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Ernesto Sabato y el pueblo judío

Por Mario Eduardo Cohen*

Los Profetas de Israel raramente adivinaban el futuro, más bien recriminaban la corrupción y mostraban el camino de la ética. Salvando los tiempos y la distancia, Ernesto Sabato fue una especie de profeta laico de nuestro tiempo. Predicó la justicia en todos los ámbitos y también luchó contra el antisemitismo y el nazismo. Este mes se cumple un nuevo aniversario de su nacimiento y es buen momento para repasar alguno de sus memorables conceptos.

Al respecto recuerda las incoherencias del pensamiento antijudío: “El antisemita dirá sucesivamente –y aún simultáneamente– que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado en su gueto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria: cualquier cosa que diga, haga o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo”; luego profundiza sobre las consecuencias de este sentimiento: “Bastaron unos cuantos gritos bien seleccionados por los teóricos de Hitler para movilizar a millones de ciudadanos en el país más instruido del mundo”.

Contra casi toda la opinión pública, en 1960, apoyó el derecho de Israel a juzgar al nazi Adolf Eichmann. Lo hizo en su famoso artículo “Soberanía para carniceros”, que le valió varias amenazas de muerte.

Sabato comparte con Jorge Luis Borges el hecho de haber sido admiradores de la cultura judía y de la sefardí en particular. Maravillado frente a la reacción de este “misterioso pueblo (judío) de volver a reír y bailar sobre las cenizas del último pogromo”, comentaba: “Ese pueblo que ha sufrido los peores horrores y que ha dado a la humanidad entera uno de los conjuntos más asombrosos de genios a la ciencia, en el pensamiento filosófico, en las artes y en la religión”.

En otra conferencia confirmaba el derecho del pueblo judío a tener un Estado: “Hay que partir de una base irreversible: el pueblo judío tiene derecho definitivo a tener su Estado de Israel. Este es un hecho indiscutible. (…) El pueblo judío tiene ese derecho: lo ha ganado con sangre, sudor y lágrimas” y agregaba respecto de la vida en las colonias colectivas: “La experiencia del kibutz es el experimento más trascendental que ha emprendido la humanidad”. También defendió, en los últimos años, el derecho de los palestinos a tener paralelamente su propio Estado nacional.

Sabato fue un gran defensor de la creación del Estado de Israel, que le otorgó, en 1989, su máximo galardón, el Premio Jerusalén. Señalaba en un reportaje en 1969: “Cuando llegamos a Jerusalén era de noche y a Matilde (su esposa) se le empezaron a caer lágrimas y yo mismo, confieso, tenía la garganta anudada”. Y una anécdota que quedó para el recuerdo colorido de ese viaje: “Hay tres Sabatos en la guía telefónica de Jerusalén: ¿será que mi fascinación por el pueblo judío es ancestral? Paseando con Matilde por la Ciudad Vieja, entré en un comercio a comprar baratijas: el dueño –vaya casualidad– se llamaba Sabato”.

En síntesis, el pensamiento ético, su admiración por el pueblo judío y la lucha contra los prejuicios fueron la razón de su vida. Sabato fue una de las diez personas justas que señala la parábola bíblica, capaces de redimir a toda una sociedad.

Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí y editor de La temática judía en la obra de Sabato

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