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“Lagomarsino olvidó que él se comunicó con Nisman antes del llamado del fiscal”

Dialogamos con el periodista Hector Gambini, autor de la nota que publicó el diario Clarín en referencia a los llamados telefónicos de un agente de inteligencia con sus superiores desde las cercanías de la casa de Lagomarsino. Los invitamos a oír la entrevista y compartimos la nota completa.

Un espía detrás de Lagomarsino, la nueva pista del caso Nisman

El domingo en que Nisman estaba muerto y aún no habían hallado su cuerpo, un agente de la SIDE fue tomado por una antena de telefonía que queda a sólo una cuadra de la casa de Lagomarsino, en Martínez. Desde allí se comunicó 27 veces con altos funcionarios de Inteligencia. Y se desconectó minutos antes de que hallaran el cadáver del fiscal.

En el baño de un departamento de Puerto Madero hay un cadáver. Está vestido con un pantalón corto, oscuro, y una remera blanca. Descalzo. Paralelo a la bañera, boca arriba, la cabeza hacia la derecha, recostada sobre la bisagra inferior de la puerta cerrada. Si no fuera por la sangre que irradia toda la escena de muerte violenta, por esa desmesura de charco escarlata, podría parecer un hombre dormido.

La mano izquierda sobre el pecho. El brazo derecho en el suelo, flexionado hacia arriba, con la mano cerrada cerca de la frente. Una cintita roja en la muñeca. Las piernas estiradas. Cerca de la rodilla derecha hay un casquillo de bala. Su sangre se acumuló en el tercio del piso que da hacia la puerta. Tras el disparo, siguió emanando a borbotones de un orificio de 6 milímetros que está tres centímetros sobre su oreja derecha y 7 milímetros hacia adelante: ni detrás de la oreja ni cerca de la sien.

Debajo de su hombro izquierdo, junto a la bañera, hay un arma. Es una pistola de bajo calibre, vieja, pero cargada con balas sofisticadas, de punta hueca y alta velocidad. La pistola también está cubierta de sangre. Es un domingo lluvioso de enero y el país está a punto de entrar en conmoción.

El muerto es un fiscal federal de la Nación. Ha investigado el atentado contra la AMIA y hace cuatro días que denunció a la Presidenta Cristina Kirchner por encubrir a sus autores. Mañana lo esperan en el Congreso para escuchar los argumentos de su acusación. Pero ahora son las 10.10 de la mañana y todavía nadie sabe que Nisman​ está muerto.

O casi nadie.

Los custodios de la Policía Federal que tienen que cuidar a Nisman este domingo gris están en camino hacia el edificio de las torres Le Parc. Van a llegar en 39 minutos. Hoy les toca a Luis Miño y Armando Niz, que van a encontrarse en Plaza de Mayo para ir desde ahí hacia Puerto Madero. Los dos tienen el grado de sargento primero y viven en el sur del conurbano bonaerense. Miño en Florencio Varela; Niz en Remedios de Escalada. Miño tiene 45 años. Niz, de 46, está preocupado. Pasado mañana deben extirparle un riñón en el Hospital Churruca. Sin embargo hoy, domingo, está trabajando igual. Tiene el destino marcado: esta noche será él quien encuentre el cadáver del fiscal. Niz, que debería estar de licencia médica, va a encontrar a Nisman. Será el primero en decir “el fiscal se suicidó”. El primero de todos.

Casi nadie sabe, tampoco, que ayer sábado se quemaron varios equipos de una oficina de la Casa Rosada que llevaban el registro digital de todas las personas que entran y salen del edificio. Que esos registros se borraron y se perdieron. Y que cinco años después, allá por 2020, todavía no estará claro cómo se originó el incendio. Tampoco que en Olivos hay algunas cámaras de seguridad que dejaron de funcionar o no graban las entradas y salidas de la Quinta Presidencial durante este fin de semana. Justo este fin de semana en que Nisman aparecerá muerto.

Pero ahora son las 10.10 del domingo 18 de enero de 2015 y un funcionario de la Dirección General de Reunión Interior de la SIDE se comunica mediante un radio de Nextel con uno de sus agentes activos. El que inicia la llamada está en la Capital. Lo toma una antena ubicada en la avenida Beiró, entre los barrios de Agronomía y Villa del Parque. El que la recibe está en Martínez, al norte del conurbano bonaerense. Lo toma una antena de la calle Hipólito Yrigoyen 3197, muy cerca de la Panamericana.

