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La nueva política de Estados Unidos en el Medio Oriente

El Gobierno de Joe Biden comenzó a cambiar el paso en el Medio Oriente. A pesar de las dificultades que se observaron en el trato directo, resurgieron los primeros contactos destinados a reciclar y reducir la capacidad nuclear de Irán. De este modo, la ciudad de Viena fue el escenario neutral de las conversaciones que sostuvo la delegación de Teherán con los representantes de los 4+1 (Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania y la Unión Europea), quienes son los referentes de la “hoja de ruta” concebida para retomar el Plan de Acción Integral Conjunto de 2015 (el llamado “PAIC”).

Aunque los representantes de Estados Unidos no participaron directamente, su delegación fue minuciosamente informada por los europeos de las alternativas del diálogo y, en especial, de los puntos de vista iraníes. Tanto el objetivo como el contexto general de estas complejas acciones se vincula con la demanda de Teherán que apunta a obtener el levantamiento de las sanciones estadounidenses.

Esas medidas fueron orquestadas en unas 1600 decisiones que afectan actividades de toda índole, inclusive planteos ajenos al paquete nuclear, que no sirvieron para mejorar el derrotero marcado por el PAIC. Para satisfacer a su contraparte, el gobierno iraní debería reducir su producción de combustible nuclear y permitir el acceso de los inspectores del OIEA a la totalidad de sus instalaciones relacionadas con ese desarrollo sectorial.

Cuando, en 2018, Donald Trump decidió abandonar el PAIC, Teherán dejó de lado algunas de las normas que limitaban los desarrollos de esa industria, hecho que le permitiría conseguir, en pocos meses, un artefacto nuclear. En adición a ello logró el desarrollo de los diseños de nuevas centrífugas y el enriquecimiento de uranio, lo que hoy otorga fuerte suspenso y especial urgencia a esta negociación.

Otro factor significativo de esta nueva puja se origina en el hecho de que en junio se celebrarán elecciones en Irán. Según los observadores, tal proceso serviría para colocar en la presidencia a un hombre de la línea dura, quien se apartaría del legado del Presidente Hassan Rouhani y consolidaría la tendencia de la gente que prevalece en el Majlis (Congreso), en detrimento de los enfoques moderados que en 2015 hicieron posible suscribir el PAIC.

Washington intenta llevar a la práctica, a través de las gestiones que lidera el Secretario de Estado, Antony Blinken, un conjunto de novedosos objetivos. El fiasco provocado por las ideas de Trump permitiría reintroducir ideas pragmáticas, paciencia y claridad de objetivos a fin de armar una convivencia no exenta de importantes riesgos. El nuevo paquete consistiría en pedir a Irán que acepte prorrogar por más tiempo los compromisos originales respecto a su actividad nuclear, dentro de una propuesta que también incluiría el recorte de sus desarrollos misilísticos y la terminación del apoyo al Gobierno sirio y a otros grupos extremistas (como Hezbolá, Hamas y los grupos chitas de Iraq). Estos condimentos estratégicos no estuvieron comprendidos en las negociaciones que llevó adelante el expresidente Barack Obama.

En la mesa de enfrente, Teherán tiene la necesidad prioritaria de conseguir que sean levantadas las sanciones aplicadas para tomar como rehén su desarrollo económico. La evolución del país en los últimos años experimentó un funesto deterioro y al gobierno de Irán le resulta vital que esa concesión se ejecute antes de que sean llevadas a la práctica sus propias obligaciones conforme al PAIC. Semejante planteo pone de relieve que las secuencias de las concesiones adquieren una importancia muy precisa y sutil para las partes. Los negociadores decidieron constituir dos grupos de trabajo para analizar ambos temas y dejar el tema de la sincronización a la hora de hacer el balance de las concesiones recíprocas.

Las dificultades relacionadas con la economía iraní indujeron a crear, el pasado 27 de marzo, una sugestiva “Asociación Estratégica Comprensiva” con China, mediante la que Beijing genera otro equilibrio global de fuerzas y se comprometería (según trascendido) a realizar inversiones por US$ 400.000 millones en la infraestructura energética de Irán, en los próximos 25 años, a cambio de la seguridad de un abastecimiento persistente y mejor precio de su petróleo.

China tiene acuerdos de asociación estratégica con diversos países, En Medio Oriente ya pactó uno con Iraq (2015), Arabia Saudita (2016) y los Emiratos Arabes Unidos (2018). Los analistas entendieron la reciente movida como el intento de Irán de elevar sus relaciones con Beijing al nivel de las que ya mantienen otros países de Medio Oriente. Según este enfoque, ello no significa desinterés chino en llevar adelante el PAIC, pero importa un avance de su influencia en el Golfo Pérsico que se inscribe en su rivalidad sistémica y estructural con Estados Unidos.

