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La deportación de los judíos polacos a Zbaszyn

El 18 de octubre de 1938 Hitler ordenó la deportación de los judíos polacos que residían en Alemania y carecían de ciudadanía germana. Eran judíos que, en su mayor parte, vivían en Alemania desde varios años, incluso había entre ellos veteranos de la Primera Guerra Mundial. La mayoría de ellos había llegado al país teutón buscando un nivel de vida superior: huir de la pobreza, intentar encontrar nuevas oportunidades de estudio y trabajo, y escapar del fuerte antisemitismo nacionalista que se había instalado en Polonia. Los judíos que emigraban seguían conservando la ciudadanía polaca.

El motivo de la expulsión fue usufructuar la nueva ley que había firmado el presidente de Polonia, el 31 de marzo de 1938, que permitía cancelar la ciudadanía polaca a todo ciudadano que residía en el extranjero por más de cinco años consecutivos y que había interrumpido todo vínculo con el país. En un decreto posterior, del 6 de octubre, se prohibía el regreso a Polonia de toda persona que no renovara su pasaporte hasta el 29 de octubre de ese año.

La acción polaca era fruto del temor que cerca de setenta mil judíos polacos que residían en Alemania y Austria se vieran forzados a volver a su país de origen por las leyes y la política antisemita nazi. La nueva legislación polaca colocaba a los judíos en una situación angustiante, ya que una de las consecuencias era dejarlos sin ciudadanía, convertirlos en apátridas, y así, ninguna nación estaría en condiciones de recibirlos en caso que quisiesen o necesitasen emigrar

Hitler vió en esta decisión política una excelente oportunidad para liberarse de los Ostjuden (judíos del Este), expulsándolos de Alemania. A partir del 27 de octubre de 1938 las autoridades alemanas comenzaron a arrestar y deportar sin miramientos, y de forma brutal, a los habitantes judíos del Reich que poseían ciudadanía polaca.

Más de 18.000 judíos que se encontraban en estas condiciones comenzaron a ser llevados a la ciudad de Zbaszyn en la frontera polaco-germana, para ser expulsados del país. Los arrestos se realizaron en horas de la noche, sin que se diera a los detenidos la posibilidad de despedirse de sus familiares o arreglar sus asuntos personales. Estos fueron conducidos, por tren o a pie, de a uno o en grupos, a la frontera polaca y obligados a cruzarla de forma ilegal, mientras los centinelas alemanes los apuraban a realizar el cruce mediante disparos al aire.

Hasta el 31 de octubre llegaron a Zbaszyn 5.799 deportados judíos, a quienes las autoridades polacas prohibieron abandonar la ciudad. Esto se hizo pensando que la concentración de los deportados en las cercanías de la frontera forzaría en definitiva a los alemanes a permitir el regreso de los expulsados a sus hogares en Alemania.

El gobierno polaco se negó terminantemente a recibirlos, por lo cual los judíos quedaron varados en la frontera a la intemperie, bajo la lluvia, sin comida y bajo el frío del crudo invierno europeo. Sin otra alternativa los expulsados se concentraron en un terreno baldío, en la estación ferroviaria y en las calles. Al principio recibieron alguna ayuda, agua y un poco de alimentos de los habitantes del lugar, quienes respondieron al llamado del alcalde en ofrecer ayuda a los deportados.

El 30 de octubre comenzó a llegar la asistencia de Varsovia, en especial del Joint, de organizaciones judías polacas, y de la Cruz Roja polaca. Se organizó una comisión de asistencia y un campamento en edificios del ejército. Al alargarse las discusiones con los alemanes, las autoridades polacas comenzaron a conceder autorizaciones de salida de la ciudad, algunos de los deportados recibieron ayuda de familiares y permanecieron en Polonia, otros lograron emigrar.

Cabe señalar que una solicitud del yshuv en Israel al cónsul británico en Polonia para asignar 150 certificados aprobados a favor de los deportados para la inmigración a Israel, fue denegada, y que aproximadamente 50 niños judíos fueron trasladados de Zbaszyn a Inglaterra en enero de 1939.

El caso Zbaszyn provocó graves consecuencias a la judería alemana. Entre los exiliados se encontraba la familia Greenspan de Hannover, su hijo menor Herschel que vivía en París, al enterarse por su hermana de la expulsión y de las condiciones terribles que les había tocado vivir a su familia durante la deportación, se dirigió a la embajada alemana, el 7 de noviembre, a exigir una explicación sobre los acontecimientos. Cuando se encontró con el diplomático Vom Rath sacó su arma y le disparó, luego de dos días el diplomático alemán falleció. En su confesión a la policía francesa, Herschel dijo ‘que lo hizo para vengar a su familia y a los judíos que fueron expulsados’.

El atentado resultó una buena excusa para el gobierno nazi de simular un pogromo popular espontaneo, no podía permitir que un agresor judío asesinara a un representante oficial de la nueva Alemania, era una afrenta que los judíos debían pagar. Por orden del ministro de Propaganda, Josef Goebbels se organizó un estallido de violencia la noche del 9 de noviembre de 1938, que se conoció como la ‘Kristallnacht’, la ‘Noche de los Cristales Rotos’. Se lo quiso hacer parecer como una reacción de violencia espontánea del pueblo alemán, pero el régimen nazi tenía preparada una acción de este tipo desde hacía tiempo y debía estallar en el momento oportuno, con un resultado desvastador. La trágica noche constituyó la expresión más radicalizada de la política antijudía nazi en esos años de preguerra.

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