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La inesperada guerra larga de Putin

Ricardo López Göttig

Por Ricardo López Göttig

Cuando el presidente ruso Vladímir Putin se embarcó en la invasión a Ucrania, luego de meses de tensión e intentos de una salida diplomática, probablemente supuso que se trataría de un conflicto con resolución rápida y contundente. Y es que las guerras se sabe cómo iniciarlas, pero no cómo salir de ellas, y en este caso es evidente que subestimó a su enemigo, así como sobreestimó sus propias fuerzas. Lo cierto es que, pese a intentar concentrarse en las regiones de Lugansk y Donetsk en el este ucraniano, en donde el gobierno de Putin reconoció de iure a las llamadas “repúblicas populares” existentes desde abril de 2014, aún no se logró el pleno control de esa zona. Tampoco el ejército ruso ha podido tomar la ciudad de Mariúpol, último y solitario enclave ucraniano en las costas del Mar de Ázov, a un costo humano altísimo.

En los últimos días, la postura de Vladímir Putin ha sufrido nuevos reveses en la arena internacional: los gobiernos de Finlandia y Suecia, hasta ahora neutrales en cuanto a sus alianzas militares, han expresado públicamente que están evaluando si ingresarán a la OTAN. Los dos países nórdicos estuvieron fuera de las dos grandes coaliciones militares existentes durante la guerra fría, y hasta se acuñó el término de “finlandización” para explicar la situación del país limítrofe con la URSS, que debía preservar su neutralidad. Esto fue posible porque no existía el temor real de que se produjera una invasión hacia la URSS no sólo desde ese país, sino tampoco desde Noruega o Suecia. Pero tanto Suecia como Finlandia integran la Unión Europea desde 1994, una situación a la que aspira el gobierno de Ucrania y que ya presentó los formularios para sumarse. El expresidente ruso Medvedev intentó amenazar a los dos países nórdicos con el despliegue de armas nucleares en las fronteras del Mar Báltico, pero lejos de amedrentar, no ha hecho más que poner en evidencia la agresividad del régimen de Putin y la necesidad de fortalecer los vínculos militares de Suecia y Finlandia con la OTAN. Las denuncias de atrocidades y crímenes de guerra del ejército ruso, ya sea por indisciplina o por decisión deliberada, están destrozando la poca credibilidad que aún le queda al régimen de Vladímir Putin, cada vez más acorralado por su propio conflicto.

A esto, se suma el revés del hundimiento del Moskva en el Mar Negro. Si Putin pretendiera enviar parte de su flota militar a ese mar, en esta situación de guerra entraría en una controversia con el gobierno de Turquía, dada la Convención de Montreux, de 1936, sobre el control de los estrechos de Dardanelos y el Bósforo. Lo que menos precisa Vladímir Putin es sumar situaciones que pongan en evidencia su fragilidad y la acumulación de derrotas, ya sea militares como diplomáticas.

Esta guerra se está haciendo larga para ambas partes, y su prolongación desgasta la percepción de Rusia como gran potencia militar en el mundo.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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