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El orgullo gay, el triángulo rosa y la estrella de David

Si tratamos de entender a los que lo hacen, podremos reconocer que, aunque lleguen a conclusiones equivocadas, tienen su lógica. Nos enorgullecemos, generalmente, de cosas que hacemos, y ser gay no es algo que hacemos, sino apenas algo que somos. Nuestra orientación sexual —ser gay, hétero o bi— no es algo que se elige, como no se elige la identidad de género, porque, ya lo explicamos, no existe “opción sexual”. Entonces, ¿por qué enorgullecerse de algo que nos tocó en suerte y que no es, en definitiva, tan importante? Es apenas una característica más de cada persona, nada del otro mundo. No debería ser más relevante que tener los ojos claros u oscuros, o ser rubio o morocho, diestro o zurdo. No debería ser motivo de orgullo, ni de vergüenza, ni nada. No es bueno ni malo, mejor o peor, y nadie precisa estar de acuerdo o en desacuerdo, criticarnos o felicitarnos o preguntarse por qué somos gays, hétero o bisexuales. Apenas somos lo que somos y está bien.

Pero no es tan simple, claro.

Comencemos respondiendo la segunda pregunta: no hay “día del orgullo hétero” porque no hace falta. Pensalo bien.

Nadie nunca fue discriminado por ser heterosexual en ninguna época, en ningún lugar del mundo. La heterosexualidad no es ilegal en ningún país, como ocurre con la homosexualidad, que figura en varios códigos penales y, en algunos, es castigada con la pena de muerte. No existe ni existió nunca un país donde estuviese prohibido el matrimonio heterosexual.

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Ninguna religión considera que ser heterosexual sea pecado. Ningún adolescente tiene miedo de contarles a los padres que es heterosexual. A nadie lo echaron nunca de casa por eso. A nadie nunca le pegaron o lo mataron por eso. A ninguna pareja de chico y chica le prohibieron nunca darse un beso en un lugar público, ni la expulsaron de ningún sitio por hacerlo. Nadie nunca tuvo que esconder su heterosexualidad en el armario, y fingir ante sus amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo que era gay. A nadie nunca le dio vergüenza o culpa o miedo ser hétero, ni pensó que eso significase que “hay algo equivocado en mí”, “Dios me va a castigar”, “si mi familia se entera no lo va a aceptar”. Ningún político trató nunca de autopromoverse con discursos de odio contra los heterosexuales. A nadie le parece mal que los heterosexuales adopten niños, ni le da miedo que el maestro de su hijo lo sea. La policía nunca entró a un bar hétero a maltratar y amenazar a los clientes por ser héteros, como pasaba en el Stonewall Inn. De hecho, los héteros nunca necesitaron tener bares propios donde expresar su sexualidad libremente, porque pueden hacerlo en cualquier lado.

Por todo eso no hay un “día del orgullo heterosexual”. No hace falta. Y el mismo tipo de ejemplos (y otros aún más fuertes y graves) podríamos dar para explicar por qué hay orgullo trans, pero no hace falta “orgullo cisgénero”. Mucha gente ni siquiera sabe qué significa ‘cisgénero’, porque no ser trans no es visto como una posibilidad, una identidad, lo opuesto de algo, sino apenas como lo corriente.

Lo cierto es que el orgullo LGBT nace como una respuesta a la discriminación, el prejuicio, la estupidez, la ignorancia, el odio, la violencia, la desigualdad, el miedo, el maltrato. El orgullo es una respuesta política a los que quieren que sintamos vergüenza de ser lo que somos. Y es un llamado a no resignarnos a las injusticias que sufrimos, no callarnos ni agachar la cabeza; ponerles el cuerpo y enfrentarlas hasta derrotarlas. Un día dejará de ser necesario, también.

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Y entonces, quizás, las marchas del orgullo existan apenas como una conmemoración que recuerde una historia de luchas para que el mundo fuese un lugar mejor.

El orgullo LGBT, en ese sentido, tiene un significado que nos excede. Va más allá de nuestra orientación sexual o nuestra identidad de género. Tiene que ver, sobre todo, con la dignidad humana. Por eso, nuestro orgullo es hermano de otros que también han sufrido violencia e injusticias por ser lo que son. Nuestro orgullo vive en este mundo, en el que no estamos solos.

Por eso, lo que ocurrió el fin de semana pasado en una manifestación alternativa del orgullo en la ciudad de Chicago, en Estados Unidos, fue una barbaridad que niega todo lo que el orgullo LGBT significa. Resumo la noticia, que varios medios contaron ya con más detalle: un pequeño grupo de mujeres —lesbianas y judías— que marchaban llevando banderas del arco iris con la estrella de David, fueron prácticamente expulsadas de la manifestación. Les dijeron que esas banderas no eran bienvenidas allí.

Como suele suceder con las formas más recientes de antisemitismo practicadas por personas cultas y “progres”, que tendrían vergüenza de reconocerse parientes de los brutos cabezas rapadas y los psicópatas que admiran a Adolf Hitler, quienes expulsaron a estas mujeres ponían el conflicto israelí-palestino como excusa. Les reprochaban, también, el “pinkwashing de Israel”, un concepto bizarro que reúne antisemitismo y homofobía en una única palabra y que, resumidamente, significa que el motivo por el que los derechos civiles de las personas LGBT son respetados en Israel es porque se trata de una forma de “propaganda engañosa” de los “sionistas” para ocultar que, en realidad, son unos malvados (no me extiendo mucho más aquí sobre ese tema, que trato más profundamente en un capítulo de mi próximo libro; prometo avisar acá cuando llegue a las librerías). ”Somos antisionistas“, decían, usando ese cínico eufemismo para prohibir la presencia en su manifestación de un símbolo que, además de formar parte de la bandera de Israel (y es por eso que está en ella), representa al pueblo judío desde hace siglos.

Un pueblo que, como nosotros y nosotras, ha sufrido la discriminación, el prejuicio y el odio a lo largo de la historia. Que también tuvo derechos civiles básicos negados en diferentes países y fue visto, inclusive, como un peligro para los niños. Que también vivió en el armario en otras épocas, como cuenta maravillosamente Marcos Aguinis en su novela “La gesta del marrano“. Que también fue insultado, perseguido, asesinado. Que tuvo que fundar un país porque era tratado como extranjero en muchos otros, aunque hubiese nacido en ellos.

“Me preguntaban si soy sionista”, contó una de las mujeres expulsadas de la marcha. Vaya ironía. ¿Qué es el sionismo sino la forma que los judíos inventaron de tener orgullo, como hicimos nosotros a partir de Stonewall? ¿Les molestaba a algunos la estrella de David por formar parte de la bandera del único país de Medio Oriente donde el orgullo LGBT se celebra con libertad y el Estado no nos persigue ni nos mata?

Tal vez quienes cometieron semejante contrasentido en la manifestación lésbica de Chicago no lo supieran, pero la estrella de David y el triángulo rosa eran los símbolos que los nazis nos cosían en las ropas, uno a ellos, el otro a nosotros, y con él nos mandaban a Auschwitz. Y nos mataban, a ellos y a nosotros, por ser lo que somos.

Algunos no entendieron qué es el orgullo porque no entendieron las lecciones que nos dio la historia. Y hoy, en el día internacional del orgullo, es bueno recordarlas, para que lo que pasó en Chicago no pase nunca más.

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No en nuestro nombre.

Fuente: Blogs.tn

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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