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Ética y Elecciones

A más de una semana de los hechos, y a menos de una semana de nuevas elecciones en Israel, reitero mi disgusto con la forma en que buena parte de la opinión pública, tal como yo la percibo en redes sociales, se hizo eco de la noticia del abatimiento del terrorista palestino Udai Tamimi en su segundo y último intento de matar judíos, esta vez en el puesto de control de Maale Adumim. Dos guardias de seguridad privada dieron muerte al terrorista, que hasta ahora había matado y herido gravemente dos israelíes y eludido la búsqueda de las fuerzas de seguridad.

Una semana antes todavía había escrito un editorial conmovido por el asesinato, a manos de Tamimi, de Noa Lazar z’l (http://tumeser.com/2022/10/12/noa-lazar-zl/). Así como aquel episodio me conmovió en lo más íntimo y ancestral, la reacción mediática al asesinato de Tamimi por parte de algunos judíos, en Israel y la diáspora, amantes, como yo, de su pueblo y Estado, me parece condenable desde un punto de vista ético. Hacer justicia, neutralizar un terrorista, es un mandato bíblico y una obligación política; pero regocijarse en ello contradice los principios esenciales del judaísmo. Cuando corresponde actuar, hágase en el fragor de la batalla o en el silencio y la soledad de los héroes.

Nadie esperaba que Tamimi sea llevado a La Justicia; una vez que no pudo ser “neutralizado” durante el atentado, lo que sucede casi siempre, su muerte debió reportarse lo más sobriamente posible. Cualquier escalada del discurso de la venganza y la violencia nos ubica más cerca de los perpetradores que de nuestra condición de víctimas. Si ellos se regocijan con la muerte de un judío, como está extensamente documentado, nosotros debemos hacer lo contrario: actuar y luego prudentemente callar. No vinimos al mundo a vengar muertes sino a preservar vidas. La muerte, por justa que sea a nuestros ojos, no se celebra. Ni en la vía pública ni en las redes sociales.

Lo cual nos lleva de lo que sucedió a lo que podría suceder, de un acto terrorista a un acto electoral. Esta columna está atravesada por una ideología, algo que nunca he negado. Al mismo tiempo, siempre he procurado que la ideología no obnubile mi criterio, mi capacidad de leer los acontecimientos en toda su crudeza. El regocijo chauvinista que desató la muerte de Tamimi por parte de algunos (no pocos) judíos, la resaca de poder y auto-complacencia, me parecen valores muy poco judíos y muy peligrosos. No existen en un vacío, son parte del panorama electoral.

Cuando se repite que estás son las quintas elecciones en tres años en Israel parecería que el tiempo ha pasado en vano, cuando no es así. La consigna Bibi-Sí o Bibi-No es una forma muy fácil pero muy elemental de explicar lo que está en juego. De mi percepción personal, nada ni parecido a una encuesta, hay una mitad de Israel, probablemente más grande que lo que se expresa en los votos, que está harta de Netanyahu y su lucha por aferrarse al poder; pero es muy difícil desandar electoralmente más de una década de crecimiento y seguridad, como si nadie más fuera capaz de garantizar esos valores en Israel. A Begin le llevó casi treinta años.

Aun así, Israel se dio el lujo de tener durante un año un gobierno literalmente multicolor donde se priorizaron coincidencias y se encararon los problemas internos. Se votó un presupuesto, se regularizaron anomalías, se atravesó con éxito una crisis militar en Gaza, y salvo las traiciones internas incitadas por la oposición, se respetaron los acuerdos. Esos que permitieron a Yair Lapid ser Primer Ministro y llegar más fuerte que nunca a las elecciones del próximo martes. De modo que nadie puede decir, aun con las encuestas en la mano, que todo sigue igual. Seguramente la escalada de actos terroristas como el de Tamimi contribuyan a la fortaleza de Netanyahu, pero en los hechos no hubo diferencias con la gestión Bennet-Lapid-Gantz en ese rubro.

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El otro gran cambio este año 5783 es que, a diferencia de las situaciones anteriores, el gran factor de gobernabilidad del bloque de derecha liderado por Netanyahu es la dupla del nacionalista Smotrich y el racista Ben-Gvir. Si cundió el espanto porque un partido árabe habilitó la pasada coalición de gobierno, sin ocupar ministerios, ¿qué nos queda cuando Ben-Gvir alardea de que ocupará un ministerio central?

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Ya no hablamos de política interna de tipo civil o religioso cediendo a las demandas de los partidos ultra-ortodoxos, sino de la dependencia total de partidos políticos fascistas y xenófobos. La Derecha israelí se ha vuelto más extrema que nunca.

Tal como señalan las encuestas, Netanyahu no será dueño de su propio gobierno; el poder lo tendrán Smotrich, Ben-Gvir, y compañía. Si no estuviera urgido por su presión judicial o si mantuviera ciertos principios, de ganar, debería considerar la decisión de Tzipi Livni en su momento cuando renunció a ser Primer Ministro para no acordar con los partidos ultra-ortodoxos. Porque la opción de un gobierno de Unidad Nacional, aspiración del Presidente Herzog, está fuera de toda consideración en virtud del prontuario de traiciones de Netanyahu. El capital político común de todos los contendientes es “no a Bibi”.

Nadie puede predecir fehacientemente qué sucederá en Israel a partir el 1 de noviembre próximo. No sólo Israel, el mundo está en un estado de agitación y amenaza existencial que no se vivía desde los principios de la Guerra Fría; probablemente el riesgo sea mayor hoy que entonces. Ganan espacios las Derechas y las Izquierdas cuando se dan la mano con el populismo más básico. Occidente está en guerra con Rusia vía Ucrania, los chinos crecen y dominan la economía mundial, Trump podría volver a ser Presidente, y los equilibrios en Oriente Medio son trabajosos y frágiles. En ese contexto, vaticinar resultados es un juego de azar.

Hasta la creación del Estado de Israel y su Ejército de Defensa, aun tomando en cuenta actos de heroísmo de impacto tanto militar como simbólico, la supervivencia judía ha estado ligada a su resiliencia y ésta a su sentido de propósito y su escala de valores. Una vez que, tecnología mediante, podemos contar con una superioridad militar que garantiza nuestra supervivencia, no podemos claudicar de nuestros principios. Por eso, uno desearía que el martes los israelíes voten tanto con principio de realidad como con principio de ética. Si Smotrich y Ben-Gvir ganan poder, aun con toda su religiosidad y alusiones a Hashem, estarán traicionando el principio más básico y universal del judaísmo: no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti.

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Ianai Silberstein 

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