Ese espía que está trabajando este domingo a la mañana nunca estuvo antes allí, en ese punto de Martínez. Jamás una comunicación suya ha sido activada en esa dirección ni lo será en los próximos 5 años. Pero ahora, este domingo en que Nisman aparecerá muerto, está ahí, justo ahí, registrado por una antena de telefonía que queda a sólo una cuadra del departamento donde vive Diego Lagomarsino​.

Este dato -surgido de un entrecruzamiento de llamadas hecho por la Policía Federal al que accedió Clarín- es la nueva pista del caso, a horas de cumplirse 5 años de la muerte del fiscal.

Lagomarsino es un experto informático que trabaja con Nisman​ en la fiscalía AMIA. El sábado fue dos veces al departamento de su jefe en Puerto Madero. Justo mientras él lo visitaba, se estaban quemando los registros de ingresos y egresos en una oficina de la Casa Rosada. Lagomarsino dirá después, el lunes, que el arma de la que salió el disparo que mató a Nisman, ésa que ahora está en un charco de sangre bajo el hombro izquierdo del fiscal, es suya. Que se la llevó él porque Nisman se lo pidió. Y que lo hizo luego de que Nisman lo llamara, mientras él estaba en la pileta con su mujer, sus hijos y su cuñada.

Luego se sabrá, por esos mismos registros telefónicos que ahora sitúan a un espía activo de la SIDE a pocos metros de su casa, que no fue Nisman quien llamó primero aquel sábado. Que Lagomarsino le mandó un WhatsApp antes y luego de eso respondió Nisman. Que no fue Nisman sino Lagomarsino quien provocó el encuentro que terminaría con la muerte del fiscal.

El espía que este domingo está demasiado cerca de Lagomarsino mientras Nisman está muerto pero aún nadie lo sabe tendrá este día 38 comunicaciones de radio por Nextel, 27 de ellas desde el barrio de Lagomarsino. Empieza a las 10.10 y sigue hasta las 16.59. A esa hora lo llaman desde una antena que corresponde a la zona de Puerto Madero donde está el departamento de Nisman.

Tras ese llamado queda en silencio dos horas y luego aparece en otras localidades del conurbano: Tres de Febrero y San Martín. Allí se comunica 11 veces más con sus mismos interlocutores: altos funcionarios de la Secretaría de Inteligencia del Estado. Pero vuelve al barrio de Lagomarsino cerca de las diez de la noche. En dos minutos (22.07 y 22.08) emite tres comunicaciones más y recibe una.

Luego de esta última apaga su teléfono, pero no se sabe a qué hora abandona la zona y termina su día de trabajo.

Cuando el espía de Martínez se desconecta, los custodios de Nisman están llegando a Puerto Madero para subir al departamento del fiscal con un cerrajero que va a abrir la puerta para que entren Niz, Sara Garfunkel -la madre de Nisman- y Marta Chagas, una amiga de ella. Y caminarán hacia el cuarto del fiscal, pasarán el vestidor y llegarán al baño, que está con la luz encendida. Y entonces, formalmente, ahora sí, el país se enterará de que Nisman ha muerto.

El cerrajero tenía un nombre inolvidable, Gualberto Gualterio. Jamás imaginó lo que acababa de abrir cuando giró el pestillo sin cerradura de aquella puerta del piso 13.

Aunque son las diez y media de la noche, pasará una hora y media hasta que el llamado con la novedad llegue al jefe de la Policía Federal, Román Di Santo, de allí al funcionario de Seguridad Darío Ruiz, y de allí al secretario Sergio Berni​.

Los custodios dijeron que mientras integraban la custodia de Nisman sólo le respondían al fiscal. Muerto Nisman, aún no se sabe a quiénes les respondieron durante la hora y media que tardó en enterarse el jefe de la Federal.

