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La actitud soviética ante la Shoá

Cuando comenzaron a actuar durante la guerra las comisiones encargadas de “investigar los crímenes nazis”, el exterminio judío fue totalmente disimulado bajo el rótulo de “ciudadanos soviéticos”.
El 30 de octubre de 1943, en Moscú, los ministros de relaciones exteriores de la Unión Soviética, el Reino Unido, los Estados Unidos y China, firmaron una declaración, donde abogaban por la creación de una organización internacional para el mantenimiento de la paz y la seguridad. En la Declaración de Moscú, así conocida, se utilizaron términos descriptivos de las atrocidades cometidas por los nazis, como: brutalidad, masacre, ejecuciones en masa, y crímenes monstruosos, pero no hay ninguna mención sobre los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka, Sobibor y Belzec.
La Declaración tendía a relacionar a los judíos con otros pueblos y trataba de diluir la información sobre las víctimas judías dentro de los pueblos donde residían y, de esta manera, no se hacía ninguna referencia específica al desastre judío ni al exterminio. El documento advertía a aquellos alemanes que habían tomado parte en el ametrallamiento de soldados italianos, en la ejecución de rehenes franceses, holandeses, belgas, noruegos, de campesinos cretenses, o que hubieran participado en matanzas en tierra polaca o en territorios de la Unión Soviética serían devueltos al escenario de sus crímenes y juzgados por los pueblos a los que habían atropellado. Ni una sola palabra decía el documento respecto de los judíos que se encontraban entre los rehenes y estaban confundidos entre los distintos pueblos que conformaban la U.R.S.S.
Los soviéticos les quitaron a los judíos su identidad específica por la que fueron perseguidos y asesinados; así, los judíos de nacionalidad alemana se convirtieron en alemanes, los judíos de nacionalidad polaca en polacos, y así sucesivamente. Eran parte de las mismas sociedades que los habían denunciado ante los criminales nazis.
Se llegó al extremo del absurdo: cuando después de la guerra las autoridades británicas en Bélgica internaron a dos mil judíos, sobrevivientes de la guerra, al calificarlos como “extranjeros enemigos” por ser de origen alemán; también los soviéticos hicieron lo mismo con los judíos de origen alemán: para los aliados, ellos seguían siendo alemanes a pesar de que las leyes de Nuremberg de 1935 decían lo contrario al haberles quitado su ciudadanía.

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