicio de la ciudad, la alegría y expectativa por “las fiestas”. Estoy seguro que quienes viven en el Israel judío están sumidos en una profunda oscuridad literal (la del invierno) y simbólica (la de la guerra). Yo elegí vivir en la diáspora hace cuarenta años pero me traje Israel conmigo, para siempre.

En estos días se han acumulado algunas experiencias que transforman mi retórica en silencio y angustia. A duras penas he podido producir algún material que para mí sea digno de compartir. Era muy fácil cuando criticaba un gobierno o, jugando a ser profeta, sugería calamidades. No estaba solo. Hoy tampoco. Somos muchos los que callamos incrédulos, en shock, y profundamente tristes antes los hechos de Oct7 y sus consecuencias. Otros optan por la lucha retórica, combatir el antisemitismo desatado, explicar lo obvio (la guerra y sus consecuencias), y exacerbar el nacionalismo judeo-sionista.

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Está bien, alguien debe hacerlo, pero no seré yo.

Sin embargo, en la medida que el tiempo y la guerra avanzan (hay quienes ya le ponen fecha de finalización…) no sólo se va politizando el ambiente en Israel, también se van desenterrando de la tierra, literalmente, los cuerpos y las verdades. La lista de muertos en batalla ha superado el centenar, rehenes aparecen muertos, otros no aparecen ni aparecerán, y todo el concepto de ganar o perder una guerra adquiere nuevas dimensiones. Del espanto inicial, de la sed de venganza, de la ira y la furia, venimos cediendo a la fatalidad y la tragedia. La naturaleza de Israel ha sido modificada para siempre. Dijo Yossi Klein-Halevi en un reciente podcast: una generación crecerá condicionada por los hechos de Oct7 de 2023. En este contexto, todos somos uno: la sensibilidad, como Dios, no tiene dueño; cada cual siente a su manera y a su tiempo.

El epítome de esta experiencia aquí en Uruguay fue la visita, el pasado viernes, de un grupo de parientes de rehenes y víctimas de Oct7. En el marco de una gira por la región, recalaron unas horas en Montevideo, se entrevistaron con parlamentarios, la Vice-Presidente, y el Presidente de la República. Hoy fotos oficiales, formales y sombrías que lo atestiguan. La jornada terminó en una reunión con la comunidad judía uruguaya por tarde, antes de Shabat, en la NCI de Montevideo. Cerca de cuatrocientas personas interrumpieron su tarde para congregarse y escucharlos. El periodista Pablo Londinsky aceptó el desafío de entrevistarlos. No puedo saberlo, pero asumo que ha sido una de sus entrevistas más difíciles. ¿Por qué? Porque estos “familiares” (en el Río de la Plata el término tiene un peso todavía mayor) tuvieron mucha dificultad en hablar. La más joven del grupo simplemente no pudo. El mayor entre ellos, tío abuelo de los Bibas, fue el más elocuente y espiritual. Las otras tres mujeres, fieles a su perfil israelí, fueron breves, contundentes, y honestas: no sólo sobre el deseo que sus seres queridos vuelvan, sino sobre los conflictos y contradicciones emocionales que genera que algunos volvieran y otros no. Sin una gota de demagogia, no se guardaron nada, no nos ahorraron una verdad ni una emoción. Londinsky finalmente apeló al abrazo, acaso simbólico, que se tradujo espontáneamente en físico cuando ellos encendieron la 2ª vela de Janucá.

En lo personal, quedé ubicado, por razones de protocolo (absurdo en un evento así), en primera fila. Entre ellos y yo, dos metros. Ellos mayormente miraban al vacío; yo no podía quitarles los ojos de encima. Al mismo tiempo sentía, a mis espaldas (porque no podía girarme a mirar) la inquietud, susurros, y tensión emocional de esos casi cuatrocientos semejantes que estaban escuchando lo mismo que yo. Me sentí profundamente solo; no podía, por pura e inocente logística, sentirme parte del colectivo.

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Fue una experiencia colectiva como pocas veces hemos vivido comunitariamente. Sin triunfalismo, sin euforia, sin Shofar, y acaso, para algunos, con un poco de esperanza.

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No para mí; yo estoy profundamente desesperanzado. Como pude conversar con algunos posteriormente, creo que la experiencia fue tan intensa porque dejamos de hablar sobre los hechos; nos vimos obligados a callar, y la historia que querían contar frustró cualquier intento de verbalización. Fue absolutamente vivencial.

La presión internacional en general y la de los EEUU en particular pueden apurar un proceso que de lo contrario, y no por voluntad de Israel, podría extenderse meses, año, o más. Israel no puede sostener guerras largas, ni le será tolerado por la opinión pública internacional. No sabemos si finalmente Hamas será erradicado, como prometió Netnayahu, en realidad no sabemos nada excepto que ha sido el Janucá más oscuro desde la Shoá. Hay quienes piden milagros allí (liberación de los rehenes, específicamente); creo que un milagro mucho menos glamoroso ha sucedido aquí: estamos entendiendo en profundidad con sensibilidad lo que ocurrió allí pero nos afecta también acá. Cuando encendemos cada vela sumamos luz; a diferencia de otros años no es simbólica, es real. La precisamos.

Jag Urim (Sameaj)!

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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