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¿Lo pasado, queda en el pasado?

En el paraje “Las Caterinas” ubicado al extremo sur del país, más cerca de la Ruta 9 chilena que de la Ruta 40 argentina, se respira aire puro, naturaleza, y se vive una apacibilidad inimaginable ante los diversos paisajes que entremezclan bosques, desiertos, cerros, lagos y la Cordillera de los Andes. En su época de esplendor, llegaron a residir allí casi un millar de habitantes. Sin embargo con el paso del tiempo, la mayoría fue migrando en busca de mejores oportunidades, quedando tan sólo poco más de un centenar de habitantes; en su mayoría longevos, símbolos vivientes de su pasado de lustre.

Una tarde se rompió la monotonía del lugar, pues un extraño visitante había llegado desde Buenos Aires. Décadas enteras habían pasado sin que llegara un sólo turista; en parte, por culpa de sus antiguos pobladores, que hicieron todo lo posible por mantenerse aislados de los pueblos vecinos. El jóven había llegado a pié, se encontraba extenuado, hambriento y visiblemente desabrigado. En su rostro tenía las marcas de haber padecido el fuerte y recio viento que sacudió la zona por aquellos días.
Don Hans, lo había encontrado acurrucado contra la tranquera de su finca, con aspecto moribundo, no había podido siquiera armar su carpa, de la debilidad que presentaba. Pese a ser un extraño y los peligros del Covid, decidió auxiliarlo para salvarle la vida. Lo llevó a la casa de su suegro Otto, recientemente fallecido.

El joven foráneo, tras haberse recuperado, luego de unos días de convalecencia, salió a tomar un poco de aire. Allí lo aguardaban expectantes más de treinta personas, para saber acerca de él y que hacía un extraño en aquellas lejanas tierras. El muchacho no lo podía creer, se sentía como un escritor famoso, a punto de presentar un nuevo libro.
Estaban todos expectantes, y sin saber que hacer, les dijo:
– Agradezco la hospitalidad de cada uno. Me llamo Joaquín, soy de Buenos Aires, y estoy recorriendo la provincia para mi nuevo libro sobre el conflicto del Beagle.

Unas semanas atrás, harto de la vida en la ciudad, por fin se había decidido a investigar sobre un tema central para él, pero no tan difundo: “el conflicto del Beagle entre Argentina y Chile” en aquel diciembre de 1978. Así que, lo dejó todo y se fue al sur.

En su primera infancia, su papá le había contado que fue movilizado por el ejército argentino a la Provincia de Santa Cruz durante la “Operación Soberanía”. Le había transmitido alguna de sus vivencias y también sobre el fuerte antisemitismo que se padecía. Clandestinamente, y sin la habilitación para circular fuera del AMBA, logró llegar a dedo hasta Santa Cruz, con el objetivo de intentar reconstruir aquellas historias guardadas desde su niñez.
La ilegalidad quedó al manifiesto, cuando trató de cruzar a Chile por el paso “Laurita – Casas Viejas”. El deseaba recorrer las ciudades chilenas que posiblemente hubieran atacado la unidad que integró su progenitor. Mientras escuchaba a los gendarmes que hablaban entre sí, diciendo que lo iban a detener, se dió a la fuga. Corrió tan rápido como pudo por varios kilómetros, y al oír un helicóptero que sobrevolaba, se refugió en un bosque durante tres días. Al salir, caminó por horas, hasta el pueblo más cercano. Tras saborear un café con medialunas, su alma volvió al cuerpo. La tranquilidad le duró poco, pues se vio en las tapas de los diarios, bajo el título: “Mochilero porteño anticuarentena, prófugo de la Justicia”.

Joaquín no podía creer lo que estaba viviendo, se encontraba escapando de las fuerzas de seguridad, y refugiado en un“paraje fantasma”; que conservaba a muchos de sus fundadores nonagenarios, lúcidos y vitales, como si el tiempo nunca hubiera pasado por el lugar.

