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¿Por qué tenía el FBI un archivo de 1.400 páginas sobre Einstein?

Albert Einstein - FBI

Por Mitch Waldrop

Albert Einstein, el físico mundialmente famoso, a su llegada a Los Angeles, en camino a Pasadena, donde continuaría sus impresionantes viajes en el campo de las matemáticas superiores en el Instituto Tecnológico de California.

Albert Einstein ya era un físico de fama mundial cuando el FBI empezó a mantener un archivo secreto sobre él en diciembre de 1932. Él y su mujer Elsa acababan de mudarse a Estados Unidos desde su Alemania natal, y Einstein había hablado mucho sobre los problemas sociales de su tiempo, despreciando públicamente el racismo y el nacionalismo.

Cuando Einstein murió el 18 de abril de 1955, el FBI ya había acumulado un archivo de 1.427 páginas. El director de la agencia, J. Edgar Hoover, albergaba profundas sospechas sobre el activismo de Einstein. Según Hoover, el hombre era muy posiblemente un comunista, y era ciertamente «un extremista radical».

El propio Einstein se hubiera reído a carcajadas de estas etiquetas si lo hubiera sabido, ya que había oído cosas peores de los nazis en Alemania. Además, no le intimidaba la burocracia. «El respeto ciego a la autoridad es el mayor enemigo de la verdad», declaró en 1901.

Probablemente las miles de personas que se reunirán esta semana como parte del movimiento March for Science (Marcha por la Ciencia) estarían de acuerdo con él.

Motivados por los recortes en los presupuestos de ciencia y la retórica contra la ciencia del gobierno de Trump, agrupaciones de la comunidad científica, profesores y otros defensores de la ciencia han organizado una marcha en Washington parecida a la Women’s March (Marcha de las Mujeres) celebrada en enero. El movimiento ha crecido desde entonces e incluirá a cientos de marchas asociadas en ciudades de todo el mundo.

Los protestantes dicen que marcharán por todo aquello que la ciencia representa, incluyendo la razón, las mentes abiertas y la toma de decisiones basadas en pruebas en todos los niveles de la sociedad.

Aunque disfrutan del apoyo de más de 170 organizaciones científicas, los participantes se han movilizado a la luz de un encendido debate entre los propios científicos. Como dijo un geólogo escéptico en el New York Times, «la marcha solo servirá para… convertir a los científicos en otro grupo atrapado en la cultura de la guerra».

Pero si tenemos en cuenta la vida rebelde de Einstein, los que apoyan el evento están actuando de la misma forma que uno de los mejores científicos que ha existido nunca.

La actitud desafiante de Einstein condujo a su expulsión del equivalente alemán de instituto a la edad de 15 años, y eso le llevó a su vez a renunciar a su ciudadanía a los 17 años. No quería tener nada que ver con los autoritarios colegios alemanes y el militarismo rampante, el cual aborrecía.

En su lugar, Einstein asistió al Instituto Politécnico de Zúrich, en Suiza, y se convirtió en ciudadano suizo. Después de graduarse, empezó a trabajar en la oficina de patentes suiza en Berna, donde realizó su revolucionario trabajo sobre la relatividad y la teoría cuántica en 1905.

Einstein no regresó a Alemania hasta abril de 1914, cuando sus logros le consiguieron un prestigioso cargo en la Universidad de Berlín. Allí siguió desarrollando sus ideas sobre la relatividad y la gravedad, confirmadas de manera impresionante en 1919 gracias a las observaciones de un eclipse solar y que han dado forma a nuestro entendimiento del universo desde entonces.

El partido nazi, en auge, denunció la relatividad como una «perversión judía» —el equivalente de 1920 a utilizar «noticias falsas» como método universal para echar por tierra una reputación— y Einstein recibió tantas amenazas de muerte anónimas que empezó a evitar ir a pasear solo.

Sin embargo, las amenazas no le detuvieron. En su lugar, usó repetidas veces su recién adquirida fama para hablar sobre lo que para él eran los males del mundo. Quedarse callado ante la maldad, dijo una vez, «me hubiera hecho sentir culpable de complicidad».

Denunciaba el nacionalismo belicoso. «Es el sarampión de la humanidad», dijo en 1929.

Cuestionaba el capitalismo. «Veo las diferencias de clase como contrarias a la justicia y, en última instancia, basadas en la fuerza», escribió en 1931. «Dejemos que cada hombre sea respetado como individuo y que ninguno sea idolatrado».

Protestaba contra el racismo. En 1937, cuando se le negó a la cantante afroamericana Marian Anderson una habitación de hotel en la nueva ciudad de Einstein, Princeton (Nueva Jersey), este y Elsa invitaron a Anderson a quedarse en su casa, lo que sería el comienzo de una amistad de por vida. También se hizo amigo del cantante afroamericano Paul Robeson, quien había sido condenado por ser comunista. Y en un discurso en 1946 en la Liberty University (Pensilvania), históricamente negra, Einstein declaró que la segregación era «una enfermedad de la gente blanca».

Después de 1933, el ascenso al poder de Hitler hizo que Einstein reconociera que el pacifismo puro ya no era realista. En agosto de 1939, bajo el temor de que los físicos alemanes ya estaban compitiendo por explotar el recién descubierto fenómeno de la fisión nuclear, Einstein escribió una carta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, advirtiéndole de que «el elemento uranio podría ser convertido en una novedosa e importante fuente de energía en un futuro inmediato», es decir, en una bomba.

La respuesta de Roosevelt fue el Proyecto Manhattan: un programa intensivo para desarrollar la bomba atómica antes que Hitler.

Einstein no participó en dicho proyecto. Sin embargo, en la primavera de 1945 escribió otra carta instando al presidente a reunirse con los científicos del Proyecto Manhattan, quienes estaban preocupados por las prisas por acabar la bomba y utilizarla, pese a que la derrota de Alemania estaba cerca y claramente esta había dejado las investigaciones sobre el uranio.

Roosevelt murió el 12 de abril, antes de poder leer la carta, y cuando Einstein supo en agosto que se había lanzado una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, solo pudo proferir un «oh Dios mío».

Durante el resto de su vida, fue un incansable defensor de someter a las armas nucleares a algún tipo de control internacional. En la era atómica, dijo que la guerra se había convertido en una forma de locura.

Solo podemos imaginarnos lo que Einstein habría dicho sobre la atmósfera política actual. Pero sí conocemos su reacción en épocas anteriores de medidas gubernamentales severas: la histeria anticomunista de la década de 1950.

«Todos los intelectuales convocados para declarar ante uno de esos comités deberían negarse a hacerlo», afirmó Einstein en 1953, en referencia a las investigaciones del Congreso que intimidaban y arruinaban las carreras de muchos inocentes.

Dicha afirmación le valió editoriales indignados en periódicos de todo el país, incluyendo el Washington Post y el New York Times. Sin embargo, llevó su condena con orgullo.

Tras su experiencia de primera mano con «la fuerza bruta y el miedo» que se apoderaban de Europa, lo que más le impresionó a Einstein de Estados Unidos fue «la tolerancia del país con la libertad de pensamiento, la de expresión y las creencias inconformistas». Estas eran las cualidades mismas que siempre habían estimulado su labor científica, según su biógrafo Walter Isaacson.

Einstein no era de los que se quedaban quietos y miraban mientras, en sus propias palabras, «la desgracia alemana de hace años se repite».

Publicado originalmente en National Geographic

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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