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Si nos callamos frente al antisemitismo, volveremos a ver cristales rotos en las calles

Desde su farmacia suministraba cuidados médicos y alimentos a los recluidos, ofrecía un punto de reunión clandestino para la resistencia y ayudaba a escapar del gueto a través de un falso tabique. Hoy, Tadeusz es recordado como Justo entre las Naciones, un reconocimiento que otorga el Museo del Holocausto de Jerusalén a quienes se opusieron a permanecer impasibles ante la barbarie.

Lo que hace tan especial a Tadeusz es su rebelión moral. Ante el silencio, la ignorancia, el mirar hacia el otro lado, el colaboracionismo o la participación misma en aquel inhumano plan de Hitler y sus secuaces del genocidio, hubo quienes demostraron la dignidad suficiente para rebelarse frente a la corriente extrema de odio que se extendía por Europa en aquellos días. Hoy, vemos a estos justos entre las naciones como héroes, y de verdad que lo fueron.

Ante la terrible ola de antisemitismo que pudrió los corazones de media Europa, se levantaron los que no se dejaron corromper por la asesina doctrina del odio. En ese trágico episodio de la reciente historia de Europa hubo dos agentes cooperadores necesarios para hacer posible el Holocausto: el poder político representado por el partido nazi, y los ciudadanos que preferían callar, permanecer indiferentes, cuando no colaborar, para no sentirse ajenos a sus pares. Así, poder y pueblo, cómplices, contribuyeron a hacer cada vez más grande la ola de odio racista que terminó por ahogar la dignidad de muchos países.

Así ocurrió un 9 de noviembre de 1939, en ciudades y pueblos de Alemania y Austria, naciones ya sometidas al martilleo de la propaganda nazi. Fue la terrible noche de los cristales rotos. Así pasó a la historia, con este nombre, un capítulo en el que se lanzaron a las calles miles de ciudadanos, espoleados por la política antisemita de los nazis, para arrasar los negocios judíos, las sinagogas, sus casas y sus vidas. Murieron más de 90 judíos y marcó el inicio de un genocidio largamente planificado. Cristales rotos, porque las calles se llenaron de los restos de los escaparates destruidos.

A la noche de los cristales rotos se la ve como el suceso fundacional de la persecución a los judíos. En realidad, la persecución y la mecha del antisemitismo ya habían prendido hace tiempo en Alemania, y en otros lugares de Europa. Pero lo ocurrido en aquella oscura fecha fue la prueba más patente de que el odio no sancionado, promovido por los poderes políticos y asimilado por una población adoctrinada que no se rebela, arde y lo quema todo. Y así fue. Los nazis fundamentaron en aquella noche el inicio de su estrategia hacia el Holocausto. Y todo por culpa de un silencio cómplice.

De este episodio se puede obtener una lección redentora. Hoy vemos cómo se extiende el antisemitismo en determinados sujetos y grupos de nuestra sociedad. Sucede aquí, en América Latina, también en Estados Unidos, y en Europa, otra vez en Europa, y en el Medio Oriente. El antisemitismo está a la vuelta de la esquina. Hay medios de comunicación y ONG que documentan frecuentes ataques xenófobos en redes sociales y de forma física, pero aun así hay políticos y gobiernos que exhiben sin pudor su odio hacia los judíos. Si nos callamos, volveremos a ver cristales rotos en nuestras calles. El farmacéutico de Cracovia eligió no callarse ni mirar hacia otro lado. Muchos como él han de ser nuestro espejo en el que mirarnos para apagar juntos la llama del odio.

Fuente: Infobae

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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