El comisario Di Santo -hoy retirado en su departamento de toda la vida, con una magnífica vista a la Basílica de Santos Lugares- les contó a sus íntimos que esa demora excesiva en la “novedad” que debían pasarle sus subordinados siempre le llamó la atención. Sin embargo, nunca fue llamado a declarar en la causa. Ahora podría ser indagado por los “descuidos” en la escena del crimen: si sucede, dirá que sólo cumplió las órdenes que le daba el secretario de Seguridad presente en el lugar, Sergio Berni.

La aparición de un espía instalado todo el día cerca de la casa de Lagomarsino el día en que Nisman estaba muerto es una aguja en el inmenso pajar del caso. Un delicado mecanismo de relojería en medio del barro.

De acuerdo a las diferentes localizaciones de su teléfono a las que accedió Clarín, el aparato del espía de Martínez se activa allí un rato antes de que los custodios de Nisman lleguen por la mañana a Puerto Madero -aunque pudo estar en la zona desde más temprano-, se desplaza justo cuando éstos suben por primera vez a tocarle timbre al fiscal y ven que no contesta (cerca de las cinco de la tarde) y vuelve al barrio de Lagomarsino cuando los custodios ya llegan con el cerrajero y faltan minutos para que Nisman sea descubierto.

Es un juego de espejos: las comunicaciones del “nuevo” espía de Martínez parecen acompañar el ritmo de la búsqueda en Puerto Madero.

Lagomarsino dijo que ese domingo estuvo en su casa durante la mañana, se fue al mediodía a comer un asado a la casa de unos amigos en Pilar y regresó pasadas las siete de la tarde. Por la mañana le envió un mensaje a Nisman donde le preguntaba si estaba más tranquilo. Nisman nunca lo leyó. Ya estaba muerto con el arma que él le había dejado la tarde anterior. Poco después de las 11 fue a un Carrefour de la zona, volvió a buscar a su familia, pasó a comprar helado y se fue a Pilar.

El espía hacía una hora que había empezado a comunicarse desde su barrio. Por la noche, cuando al agente le levantaron la misión, Lagomarsino ya había regresado a su casa hacía más de dos horas.¿El espía controlaba a Lagomarsino o se encontró con él? ¿Hablaron personalmente entre ellos? ¿Por qué la SIDE estaría detrás de Lagomarsino si nadie sabía que Nisman estaba muerto?

El “nuevo” espía pegado a la casa de Lagomarsino que recién ahora surge en los entrecruzamientos de llamadas estuvo activo aquel domingo exactamente las 12 horas que los custodios necesitaron para “encontrar” a Nisman muerto en el baño desde que llegaron a Le Parc hasta que entraron con el cerrajero.

La insólita comedia de enredos que protagonizaron aquel día es conocida: lo llamaban pero tardaron seis horas en subir a golpearle la puerta y luego atravesaron dos veces la Capital hasta la casa de la madre de Nisman para buscar una clave inútil y terminaron solucionando el acceso con un cerrajero del barrio que abrió la puerta apenas le dio medio giro al pestillo que la trababa. Eso a pesar de que las secretarias de Nisman ya les habían ordenado varias veces “tirar la puerta abajo” para ver qué estaba pasando con el fiscal que no contestaba.

El caso es un festín para los detallistas: los custodios siempre se movieron juntos -fueron los dos a todos lados y ninguno de ellos se quedó en Le Parc por si Nisman estaba herido y necesitaba ayuda o simplemente por si los llamaba en forma urgente porque se había quedado dormido-, pero al momento de subir con el cerrajero a ver qué pasaba sólo subió uno. El otro, después de buscar a Nisman todo el día, eligió quedarse abajo justo cuando lo iban a encontrar.

Este custodio que no quiso “encontrar” a Nisman es Luis Miño, el mismo que había ido a buscar al fiscal al aeropuerto de Ezeiza cuando éste volvió de Europa, el lunes 12 de enero a la mañana. Y también el mismo que lo llevó a TN para la entrevista nocturna el miércoles en que Nisman denunció a Cristina. Miño tenía varias líneas de celulares a su nombre cuya procedencia nunca detalló. Había trabajado como custodio en el Exxel Group, en una firma cuya propiedad se adjudicó a un grupo de espías, subsidiaria de otra que controlaba la seguridad privada en el aeropuerto de Ezeiza y que era dirigida por el segundo de Jorge “El Tigre” Acosta en la ESMA durante la dictadura, Adolfo Donda Tigel. Estos contratos de Ezeiza habían sido desactivados por el primer interventor de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), Marcelo Saín, cuando asumió el cargo, en 2005.