Pese a su frustración por lo acontecido y el miedo de ser detenido, sintió curiosidad por el lugar donde se encontraba. Estaba viviendo su propia aventura y sentía que era el protagonista.
Sucedió que la mañana del 17 de octubre, todos salieron de sus casas con banderas argentinas y alemanas a celebrar el día de la lealtad peronista. El punto de reunión fue la antigua plaza. Allí se armó un acto, en el que recordaron al General Perón, sus logros, y le agradecieron por su ayuda y hospitalidad.
Ese hecho encendió aún más sus ganas de investigar. Le resultó llamativo tanto agradecimiento sin mencionar un motivo concreto.
– ¡Qué rareza! ¿Qué esconderán?-
Se preguntaba, mientras recorría cada sitio y se sumaba a la celebración, comiendo un sandwich de cordero que le ofrecieron gentilmente.

De pronto al intentar hacer preguntas sobre el agradecimiento a Perón, todos lo evadieron. Nadie se prestó a hablar del pasado. A sabiendas de que su libertad podría terminarse y ser rastreado en un segundo, prendió su celular, para googlear sobre la historia del paraje. La señal era muy débil y luego de muchos minutos pudo corroborar que no había ninguna información, ni noticia, ni nada sobre “Las Caterinas”.

Más tarde, ya en la vivienda, ocurrió que mientras estaba en el baño, oyó que alguien había ingresado. El susto y nerviosismo, le hicieron imposible salir de allí. Para colmo la puerta del baño estaba abierta, y pese a ser una casa grande, cualquier agente novato podría seguir el olor y encontrarlo fácilmente. No tenía escapatoria, y para su desgracia se dio cuenta de que no tenía papel higiénico. Los pasos eran cada vez más intensos y él seguía sentado como rey en su trono. Empezó a sudar y a tener palpitaciones. Se decía a sí mismo, “no puede haber nada peor que esto”. De repente, se asomó una chica que empezó a gritar del susto, por lo que veía y olía.
De la emoción, al darse cuenta que no era la policía, ni gendarmería; él también gritaba y se reía. La fuerza retornó a su ser y pudo levantarse. Unos segundos después, mientras ventilaba el ambiente, intentó tranquilizar a la extraña que gritaba en alemán y estaba fuera de sí.
Poco a poco , la muchacha se fue calmando. No tenía idea de su presencia en la casa.
Perdido por perdido, y consciente de su reciente papelón, buscó la forma de ganarse la confianza de la dama, antes que se vaya:
– What´s your name? – Le preguntó en inglés-
 Me llamo Elke, nací en esta casa, pero vivo en Alemania desde hace treinta años. Soy nieta de Otto y Caterina, los fundadores del paraje. ¿Usted quién es? ¿Qué hace aquí? – respondió con un dificultoso castellano-
 Soy Joaquín, un escritor de Buenos Aires. Don Hans me rescató cuando me quedé sin fuerzas durante mi viaje y llegué de casualidad hasta este lugar.
 Muy extraño un turista por acá. No hay nada para ver. Supongo que se irá muy pronto. – se mostraba incómoda con su presencia-
 Al parecer no le gustan los visitantes, ni contar la historia del paraje. – retrucó en busca de una respuesta-
 No tiene sentido esta conversación. Lo pasado queda en el pasado, ¿A quién le importa? Buenas noches – se despidió y retiró abruptamente del hogar –

La conversación con Elke, le hizo dar cuenta definitivamente que algo escondían. La amabilidad se terminaba cuando se mencionaba el pasado. No tenía mucho tiempo para averiguar el misterio, pues tarde o temprano las noticias que es un fugitivo llegarían, o la policía misma vendría por él.

