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Elección pareja en Perú

Ricardo López Göttig

Por Ricardo López Göttig

Desde hace unos veinte años, en América latina estamos padeciendo una tormenta entre los populismos y la corrupción, que impiden que una de las regiones con más potencial de crecimiento económico en el mundo, continúe a la zaga. En Venezuela se abrió la Caja de Pandora del chavismo a fines de los años noventa, y ello repercutió con fuerza en el resto de los países, gracias a la activa financiación desde ese régimen a todas las expresiones populistas que se declaraban de izquierda. Esa narrativa, que descree de los límites constitucionales al poder, del respeto a las leyes y de las libertades, ha prendido en vastos sectores de la ciudadanía.

 

Ayer domingo se celebró la segunda vuelta para la elección presidencial en Perú, en donde compitieron Keiko Fujimori –por tercera vez, hija del ex presidente Alberto Fujimori y que está cumpliendo condena por corrupción y crímenes- y Pedro Castillo, un maestro de izquierda. El escrutinio es extremadamente parejo, con Keiko Fujimori con apenas 50,2%, en tanto que Pedro Castillo con 49,7% de los sufragios. Cabe recordar que ambos pasaron a este ballotage tras una primera vuelta que se caracterizó por una gran fragmentación de las propuestas votadas, con Pedro Castillo cosechando el 18,9% y Keiko Fujimori el 13,4%. Esto significa, además, que el Poder Legislativo ha quedado con una variopinta heterogeneidad de bancadas, por lo que en la próxima presidencia se deberá conformar algún tipo de coalición para establecer una agenda de gobierno, aun cuando no sea un régimen parlamentario. En Perú ha golpeado el caso Odebrecht y ello ha significado un desprestigio casi completo de las instituciones republicanas y de los liderazgos políticos, terreno fértil para los supuestos salvadores populistas con sus proclamas demagógicas.

Las señales de alarma se encendieron con las proclamas populistas de Castillo, que a la clásica propuesta de nacionalizaciones que caracteriza a la izquierda, le sumó su llamado a cerrar el Congreso y a enfrentarse con el Poder Judicial, si no se adherían a su política. El cesarismo tan propio de los populismos quedó claro desde el inicio, en su afán de borrar con el equilibrio de poderes, los controles y las rendiciones de cuenta. Es por ello que Keiko Fujimori, heredera del fujimorismo de los años noventa, pudo transformarse en un “mal menor” para gran parte de la ciudadanía peruana, que la eligió por espanto y no por genuina adhesión.

 

Mientras tanto, en México, el sueño del presidente Andrés Manuel López Obrador de alcanzar los dos tercios del Congreso para poder reformar la Constitución, han quedado por el camino, en una elección de medio término que marca un retroceso para su partido y sus aliados. Estas expresiones electorales señalan un problema profundo, entre el desconocimiento y el rechazo a los principios del gobierno de las leyes y la vigencia de las instituciones, garantes de los derechos fundamentales. La ola populista ha calado hondo y, frente a ella, se terminan eligiendo parches para contenerla, muy lejos de poder votar expresiones auténticas de calidad democrática.

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