Saín -que hoy lidia con los crímenes en Rosario como ministro de Seguridad de Santa Fe- declaró luego que, cuando vio a Lagomarsino por televisión tras la muerte de Nisman, lo reconoció como a un espía que le habían presentado en aquella época para darle información sobre narcotráfico.

Lagomarsino siempre negó esto, aunque llegó al entorno de Nisman al año siguiente -2006- de la mano de su amigo Moro Rodríguez, justamente un espía de la misma PSA que terminó desplazado de la fuerza por el propio Saín.

Las 27 comunicaciones del agente de la SIDE que ahora aparece “pegado” a Lagomarsino desde su barrio fueron hacia un superior suyo de la Dirección de Reunión Interior, quien a su vez tuvo comunicaciones con el jefe del área, Fernando Pocino. Éste se comunicaba luego con el segundo jefe máximo de la SIDE, Juan Martín Mena, actual viceministro de Justicia de la Nación en el flamante gobierno de Alberto Fernández.

Todos estos registros -cruces de llamadas que sigue haciendo la Unidad Federal de Investigaciones Especiales de la Policía Federal- son la nueva prueba en el caso Nisman y ya están incorporados al expediente que investiga la muerte del fiscal, según confirmaron a Clarín fuentes judiciales.

El Nextel de este agente -que sigue trabajando actualmente en la AFI (ex SIDE) y cuyo nombre ya está en poder de los investigadores- integraba una flota de equipos de comunicación que en la SIDE identificaban como COM. Todos estos aparatos pertenecían al área de Reunión Interior que dirigía Pocino, el espía que ese mismo día se iba comunicando con Mena mientras recibía llamados de sus agentes del grupo COM, incluyendo el que estaba tan cerca de la casa de Lagomarsino. Había más, cuyas ubicaciones aún se sigue tratando de determinar.

Pocino representaba en ese momento el ala más “leal” de la SIDE a Cristina Kirchner, aliado con el jefe del Ejército que manejaba la inteligencia paralela, César Milani. Estaba enfrentado a Antonio “Jaime” Stiuso, el hombre fuerte del organismo que el kirchnerismo había alentado desde los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner y acababa de soltarle la mano, un mes antes de la muerte de Nisman.

Pocino había cultivado una relación personal con Cristina Kirchner porque trabajó con ella en la Comisión Bicameral del Congreso que seguía el tema AMIA. Tejió relaciones con Milani cuando éste era el segundo jefe de Inteligencia del Ejército y aún era coronel, aunque ya en ese momento tenía llegada sin intermediarios al despacho de la entonces ministra de Defensa Nilda Garré, en 2007.

Cuando Cristina intervino la SIDE y puso al frente a Oscar Parrilli, el referente directo de Pocino pasó a ser el Señor Ocho, segundo de Parrilli: Mena. Él estaba entre los denunciados por Nisman de encubrir a los terroristas que volaron la AMIA. Hoy su procesamiento -igual que el de Cristina y el del flamante jefe de los abogados del Estado, Carlos Zannini, entre otros- sigue firme por un fallo de la Cámara Federal. Todos irán a juicio ante el Tribunal Oral Federal 8, que aún debe fijar la fecha.

Según los datos que constan en la causa, mientras el espía de Martínez se reportaba desde el barrio de Lagomarsino, Pocino llamaba a Mena 11 veces. Varios de esos contactos tienen una duración muy breve, de 7 u 8 segundos. Pero en otros mantienen conversaciones más prolongadas. A las 12.00 hablan casi 15 minutos; a las 15.48, cinco minutos y a las 16.16, 37 segundos. Todos los llamados son de Pocino hacia Mena y mientras los custodios de Nisman aún no habían subido a golpearle la puerta al fiscal muerto.

Además de llamar a Mena, Pocino tiene también varias comunicaciones con Alberto Massino -director de Análisis de la SIDE que respondía a Antonio Stiuso- y con César Milani. Con éste habla a las 13.45 (casi 7 minutos) y a las 17.06 (94 segundos).