El sol del amanecer se filtraba por los agujeros de las vetustas cortinas, y lo despertaron a primera hora. Se levantó sigilosamente, y observaba como Elke entraba y salía con cajas de una habitación que anteriormente se encontraba cerrada con llave y candado. A la distancia pudo divisar un santuario nazi: retratos de Hitler, uniformes de las SS, banderas esvásticas, armas, un antiguo reproductor de vinilo, e infinidades de legajos apilados en un viejo escritorio.
Le hervía la sangre con todo lo que había visto. Un sentimiento de injusticia lo abrumaba y un sin fin de dilemas le asaltaron la mente:
– ¿Qué debía hacer? ¿Vengar a sus ancestros asesinados durante la Shoá? ¿Denunciar a la justicia? ¿Habría justicia, tras décadas de encubrimiento? ¿Y qué pasaría, si descubrían que era judío?
Llegó a la conclusión de que debía salir inmediatamente de allí. Sin embargo, Elke lo descubrió, observando a lo lejos el interior de la habitación secreta, y cerró la puerta.
 Lo pasado queda en el pasado. Usted no ha visto nada. – le dijo con tono amenazante –
 Ahora entiendo porque tanto misterio… Lejos de ser una colonia alemana, esto fue un refugio de criminales nazis que eludieron la justicia. – respondió desafiante Joaquín-
 En la noche llegó la policía a casa de mi padre, y nos advirtió sobre usted. Sabemos quién es y que es judío. Su presencia aquí es un riesgo para la seguridad de todos.
 Si soy un riesgo para los nazis, ¿Por qué no me entregaron a la policía? – le dijo con ironía-
 Aquí tenemos nuestras propias reglas, ese fue el pacto con el gobierno hace setenta años. Juramos lealtad a ese pacto y mantener en secreto el pasado.
 Un pacto de silencio e impunidad… No aprendieron nada… – respondió con bronca-
 No diga más nada, se tiene que ir ¡Vienen por Usted! Salga por la ventana y espéreme al final de aquel sendero – entre tanto le señalaba el camino, venían por él con palos y armas –

Joaquín tomó su mochila y salió por la ventana, mientras la turba de ancianos nazis, llegaba hasta la casa para lincharlo. No le quedaba otra opción que confiar en una desconocida. Durante dos días esperó, acampando en un bosque. El frío acechaba y el hambre nuevamente lo tenía a mal traer. Al tercer día, junto con el alba, llegó Elke con provisiones y agua caliente. Sin embargo, él en su interior seguía atento y alerta. No podía entender por qué lo estaba ayudando o si era una trampa.

Ella habiendo notado su nerviosismo, le dio tranquilidad:
– No soy como ellos. Siento vergüenza por lo que hizo mi abuelo durante la guerra. Mi madre, les reprochó a todos los crímenes que cometieron y su falta de arrepentimiento. La echaron de aquí y nos fuimos un tiempo a Buenos Aires y luego a Alemania. Volví hace unos días, porque mi abuelo estaba enfermo y deseaba confrontarlo antes que muera; pero llegué tarde, y te encontré a ti en su casa.
 Me alegro que no seas como ellos…
 Seguiré cargando con sus culpas, porque mi apellido está manchado y mi padre está orgulloso de su padre. – respondió con tristeza y dolor-

Repentinamente, se escucharon voces en el interior del bosque:
– ¡Salí judío! ¡No te escondas más!

Los dos jóvenes comenzaron a correr, mientras esquivaban disparos. Lograron llegar hasta el pie de un cerro, y veían a lo lejos a sus perseguidores que desistieron de seguirlos, dado que no los alcanzarían. Entre ellos, estaba Don Hans que al ver como su hija se iba con Joaquín, se quitó la vida con un disparo en la garganta.
Al escuchar la sirena de una patrulla de Gendarmería que se acercaba, alertada por los disparos de los nazis, se apresuraron y adentraron en un camino de senderos que los llevaría hasta Chile. Al llegar la noche, acamparon y el cansancio fue tal que Elke se durmió en sus brazos. Otra vez, los dilemas lo acecharon, ¿La chica no es judía, es nieta de un nazi, es correcto que esté con ella? Mientras intentaba conciliar el sueño, entendió que la vida es un dilema permanente y que deberá resolver cada uno a su debido tiempo, pues si no el pasado no resuelto, lo arrastrara al presente, y lo condicionara en el futuro.
Luego pudo dormirse con la certeza de que estaba a salvo; y vaya ironía, el destino lo llevó a vivir su propia historia al mismo lugar que a su padre.

Historia ficcionada.

Por Ruben Budzvicky

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

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