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El libelo de sangre de Trento

Por el Prof. Yehuda Krell

El 23 de marzo de 1475, en el norte de Italia, en Trento, un niño llamado Simón, de dos años y medio, desapareció de la casa de sus padres. El 26 de marzo, en vísperas del Viernes Santo, su cuerpo fue hallado sin vida cerca de su casa, versiones indicaban que el hallazgo se produjo en un sótano o bajo un montículo de tierra. El acusado del crimen fue un residente judío de la ciudad llamado Samuel, quien según testimonios cristianos se dedicaba a la usura.
Inmediatamente después del descubrimiento del cuerpo, el obispo de la comarca declaró que toda la comunidad judía de Trento, incluidos varios conversos a la religión cristiana, eran culpables del asesinato del niño. Judíos de la ciudad fueron arrestados, torturados y algunos ejecutados en la hoguera o decapitados.
La acusación y la reacción de las masas no debía sorprender, desde la Baja Edad Media, en toda Europa, una de las acusaciones más difundida contra los judíos era la de ser autores de crímenes rituales además de ser acusados de: perpetradores, profanadores de la hostia, brujos y envenenadores, entre otros. Estos crímenes constituían falsas imputaciones en las cuales se afirmaba que los judíos utilizaban sangre humana, en especial de niños cristianos, para sus rituales religiosos.

El libelo de sangre culpaba a los judíos de recrear la muerte de Cristo, y para cumplir con el ritual, necesitaban secuestrar y crucificar vivo a un pequeño niño cristiano en tiempos de la Pascua judía (Pesaj). Estas acusaciones permitían, en algunos casos, canonizar el martirio de los pequeños y fortalecer así la devoción religiosa.

El período más ferviente de la incitación antijudía por el crimen ritual ocurría durante la semana previa a la conmemoración de la Pascua cristiana, cuando los feligreses conmovidos por la ceremonia de evocación de la pasión y muerte de Jesús, dirigían su ira hacia los judíos por haber matado al Mesías.
A partir de la acusación en Trento, los tumultos se multiplicaron, el libelo de sangre también provocó acciones contra los judíos en otras ciudades aledañas como Venecia, Milán y Padua. El caso del niño Simón de Trento fue estremecedor: el padre de la criatura acusó a la comunidad judía local de haber secuestrado y asesinado al pequeño, quince judíos de la localidad fueran juzgados y luego quemados. Una transcripción completa del juicio fue documentada en latín y firmada por un notario, se tradujeron las copias del protocolo a varios idiomas y se distribuyeron por toda Europa.
En esos tiempos, Trento se hallaba bajo la supervisión del obispo Johannes Hinderbach y bajo la influencia del Sacro Imperio Romano Germánico de Federico III. El obispo Hinderbach solicitó la promoción de Simón al rango de santo de la iglesia y erigió un monumento de mármol en memoria del niño en una iglesia de la ciudad de Trento que se convirtió en un centro de peregrinación durante siglos.
El obispo incluso alentó a figuras literarias locales a escribir poesías, cuentos y otros ensayos en honor a Simón y contra los judíos. Sin embargo, es importante destacar que desde el mismo momento de la acusación de Trento surgieron interrogantes en el propio mundo cristiano acerca de la verosimilitud del libelo de sangre de Trento. El obispo de Ventimiglia, Battista dei Giudici (1428-1484), fue nombrado por el papa Sixto IV comisario apostólico en el caso de los judíos de Trento y enviado a la ciudad a investigar el crimen. Llegó a la ciudad en septiembre de 1475, después de las primeras sentencias y ejecuciones. Las autoridades locales trabajaron en contra de su investigación, impidiéndole visitar a los judíos en prisión y obstruyendo su acceso a los registros del juicio. Se ensució su nombre acusándolo de estar a sueldo de los judíos.

Dei Giudici estaba convencido de que los judíos de Trento no estaban relacionados con el asesinato del niño, e incluso escribió dos tratados en su defensa, una ‘Apologia Iudaeorum’ defendiendo a los judíos, y una ‘Invectiva contra Platinam’ para su defensa, ambas sin éxito.

Finalmente, el 20 de junio de 1478, se emitió una bula papal aceptando que las investigaciones de dei Giudici se habían llevado a cabo de manera legal pero se evitó definir el hecho respecto a la muerte de Simón. Unos cien años después del incidente, Simón fue elevado al rango de santo y canonizado por el papa Sixto V, en el año 1588, y su memoria era conmemorada el 24 de marzo de cada año.

Las acusaciones de crímenes rituales perpetrados por los judíos contra niños cristianos, fueron múltiples e interminables en innumerables países europeos. Pero los libelos de sangre no fueron solo un fenómeno medieval, también en los tiempos modernos las acusaciones se renovaron. A fines del siglo XIX, la revista jesuita ‘Civiltà Cattolica’ retomó y reavivó el tema de los crímenes rituales, hecho que alimentó la persecución de los judíos. Diversas acusaciones se produjeron hasta en pleno siglo XX, como el famoso caso Beilis, en Rusia, 1911, e incluso después de la Segunda Guerra Mundial, en Kielce, Polonia, 1946.

Estos casos, además de provenir de un profundo antijudaísmo, sirvieron para desviar la atención pública de los graves problemas sociales, además de exaltar el fanatismo religioso con fines proselitistas. Todas estas falsas acusaciones sobre hechos aberrantes, desembocaban en tumultos, matanzas y destrucción, cuya excusa era la de vengar los crímenes cometidos.

El caso de Trento volvió a ser revisado en el siglo XX, varios eruditos cristianos determinaron que había interrogantes fundamentales que cuestionaban la santidad del niño y las circunstancias de su muerte. En 1965 el papa Pablo VI revocó y eliminó el título de santidad de Simón.

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