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El corpiño, velo de la odalisca argentina

En un psiquismo desarrollado, en donde las cosas se fueron dando según lo esperado, y en lo humano pocas veces es lineal el camino en casi todo, la persona debe hacer un rodeo sublimatorio, proceso complejo y difícil de realizar que va más allá de lo que no tiene velo de lo descarnado y contribuye a la generación de las maravillas más impresionantes de la que somos capaces: la literatura, el arte en todas sus formas, el diseño, el humor, la camaradería, etc

Todo eso que nos hace seres con capacidades y potencial infinitos. Y es que ese mecanismo psíquico, la sublimación, es delicado y quizás el más humano de todos, se mezcla con la capacidad del habla y con todo lo que hacemos creativamente. Nos aleja de lo más animal que hay en nosotros. Es más elaborado, más rico, sofisticado y por ende mucho más colorido. Trae siempre algo nuevo con viejos materiales y algo que busca no repetirse.

Freud mismo no llega en su teoría a desarrollarlo completamente, y así llega a nuestros días. Es la posibilidad que da a quien lo ha desarrollado, de no quedarse con la cosa en sí, con lo concreto, lo desgarrado y poder hacer que circule. Cuanto más mejores resultados Es el imperativo de que no quede cristalizado.

Los movimientos populistas, entre otros movimientos, llevan a los ciudadanos a etapas primitivas del psiquismo, donde lo descarnado es celebrado y motivado. Es desnudada la inocencia.
Menoscabado el ocultamiento de cierta parte maquiavélica a expensas de incentivos reduccionistas que conllevan el empobrecimiento psíquico.

Estos avatares sociales cuelan peligrosamente en nuestras vidas y todo lo que a ellas respecta. Se cuela en nuestras instituciones, desde la más elemental estructura familiar hasta el más encumbrado peldaño del estado y la justicia. Crece como una maleza venenosa y destroza lo más valioso de las nuevas generaciones. Su futuro.

Es que desde que se revierte lo público y lo privado todos estamos atrapados en esa maraña que nos rodea por todos los frentes y sin que nadie o muy pocos logremos ver qué es lo que debe mostrarse y que no.

Las plazas tienen horarios y puertas de entrada. Los cuerpos se muestran desnudos en lugares públicos. Son tiempos confusos. Quien ha vivido sabe que todo tiempo tiene sus características y todo pasa y todo queda, dice la canción. Lo nuestro es pasar.

Sin embargo, qué hacer mientras nos pasa es un desafío para autoridades y para el gran público. El trasfondo de los actos va más allá siempre de lo que vemos. Tal los hechos de la actualidad argentina.

Una adolescente, convulsionada, disparatada como la gran mayoría de los adolescentes. Porque eso son a-dolescentes, carentes de cierto grado de madurez.

Aclaro que no todos llegan a alcanzar la madurez más allá de la edad y haber atravesado esa etapa de la vida. ¿Pero qué es lo que debemos hacer para que las cosas marchan bien? Pues brindarle un camino adecuado por donde circular hasta alcanzar la etapa adulta.
Con señalamientos, guiños cómplices y aprobatorios de aquello que le permitirá salirse del lugar de cosa, de objeto crudo, entre otras muchas enseñanzas.

Borde peligroso en donde para ser uno se puede terminar siendo el rechazado, el marginal de la protesta sin razón y llevando los hechos al borde de la manipulación.

Y es que a ciertos movimientos les vienen bien la inmadurez. Les sirven los seres objetos. Se los usa, se los tira a la arena de los leones con la ilusión profética de convertirlos en héroes para terminar siendo devorados por las fieras.

Circo romano. Circo argentino.

Somos los adultos responsables de hacer saber que el cuerpo es y debe ser respetado. Nos porta. Nos habla y hablamos por su intermedio. No exclusivamente. Sí de forma privilegiada. Sigue siendo sano que no todo esté expuesto. Y esto no significa desconocimiento alguno. Significa capacidad de hacer el rodeo que nos permite evolucionar. Salir de lo básico. De lo que sabemos está y por ende deja de generar movimiento vital si se lo devela. Nos deja por fuera del campo del deseo.

En cierta ocasión llegó a mis oídos una historia que voy a compartir con ustedes. Había un sultán que se encontraba muy insatisfecho en su trono de poder y riqueza. Aburrido de su vida pidió a sus consejeros que hicieran algo para divertirlo. Fue así que trajeron los manjares más deliciosos del reino. Y también, claro está, las más bellas odaliscas. Una de ellas llamó especialmente la atención del monarca. El hombre excitado pidió que bailara el tradicional baile de los velos. Y la hermosa mujer fue quitándose uno a uno todas las prendas. A cada una que se quitaba el sultán gritaba loco de placer y pedía más, más… Así llegó al último velo y quedó la doncella desnuda completamente. El hombre siguió enardecido pidiendo más, más y más. Tanto que al ver que no quedaban prendas por quitar pidió que la despellejaran para ver más. Había su deseo insatisfecho encontrado el camino de lo trágico.

Mató aquello quería disfrutar. Mató su deseo, mató a la doncella y volvió a su aburrida existencia, ahora con el horror de la muerte y las manos manchadas de sangre. Ahora ya no podía volver atrás.

Espero que nuestros jóvenes puedan transitar la senda del crecimiento sin que terminen siendo odaliscas de los mezquinos intereses de los sultanes de turno.

Licenciado en psicología Rodrigo Reynoso.

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