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Bolsonaro: Más allá de izquierda y derecha

El otro día un amigo compartió en Facebook un artículo de una revista estadounidense criticando a Jair Messias Bolsonaro. Me llamó la atención que uno de los comentarios cuestionara la tendencia política de la revista, implicando que la crítica vendría desde la izquierda. (La revista es de enfoque mas bien internacional, sin ninguna inclinación ideológica). El comentario refleja una tendencia cada vez más común. Acostumbrados a ver el mundo en términos dicotómicos, derecha-izquierda, hay gente que apoya al que suena ideológicamente afín, ignorando aspectos de su discurso que podrían sonar racistas, sexistas, violentos, antidemocráticos, o derechamente fascistas.

A treinta años de la caída del Muro de Berlín, todavía se suele pensar en términos de derecha-izquierda, pero la dicotomía hace rato que no vale. En un mundo en que los populismos están cada vez más de moda, apoyar el enemigo de mi enemigo puede ser peligroso. Un buen ejemplo se puede encontrar entre los rusos, o los judíos que se fueron de la ex Unión Soviética.

En Israel, una combinación de anti-marxismo extremo y racismo los llevó a fundar un partido de extrema derecha y ultra-nacionalista, liderado por el actual Ministro de Defensa. En Alemania, hoy por hoy, el partido de extrema derecha AfD, cuyo líder lo acaban de pillar plagiando a Hitler, hace un esfuerzo por atraer judíos, y lo logra – entre los judíos que se arrancaron de la ex Unión Soviética. En Estados Unidos, los exsoviéticos también fueron inicialmente atraídos por el discurso anti-izquierda del Partido Republicano. Pero las nuevas lógicas del nacional-populismo trumpista está cambiando la cosa. Max Boot, periodista norteamericano, nacido en Moscú, ha sido militante republicano desde que Ronald Reagan lo inspiró a asimilarse, a seguir el ‘sueño americano’. Acaba de publicar un libro explicando por qué ha renunciado su militancia al Partido Republicano después de toda una vida. “Por primera vez, y no me siento como un americano ‘de verdad’. Ahora me siento como un marginado, una minoría. Cada vez más me siento como un judío, un inmigrante, un ruso.” Gary Shteyngart, otro periodista de origen ruso, ha escrito que “los medios sociales en la era de Trump son esencialmente Leningrado, 1979. Partidarios de Trump en Twitter frecuentemente señalan mi judaísmo…. Junto con la letanía usual de dibujos de pantallas de lámparas, fotos de hornos, la entrada de Auschwitz que dice “Arbeit Macht Frei.”

La ex secretaria de estado estadounidense, Madeleine Albright, ha escrito un libro que tiene la intención de advertirnos sobre el auge del fascismo. Más que una ideología, ella define el fascismo como un “plan”, en que un líder utiliza un tipo de nacionalismo que divide al mundo en grupos. Aquellos que no forman parte del grupo deben ser discriminados o eliminados.

Para eso es necesario utilizar las instituciones políticas, ojalá dominarlas completamente. En el proceso, dichas instituciones terminan siendo debilitadas o destruidas y el poder del líder se impone por sobre cualquier contrapeso institucional. También es necesario controlar los mensajes políticos, por lo que la prensa libre y otros derechos civiles son vistos como una amenaza. Todo lo anterior depende del uso, o de la amenaza, de violencia.

A mayor o menor grado, estas características están presentes en varios liderazgos actuales, desde los Trump y Orban, hasta Duterte y, ahora, Bolsonaro.

En estos casos el descriptivo de ‘fascista’ no representa, por lo tanto, un insulto. Simplemente se aplican las características del fenómeno. Es más, muchos de los líderes mencionados no se sentirían insultados por la caracterización.

Trump, como candidato, retuiteaba citas de Mussolini. Cuando un periodista le preguntó por qué lo hacía, Trump contestó, “Mire, Mussolini era Mussolini….Es una cita muy interesante.”

El uso del lenguaje del ‘otro’ ha sido algo que ha estado presente en el discurso de Trump desde el momento que lanzó su campaña presidencial, acusando a los inmigrantes mexicanos de ser violadores y ladrones. Bolsonaro ha sido incluso más directo. Habla de matar a opositores, de no respetar los resultados de las elecciones si es que pierde, y de permitirle a las policías a matar sin tener que responder por sus acciones.

Para el académico de la Universidad de Yale, Jason Stanley, la combinación de violencia y poder es la clave: “El poder y la fuerza van juntos dentro de un grupo, como los blancos. Son dominantes, por lo tanto son los ganadores. El resto no tiene valor. Esto es fascismo: la idea de que el grupo odiado – los negros, por ejemplo – son criminales y violentos”.

Las políticas de Trump son peligrosas porque la influencia de los Estados Unidos sigue siendo predominante. Su desprecio por las organizaciones multilaterales como la OTAN, por los tratados internacionales como los Acuerdos de París sobre el cambio climático, o por los organismos que guían el comercio internacional, tiene repercusiones internacionales.

Pero el auge de líderes como Bolsonaro en América Latina es preocupante porque la historia de nuestra región ha sido marcada por dictadura, autoritarismo, e instituciones débiles. Es por eso que Bolsonaro no representa simplemente la derrota de una izquierda corrupta o derecha triunfadora. Es un eslabón más en la tendencia mundial hacia el debilitamiento de la democracia.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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