Otro tema de interés estadounidense es hallar una salida diplomática para dar término a la guerra en Yemen, lo que explica la gestión de un enviado especial al Medio Oriente. Hasta el momento fue Arabia Saudita quien intervino en la guerra civil (en una coalición con otros países del Golfo) al generar la “Tormenta Decisiva” para desalojar a los huties chiitas de la capital Sanaa y restablecer en el poder al presidente Rabbu Mansour Hadi. Y aunque su duración fue prevista por los saudíes en seis semanas, el conflicto ya lleva seis años. Los enfrentamientos armados ya dejaron 112.000 cadáveres y el asunto se convirtió en una gigantesca catástrofe humanitaria.

Durante la presidencia de Trump, Washington no limitó la cooperación militar con Arabia Saudita. En este ámbito el Presidente Biden se comprometió en terminar el apoyo a todas sus operaciones ofensivas y dejó de lado la decisión de calificar a los huties como grupo terrorista.

En los últimos años la región devino en la mayor importadora de armas del mundo. El 75% de las ventas de esta naturaleza proviene de los Estados Unidos, hecho que convirtió a ese mercado en el más importante del planeta (desde 2010 se ls ventas potenciales de armamento alcanzaron los 134.000 millones de dólares).

A pesar del interés saudí, hasta ahora las negociaciones entre las partes en conflicto no hicieron progreso alguno. Los huties se sienten vencedores debido a que ejercen el controlar de la capital y de gran parte del territorio en el que vive el 80% de la población. Ello les permite llevar adelante una ofensiva contra la ciudad de Marib, de gran importancia estratégica y asiento de sus oponentes gubernamentales, ya que Irán les facilitó misiles y drones muy potentes, un armamento que inclusive se emplea en territorio de Arabia Saudita. Este escenario pulveriza la unidad de Yemen, no sólo en virtud de la histórica división entre el norte y el sur, sino también se extiende a otras zonas controladas por cinco fuerzas locales de distintas tendencias e intereses.

Estados Unidos y Arabia Saudita mantienen una larga relación estratégica, vinculada con su gran poder energético. Ese último país constituye una voz significativa en las negociaciones de paz entre Israel y los palestinos, así como también un sólido bastión contra el extremismo islámico. En ello gravita su condición de líder referencial en el conflicto secular entre sunitas y chiitas, lo que incluye a otros conflictos domésticos.

En ese contexto, Trump coincidió con los puntos de vista sauditas al denunciar el PAIC. En esa volteada también convirtió a los saudís en una pieza central y un aliado clave de su política en Medio Oriente. De ese modo Washington no sólo otorgó más fuerza a las relaciones con el príncipe heredero Mohamed bin Salman (conocido por su iniciales MBS), sino pudo ocultar la responsabilidad del citado monarca en el asesinato del periodista saudí del Washington Post, Jamal Khashoggi.

El arribo de Biden a la Casa Blanca significó poner énfasis en la defensa de los derechos humanos y el pensamiento mayoritario del Partido Demócrata, lo que supone cambiar el libreto de las relaciones con Arabia Saudita. El 24 de febrero el Director de la Inteligencia Nacional difundió un informe sobre el asesinato de Khashoggi que puntualiza la responsabilidad saudí en ese asesinato. Con posterioridad, el Gobierno se negó a otorgar visas estadounidenses a 76 ciudadanos sauditas vinculados con el ese hecho, pero no se adoptó ninguna decisión con relación a MBS.

Después de esta revelación, Biden tomó contacto con el rey Salman, pero teniendo en cuenta su edad (86 años), estado de salud y la posibilidad de que MBS lo suceda como Jefe de Estado, el gobierno de Washington podría desguazar el diálogo directo entre ambos gobernantes, situación sin precedentes en los 75 años de relaciones entre ambos Estados. Ese vínculo nació al concluir la II Guerra Mundial y constituyó un gran avance para consolidar los intereses geopolíticos de Estados Unidos en Medio Oriente.

Según los datos conocidos, MBS comenzó una etapa de cambios internos y enfrentó problemas muy significativos, ante la crisis originada por el bajo precio relativo del petróleo, una actividad que provee el 75% de los ingresos fiscales y el 90% de las divisas por exportación del reino. Su gobierno concretó acuerdos sobre las políticas de los países proveedores miembros de la OPEC y Moscú. El problema, es que la actual evolución tecnológica está transformando el papel de los combustibles no renovables en un poder en retirada.

En abril de 2016, MBS dio a conocer lo que llamó “Visión 2030”, que es una estrategia para reformar y diversificar su economía, vivir sin petróleo y desarrollar las nuevas tecnologías para pilotear un futuro menos próspero y estratégico, lo que implica la necesidad de crear otros factores de prosperidad y modificar la estructura económica del Reino, cuyos habitantes están muy golpeados por la pandemia.

La actual política de la Casa Blanca en Medio Oriente parece modificarse al ritmo de las nuevas condiciones regionales y el cambio en las relaciones de poder.

La nueva prioridad de Washington es reducir los conflictos existentes por la vía diplomática y económica. Tal enfoque habrá de afectar los nexos con Irán, Yemen, Siria, Líbano y tendrá ramificaciones en asuntos como la presencia militar estadounidense en Afganistán, lo que no supone bajar la guardia frente a grupos extremistas como Al-Qaeda y el Estado Islámico.

Por Atilio Molteni para El Economista

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