A esta hora los custodios subían a golpearle la puerta a Nisman y desde Puerto Madero llamaban al espía de Martínez para sacarlo de la zona hasta la noche, cuando Lagomarsino volviera a su casa tras el asado con amigos en Pilar.

Ese sugestivo cruce de llamadas arroja un dato más. A las 13.44 -cuando todavía la falta de respuestas de Nisman no había alarmado a nadie- el custodio Benítez llama a su colega Miño y hablan 80 segundos. Benítez había trabajado el día anterior y dirá luego que Nisman le había pedido un arma, aunque sus tres declaraciones en el caso serán diferentes. Miño es el hombre que está a punto de “estirar” la búsqueda de Nisman hasta que no le quede más remedio, más allá de las diez de la noche.

El lunes a la mañana, nueve horas después de que el espía que se había instalado en su barrio apagara el teléfono, Lagomarsino dice que se entera de que Nisman ha muerto por un WhatsApp de su hermano y va a Tribunales a decir que él le había llevado el arma a Nisman a pedido del fiscal.

El empleado judicial que le indicó que no era allí donde debía contar lo que quería contar -fue al juzgado original de Manuel De Campos y debía ir al que De Campos subrogaba, que en realidad era el de Fabiana Palmaghini-, declaró luego que Lagomarsino estaba muy nervioso, “lloraba como una actriz” y cambiaba su relato constantemente.

La fiscal Viviana Fein​ -que en la reciente serie de Netflix confiesa que le daba miedo interrogar al agente Stiuso- le tomó a Lagomarsino un testimonio corto y amable: su primera declaración ocupa sólo 7 carillas, incluyendo las formalidades y las firmas.

Aunque las cámaras lo toman entrando y saliendo del complejo Le Parc, Lagomarsino no recuerda bien cómo estaba vestido Nisman cuando según él le dio el arma. Recuerda todo, menos que él llamó primero para provocar el encuentro y cómo estaba vestido el fiscal. En su primera declaración habla vagamente de un “pantalón largo”. En la segunda aclara directamente que no lo recuerda.

La sospecha de los investigadores -que aún hoy lo mantienen vigilado con tobillera electrónica en su casa- es si Lagomarsino realmente vio a Nisman aquella tarde. Su relato del “arma amiga” -para suicidarse, Nisman “necesitaba” una pistola propia o al menos la de un conocido- le dio cuerpo a la idea del suicidio que el Gobierno trató de imponer seis veces en las primeras 24 horas del caso.

A las 9.15 de aquel sábado y antes de que Lagomarsino se comunicara con Nisman, la madre del fiscal había invitado a su hijo a almorzar a su casa. Él le respondió que no podía porque tenía mucho trabajo. En esa casa Nisman guardaba su propia pistola. Si pensaba suicidarse, era una excelente excusa para ir a buscarla. Mucho más sencillo que tirarse un lance improbable con su empleado informático, apenas un rato después, sin saber si éste tenía o no un arma.

Esa es la otra sospecha que sigue a flote cinco años después. ¿Realmente Nisman le pidió un arma a Lagomarsino?

Ese sábado, mientras Lagomarsino llegaba por primera vez al departamento de Nisman, el custodio Benítez llamó a su colega Miño y hablaron durante 23 minutos: mientras llegaba el empleado al que le iban a pedir un arma, el custodio que luego diría que a él también le pidieron lo mismo está hablando largamente con quien al día siguiente “buscaría” a Nisman más de 11 horas.

Por la noche, cuando según Lagomarsino estaba explicándole a Nisman cómo se armaba y se cargaba la pistola 22, Benítez y Miño vuelven a hablar durante 8 minutos más.

Pocas horas después, aquel lunes 19 de enero cuando el país supo que Nisman estaba muerto y los espías acababan de pasarse el domingo hablando entre sí, hubo al menos seis manifestaciones oficiales en menos de 24 horas donde se mencionó o se sugirió con fuerza que el fiscal se había suicidio.

A las 23.11 la secretaria de la fiscalía de Nisman Felicitas Mas Feijoo llama al custodio Niz y le pregunta qué había pasado. “Pasó lo peor, el fiscal se suicidó”, le contestó Niz. Diez minutos antes, había recibido un llamado de Miño de 20 segundos.

