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Un breve paraíso de libertad religiosa

Por el Prof. Yehuda Krell

El 20 de abril de 1657 la ciudad de New Ámsterdam (hoy New York), entonces bajo dominio neerlandés, concedió la libertad religiosa a los judíos. El hecho resultó por demás significativo, ya que atrajo a muchos judíos sefardíes quienes venían huyendo de la ocupación portuguesa de las colonias holandesas en Brasil.
La judería sefardí brasilera que arribó al nuevo destino, venía de vivir una experiencia extraordinaria y singular. Durante un breve período de algo más de dos décadas, entre los años 1630 y 1654, disfrutaron de un paraíso de libertad religiosa en el noreste brasilero bajo la ocupación neerlandesa conocida con el nombre oficial de Nueva Holanda.

La vida de la judería brasilera bajo los neerlandeses fue totalmente diferente a lo conocido por ellos con anterioridad. La presencia judía en Brasil se remonta a la época del descubrimiento de América con el arribo de los llamados ‘nuevos cristianos’, eran conversos que llegaban por las persecuciones de la Iglesia católica en la Península Ibérica. Para los judíos lusos, residir en la colonia portuguesa más grande de ese entonces y lejos de la metrópoli europea, les permitía mantener algunas prácticas judías en la clandestinidad.
A partir de la colonización neerlandesa de Pernanbuco y del sector noreste del territorio brasilero, cuya capital era Recife (Mauritsstad de entonces), se le permitió a muchos descendientes de los nuevos cristianos a volver al judaísmo en libertad, recuperar sus tradiciones, y reorganizarse como comunidad.
Varios de estos judíos de los Países Bajos que arribaron formaban parte de la East India Company, una empresa mercantil fundada en 1602, que tenía la mira puesta en la producción y el comercio de azucar y cuyo objetivo era acabar con el monopolio económico de España y Portugal.

En Recife, fueron alojados por familiares ya establecidos allí con anterioridad, pero rápidamente constituyeron su propia comunidad, en la que pudieron profesar su religión en paz, dedicándose al comercio, la botánica y la ingeniería. Construyeron escuelas, sinagogas y un cementerio, contribuyendo al enriquecimiento de la vida cultural de la región. Allí fundaron la primera sinagoga de América, Kahal Zur Israel.

Las estimaciones sobre el número de judíos que vivieron en Brasil durante el período neerlandés varían ampliamente entre 350 y 1450, el número resulta por demás significativo si se considera que en la región vivían unas 10.000 personas. La libertad de culto de los hebreos se fortaleció con el gobernante Johan Maurits van Nassau-Siegen, o Mauricio de Nassau, un militar que gobernó la colonia neerlandesa en Recife de 1637 a 1643. Fue un gran humanista, defendió la idea que la buena convivencia de grupos de diferentes religiones sería más beneficiosa políticamente y económicamente para hacer de Recife la capital de las Américas. Nassau invirtió en obras e importantes renovaciones, convirtiendo a la ciudad en una urbe cosmopolita.

Fueron años en los cuales reinaba en Pernambuco un ambiente inédito de tolerancia religiosa, en especial para los judíos. Testimonios relatan que la capital pernambucana, Recife, era una verdadera ‘Jerusalén colonial’, una ‘Babel cultural’. Durante este corto período, fue la única ciudad que reunía a personas de tres creencias: judíos sefardíes, católicos y calvinistas, en un mismo ambiente de tolerancia religiosa. Nunca antes los judíos habían alcanzado tamaña libertad como en el Brasil holandés, en especial durante el gobierno de Mauricio de Nassau.

Además, el gobierno colonial holandés apoyaba enfáticamente a los judíos porque éstos eran los intermediarios por excelencia de los negocios coloniales. Los judíos que se instalaron en la Nueva Holanda se transformaron en operadores, aportando dinero, créditos y los suministros necesarios para poner en funcionamiento en la región la producción de azúcar.

Eran los únicos que hablaban portugués y holandés, lo que les permitía dominar el comercio de la colonia, una ventaja combinada con un conocimiento profundo de la industria azucarera y ser grandes cobradores de impuestos. Además, en Pernambuco eran libres para tener sus tiendas y hacer negocios en general. No fue fácil para Nassau implementar esta política, tuvo que luchar constantemente contra la ira de la mayor parte del clero calvinista local y contra las presiones para llevar adelante una política menos tolerante hacia los judíos.

Varios aprovecharon la libertad religiosa para volverse abiertamente judíos. La nueva colonia holandesa atrajo a los judíos portugueses, al fin y al cabo, era la primera vez que los judíos podían reorganizarse. Los conversos estaban separados por más de 100 años del ju­daísmo de sus abuelos, no sabían hebreo y solamente practicaban ciertos rituales domésticos. Conocían poco y nada del judaísmo, para la mayoría era comenzar a ser ‘judíos nuevos’, muchos aún apelaban al castellano y al portugués en las oraciones y ceremonias de las sinagogas.

Aunque Nassau fue muy querido, finalmente fue acusado de irregularidades administrativas y se vio obligado a regresar a Europa en 1644. Tras el final de su administración, más el estallido de la llamada Insurrección Pernambucana, que provocó la expulsión de los neerlandeses de Brasil por los portugueses en 1645, llegó a su fin la efímera presencia neerlandesa en Brasil.

Los judíos que habían echado raíces en Brasil se encontraron con un ultimátum del nuevo gobernador portugués de la región, Francisco Barreto de Menezes: debían irse en tres meses. Algunos decidieron regresar a Países Bajos, otros huyeron a diferentes destinos, entre ellos New Ámsterdam. Con el fin de la ocupación neerlandesa en el noreste brasilero llegó también el ocaso del breve y emblemático paraíso de libertad religiosa para los judíos.

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