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Nuestra relación con la divinidad

Nuestra lectura semanal, nos presenta de manera casi imprevista, un modelo de la interacción del pueblo de Israel con los países del mundo.

Leemos esta semana el marco de nuestras relaciones con el otro, que nos hicieron pasar por situaciones tan difíciles, tan creativas, tan traumáticas, tan enriquecedoras y tan frustrantes, a lo largo de la historia.

En nuestro repaso aparece una categórica referencia a la generación del desierto, en una representación impecable y simple. Casi anecdótica. Casi profética. Aplicable obviamente sólo a esa generación, pero, con rasgos comunes a todas las vicisitudes en nuestro pueblo que en tantos tiempos, decidieron seguir siendo la Generación del Desierto. O, no tuvieron la fuerza para dejar de serlo. Mientras nuestros antepasados que había salido de Egipto aún no llegaban a la Tierra Prometida, se encontraban ubicados entre dos culturas. La que había dejado atrás, físicamente, y la que tendrían frente a sí, cuando les tocaría ingresar a la Tierra de Canaán con la propia.

.A. nos ordena ser independientes espiritualmente de ambas, y nos resuelve el dilema entre cuál de las culturas preferir, elegir y hacer propias. Nos pide un corte radical. Nos obliga a crear una cultura alejada de los patrones de las civilizaciones conocidas. Nos invita a abandonar los modelos foráneos que tantas veces admiramos en los más profundos recovecos de nuestros corazones y que en otras, envidiamos, deseamos y codiciamos.

La Presencia Divina no puede reposar en el seno del pueblo judío, si alguien piensa que puede convivir con la cultura decadente de los otros.

En los primeros versículos del capítulo 18 ya leemos: “.A. le ordenó a Moshé que les dijera a los hijos de Israel: Yo soy .A., su Señor. No harán como hacen en la tierra de Egipto, donde antes habitaban, ni tampoco en las de Canaán, adonde los llevo. No se conducirán según sus estatutos, sino que pondrán en práctica mis preceptos y observarán mis leyes. Yo soy .A. el Señor. Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el Señor”. Sin la Presencia Divina no serán pueblo, ni tendrán tierra donde asentarse. Para tener derecho a ella, es menester poner en práctica otros preceptos y observar otras leyes: los de la Torá, que son muy lejanas a las de los otros pueblos, porque aquellas crean impureza espiritual que se contagia aún sin percatarse de ello. Ser un pueblo de sacerdotes, obliga a otra conducta. Pero ese es un paso para lograr otro objetivo, ser un pueblo sagrado, que tenga merecimientos de asentarse en la tierra prometida a los patriarcas. La santidad del pueblo no puede separarse de la santidad de la Tierra. Pero, esa santidad no debe entenderse como un don, sino como una conducta. No es un regalo, es una aspiración. Kedushá es un concepto filosófico muy complejo que debe comprenderse correctamente a partir de las escrituras. El camino es largo y complicado. No sólo hay que cortar con el pasado, sino ser cuidadosos de no aceptar las normas de moda en la zona, y que por la cercanía, pueden influenciarnos. Un ejemplo de ello, simple, concreto, que nos dice que no es suficiente con no contagiarse, sino que debemos recorrer el camino propio aparece en las normas del jubileo, que van unidas a la manumisión de los esclavos y que son una revolución para el pensamiento de la época, tanto así que continúan teniendo vigencia en nuestros días.

Así dice Vaikrá (25:11-17): “El año cincuenta será para ustedes un jubileo: ese año no sembrarán ni cosecharán lo que haya brotado por sí mismo, ni tampoco recogerán las viñas no cultivadas. Ese año es jubileo y será santo para ustedes. Comerán solamente lo que los campos produzcan por sí mismos. En el año de jubileo cada uno volverá a su heredad familiar. Si entre ustedes se realizan transacciones de compraventa, no se exploten los unos a los otros. Tú comprarás de tu prójimo a un precio proporcional al número de años que falten para el próximo jubileo, y él te venderá a un precio proporcional al número de años que queden por cosechar. Si aún faltan muchos años para el jubileo, aumentarás el precio en la misma proporción; pero si faltan pocos, rebajarás el precio proporcionalmente, porque lo que se te está vendiendo es sólo el número de cosechas. No se explotarán los unos a los otros, sino que temerán a .A.. Yo soy .A. el Señor.”

Ese es el espíritu de la nueva normatividad.

Alejarse de las corrupciones y de las modas. De lo permitido y aún estimulado por los medios del otro, y hacer un camino nuevo con otros principios.

El del Yovel –el año del jubileo-, es sólo un ejemplo inspirador, pero, que proclama que en la nueva tierra deberán establecerse otras solidaridades, aún al costo de perder dinero y bienes. Se deberán marcar otro tipo de transacciones.

La Tierra es de .A., y si nos la da, debemos respetar Su deseo. El fragmento de Torá de esta semana, nos pide, además, alejarnos de la búsqueda de cercanías peligrosas como las de los dos hijos de Aarón, y de las impurezas. El dramático inicio de Ajarey Mot, que leemos, y no por casualidad en Yom Kipur, anecdóticamente, nos marca un límite en nuestra relación con la divinidad, que debemos revelar más en la conducta con el prójimo que en los acercamientos desprovistos de compromiso con otras normas. Más afirmando normas éticas que buscar peligrosos acercamientos al Fuego Divino.

Para ser santos, no hace falta de actos multitudinarios ni de consagraciones espectaculares, tampoco aproximaciones indeseadas. Depende de la conducta cotidiana, silenciosa, cuidadosa. Nuestra lectura nos hace el puente entre los efectos de las columnas de fuego y de humo, y las que tenemos en las profundidades de nuestra alma. Le habla a un pueblo suspendido en el vacío de conductas de los demás para instarlo a aferrarse a la propia. Este es el lugar para una pequeñísima acotación: Si bien llamamos a los lugares ‘sagrados’, a los libros ‘santos’, a los objetos de culto ‘consagrados’, a algunas personas ‘venerables’, – en hebreo en todos los casos Kedoshim- tenemos que tener claro que la orden de nuestra santidad, que logramos por la obediencia a la Ley de la Torá, es sólo para consagrar la santificación del Nombre del Santo Bendito en el universo.

El único sagrado es .A.. Completo. Sin falla. Sin mácula. ‘Kedoshim tihiu’ debe entenderse como “ser enteros con .A.”, siguiendo las normas que rigen nuestras relaciones con el prójimo, con el extranjero, la viuda, el huérfano, el necesitado, con los cohanim, con el Servicio Divino. No es una orden de convertirnos en santones. Es una prescripción de seguir íntegramente la cultura propia, no la de nuestros opresores, ni la de nuestros amigos que tienen otros valores. Sólo saliendo del desierto, y limpiándonos de las influencias ajenas, llegaremos a nuestro destino de ser independientes. Tal como nos dijeron antes de Sinaí: “Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Porque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” (Shemot 19:5-6), así Israel será el lugar del reposo de la Santidad Divina que es la única. Nunca sabremos qué es más difícil, si el alejarnos de lo ajeno o hacer propio lo nuestro. Pero, el esfuerzo vale la pena en ambas direcciones.

Fuente: Rav Yerahmiel Barylka.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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