A la 1.05 de la madrugada (el cuerpo de Nisman había sido hallado hacía menos de 3 horas y aún estaba en el baño donde lo encontraron) la médica especialista en Medicina Legal de la Policía Federal, Gabriela Piroso, escribe que se presenta en el lugar “por el delito de averiguación de suicidio”. Ella vio el cuerpo recién una hora y siete minutos después y dictaminó escuetamente que sería la autopsia la que determinaría las circunstancias de la muerte.

A las las 5.14 de la madrugada, la Secretaría de Seguridad de Sergio Berni emite un comunicado diciendo que la puerta estaba cerrada con la llave puesta del lado de adentro, sin aclarar que esa llave no le había dado vuelta a la cerradura. Así, se sugería un suicidio.

Antes de emitir el comunicado, Berni habló con Cristina Kirchner 10 veces. Cinco de esas primeras comunicaciones (en total hablaron 31 veces durante todo el día) fueron mientras Berni estaba adentro de la escena del crimen junto a 60 personas que iban y venían libremente por todo el departamento. Cristina estaba al tanto de cada movimiento, minuto a minuto, a través de su secretario de Seguridad.

La escena del crimen no era el imperio de la Justicia, como debe ser, sino el del Poder Ejecutivo, como no debía ser. Menos en este caso: investigaba la muerte el gobierno denunciado por el muerto.

Claramente sobrepasada por la situación, la fiscal Fein se distraía con Berni pidiéndole que entraran al baño “por si el fiscal todavía respira” luego de que el mismo funcionario le diera el pésame a la madre de Nisman. ¿Quién da el pésame por alguien que aún agoniza?

Cinco horas después, alguien que dijo ser el médico Fernando Trezza (jefe administrativo de la morgue) llamaba a la fiscalía de Fein para decirle que podía tratarse de un disparo autoprovocado. Suicidio otra vez. Cuatro veces en apenas doce horas.

Por la tarde, un agente de la SIDE apodado Cato -que había trabajado en la custodia de Nisman justo antes de que Nisman conociera a Lagomarsino- llama al custodio Benítez y luego éste les dice a dos superiores de la Federal que Nisman le había pedido un arma. Benítez declaró tres veces en la causa pero siempre ocultó esa llamada, descubierta después por los entrecruzamientos telefónicos.

A las 20.34 de ese mismo lunes, la Presidenta escribe una carta en Facebook. El largo texto tiene 33 párrafos. En el primero dice: “La muerte de una persona siempre causa dolor y pérdida entre sus seres queridos, y consternación en el resto. El suicidio provoca, además, en todos los casos, primero: estupor, y después: interrogantes. ¿Qué fue lo que llevó a una persona a tomar la terrible decisión de quitarse la vida?…”.

Seis veces en menos de 24 horas, sin estudios ni pericias complementarias de ningún tipo. El fiscal debía haberse suicidado. Pero duró poco.

A la mañana siguiente, el decano del Cuerpo Médico Forense le escribe a la fiscal Fein para decirle que el médico que la llamó el día anterior le dio información apresurada e “incorrecta” y que el mismo médico llamó tres veces a la fiscalía para rectificarse y nadie lo atendió. Es decir, la autopsia no determinaba suicidio.

Poco después, la fiscal admite que “lamentablemente” el suicidio no podía probarse porque no había huellas de pólvora en las manos de Nisman.

La causa fue luego a una junta médica del Cuerpo Médico Forense que dijo que no podía asegurar ni descartar ni un suicidio ni un asesinato; después a una junta criminalística de la Policía Federal (cuatro policías) que analizó la sangre bajo un escenario de suicidio frente al espejo, pero que en sus conclusiones recomienda el trabajo de un equipo multidisciplinario que llegue a una conclusión más segura y finalmente actúa ese equipo, convocado por el fiscal Eduardo Taiano y coordinado por la Gendarmería.

A Nisman lo mataron, dicen estos 27 peritos.

El nuevo cruce que sitúa a un espía activo -y pasando información a sus jefes en tiempo real desde el barrio de Lagomarsino- es parte de las 45.000 comunicaciones que se siguen en el caso y que apunta a una actividad frenética de los espías de la SIDE, del Ejército y de la Policía Bonaerense coordinando, alertando o esperando algo. Comunicaciones absolutamente inusuales en un domingo de enero -por la cantidad de llamadas y la jerarquía de los involucrados- en la previa de una muerte inusual.

Son circunstancias que suman sospechas afuera del departamento de Nisman, aunque adentro también parecieron quedar evidencias de la acción de espías.

La computadora de Nisman -una notebook Samsung que fue hallada encendida en el cuarto de las hijas del fiscal- tenía el programa Team Viewer para facilitar el acceso remoto. El último fue de Lagomarsino el 14 de enero, justo el día en que Nisman denunció a Cristina.

El celular de Nisman -un Motorola XT626- fue adulterado. Los archivos se borraron por un sistema de “borrado seguro” que Nisman no sabía utilizar, por sus escasos conocimientos de informática. Por eso la mayoría de sus documentos y mensajes no se pudieron recuperar. El propio Lagomarsino declara en su indagatoria que “del borrado seguro hecho de forma remota no queda registro”.

En el teléfono se encontró un programa “troyano” para espiar los contenidos. No se activó porque no funcionaba con el sistema Android, pero le fue enviado a Nisman personalmente por mail desde una empresa con sede en Entre Ríos. Los peritos informáticos que trabajaron en la causa declararon que la jueza Palmaghini se negó sistemáticamente a allanar ese lugar.

La contraseña para el wifi de Nisman era 1212121212, mucho más débil aún que la que le había llegado predeterminada por la empresa Fibertel. Los peritos dijeron que desde afuera podían controlar fácilmente su red administrando el router.

En la casa de Lagomarsino fueron hallados dos CD con informes relacionados a la denuncia de Nisman contra Cristina Kirchner. Los archivos fueron ejecutados por última vez el 11 y 12 de enero: el día en que Nisman salía de Madrid rumbo a la Argentina y el día que aterrizó en Ezeiza.

En el celular de Lagomarsino fueron halladas fotos de un pizarrón de la unidad fiscal AMIA donde se mostraban gráficamente diferentes líneas investigativas.

Junto con los cruces de llamadas se trabaja en la revisión de imágenes de las cámaras de Le Parc, aunque en la causa ya está probado que había varios puntos ciegos, incluyendo las escaleras.

Pistas que aparecen por afuera de la escena del crimen y el desastre de su no preservación. Una de las huellas halladas en el departamento de Nisman resultó ser de un prefecto de apellido Aranda, que trabajó aquella madrugada con las 60 personas que acompañaron a Fein.

Los peritos no encontraron huellas de terceros pero dejaron las suyas.

A las 5.58 fueron a tomar rastros de la puerta de servicio, el lugar por donde pudo haber salido un potencial asesino. Lo hicieron con cintas adhesivas, burdamente, y le arrancaron a la puerta un pedazo de pintura.

El sábado a la tarde, mientras llega Lagomarsino y se incendia la oficina de registros de ingresos a la Casa Rosada, el prefecto Miguel Ángel Gómez -que hacía adicionales de seguridad en las torres Le Parc- ve frente al edificio, sentado en un banco, a alguien que reconoció como “agente de una de las brigadas de inteligencia” de su fuerza. Nunca antes lo había visto por allí y ahora estaba a pocos metros de un puesto de diarios que tenía escaso movimiento y que tras la muerte de Nisman cerró y no volvió a abrir nunca más.

Lagomarsino insiste en que tenía con su jefe una relación de “amo a esclavo”, que él tiene la autoestima baja y que con Nisman “a veces podía pasar una semana o 15 días sin hablar”. Pero los registros dicen que hubo 362 comunicaciones entre Nisman y Lagomarsino durante los 10 meses previos a la muerte del fiscal. Lagomarsino dijo que se enteró de que Nisman iba a denunciar a la Presidenta ocho meses antes y porque el propio fiscal se lo contó, algo que, por lo extremadamente sensible de la información, otros miembros de la fiscalía ponen en duda.

Si la muerte de Nisman fue un suicidio inesperado y cometido con la libertad de su propia conciencia, será la primera vez en la historia argentina que una muerte voluntaria esté rodeada de semejante telaraña de detalles circunstanciales -numerosos, excepcionales y concordantes- sucedidos en las horas finales y aún tras una muerte ocurrida cuando nadie lo sabía.

O casi nadie.

Fuente: Clarin

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